Es fácil ver el mal y el sufrimiento en este mundo y suponer que no puede existir Dios. ¿Cómo puede un Dios de amor permitir que tal maldad atroz y sufrimiento exista, sobre todo cuando cae sobre los inocentes o indefensos? Sin embargo, cuando uno entiende el plan de Dios para nosotros, la naturaleza del mal se puede entender, y aunque nos esforzamos en contra de ella, la podemos ver como parte de la bondad amorosa de Dios.
El plan de Dios se instituyó antes de que este mundo fuese creado
Las doctrinas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a menudo inadvertidamente llamada la Iglesia Mormona, enseñan que todo en la tierra fue creado espiritualmente antes de que fuera creado físicamente. (Ver Génesis 2:5; Abraham 5:5).Usted y yo fuimos parte de esa creación espiritual, hijos espirituales reales de Dios Padre. En ese reino premortal pudimos aprender y progresar hasta cierto punto, pero para llegar a ser algún día como Él, tendríamos que dar el siguiente paso, la obtención de un cuerpo y aprender a usarlo. El Padre Celestial sabía que nuestras vidas en la tierra de la mortalidad serían una prueba y experiencia de error, y no hay manera de que pudiéramos progresar para ser como Él, sin la libertad de usar nuestro “albedrío” para tomar decisiones. De hecho, el principio del albedrío es tan importante, que una guerra se libró sobre él durante nuestra existencia pre-mortal.
Debido a que ninguno de nosotros pasaría a través de la vida sin cometer errores, el plan de Dios era brindarnos un Salvador que realice una expiación infinita para nuestros “pecados” (comportamiento contrario a la voluntad de Dios). Jesucristo ya había creado incontables mundos, y Él se ofreció a nacer en la tierra para ser elevado por nuestros pecados, tomando sobre sí mismo la ira de Dios y la satisfacción de la justicia. Es de nuestra elección aprovechar este gran sacrificio. Somos libres de ignorarlo y sufrir las exigencias de la justicia para nosotros mismos, pero no será agradable. Jesús mismo dijo:
Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten; más si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo.
Padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara ano tener que beber la amarga copa y desmayar. Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres. (Doctrina y Convenios 19: 16-19).
Es el deseo de Dios que todos lo invoquemos durante nuestra estancia en la tierra, no sólo para ser parte de la expiación de Cristo por nuestros pecados, sino para que Su gracia alivie el sufrimiento que viene con el vivir en un mundo caído.
La oposición en todas las cosas protege y permite nuestro albedrío
En la existencia pre mortal hubo oposición al plan de Dios. La mortalidad estaría llena de riesgos. Lucifer, un “hijo de la mañana” (lo que significa que fue de los primeros nacidos e ilustre de los espíritus preexistentes) propuso un plan alternativo que garantizaría que ninguno de nosotros nos perdiéramos. Esto implicó quitar nuestro albedrío para que todos tengan éxito. Al igual que en todos los planes donde “todos ganan”, no hay mucho aprendizaje continuo, y hay pocas ganas de soportar o sobresalir. Lucifer en su orgullo quería toda la gloria por salvarnos. No estaba dispuesto a dar su vida por nosotros, como lo hizo Jesús. El suyo era el camino más fácil, pero nunca nos permitiría llegar a ser como nuestro Padre Celestial. Una tercera parte del ejército del cielo siguió a Lucifer cuando él declaró la guerra a las fuerzas del bien. Él y sus seguidores fueron expulsados y se convirtió en Satanás y sus secuaces. Su progresión se detuvo. Ellos nunca tendrán cuerpos, ni continuarán en las eternidades para participar de una porción de la gloria de Dios.
Cada cosa mala que haya ocurrido en este mundo, Satanás está dispuesto a perpetrar. Él es el padre de la mentira, la sangre, la tortura, la guerra, el abuso… todo. Pero nosotros, como hijos de Dios, no estamos sujetos a Satanás, a menos que elijamos serlo. Todos los actos malvados cometidos en la tierra han sido y son el resultado de las decisiones de los hombres y mujeres como nosotros que hemos elegido el mal sobre el bien. Sin embargo, debe existir esta opción.
Por lo tanto, el Señor Dios le concedió al hombre que obrara por sí mismo. De modo que el hombre no podía actuar por sí a menos que lo atrajera lo uno o lo otro.
Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues él busca que todos los hombres sean miserables como él (2 Nefi 2: 16, 27)
¿Qué podemos hacer acerca de nuestro propio sufrimiento y el sufrimiento de los demás?
Hay muchas cosas que podemos hacer durante nuestra estancia en la mortalidad para disminuir el mal y aliviar el sufrimiento, y al hacerlo, estamos ayudando a Dios en Su obra de redimir y exaltar a la humanidad.
- Perdonar: la falta de perdón crea amargura, culpa, e incluso venganza, que nunca termina, sino que se amplifica hasta que suceda el perdón. Se nos manda perdonar, ya que la falta de perdón nos carcome.
- Luchar por el bien: guardar los mandamientos de Dios hace feliz a la gente (la maldad nunca fue felicidad, Alma 41:10). La bondad y la amabilidad ayudan a los que sufren.
- Realizar un llamado a Dios por ayuda: en la historia del Libro de Mormón las personas estaban agobiados por el trabajo opresivo de sus amos para ser dignos y luego pidieron a Dios ayuda. Él los libró, pero antes de eso, Él hizo su cargas ligeras (Mosíah 24:15). La gracia de Cristo nos puede dar ayuda todos los días. La oración personal es nuestra cuerda de salvamento a la ayuda sobrenatural.
- Mantenerse por la expiación de Cristo: Él no sólo ha sufrido por nuestros pecados para que nosotros no tengamos que padecer, sino también ha tomado sobre Él mismo todo nuestro miedo, pesar, tristeza cada experiencia negativa que podemos tener aquí. Él sabe cómo socorrernos en todas las grandes pruebas y pequeñas frustraciones de nuestra vida.
En el Libro de Mormón, justo después de que Cristo resucitado visitara los pueblos del Libro de Mormón y estableciera Su Iglesia entre ellos, todas las personas se convirtieron. Durante doscientos años, estas personas vivieron en una sociedad utópica sin pobres y claves para aliviar los problemas de todo tipo. ¡La vida en la Tierra no tenía por qué ser miserable!
Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios (4 Nefi 1:16).