Tal vez ustedes son como yo… Parece que cada vez que oro para ser fortalecida, en cualquier área de mi vida, recibo una prueba que me prueba profundamente– muy específicamente por aquello que pedí en oración. Obviamente tengo que aprender que las cualidades cristianas no son dádivas dadas a nosotros gratuitamente, sino que son atributos ganados que tienen que ser trabajados. Como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (también conocida como la “Iglesia Mormona” por amigos de otras creencias) conozco y creo las palabras de uno de los líderes de la Iglesia, el élder Paul V. Johnson de los Setenta, que dijo:
A veces podría parecer que nuestras pruebas se centraran en aspectos de nuestra vida y en las partes del alma que más nos cuesta enfrentar. Puesto que como resultado de estos retos se espera el crecimiento personal, no debería sorprendernos que las pruebas sean muy personales, casi específicamente dirigidas a nuestras necesidades o debilidades particulares. (“Más que vencedores por medio de aquel que nos amó“, Liahona, mayo de 2011).
En un libro titulado “Be Not Afraid—Only Believe”, escrito por Ted L. Gibbons y publicado en 2009 por Cedar Fort, Inc., Ted elabora poéticamente cómo el Señor tiene la gran perspectiva eterna y nos da esas pruebas guiadas con precisión, las cuales necesitamos para llegar a ser los hombres y mujeres que Él quiere que seamos:
La Universidad del Pensamiento Terrenal sobre el tiempo del Señor me ha hecho pensar en las listas de clase y esquemas de cursos para la Universidad Terrenal. A todos nosotros se nos asigna un plan de estudios individualizado, y estoy seguro de que muchos de los cursos no son de nuestra propia elección. Por lo tanto, los estudiantes que participan en el examen terrenal de vez en cuando exclaman: “¡Yo no me inscribí a este curso! ¿Por qué me está pasando esto? ¡He sido bueno!” Abraham, que sabía más que nadie sobre ser probado, escribió estas palabras cuando las oyó acerca de los hijos espirituales de nuestro Padre Celestial en un concilio preterrenal: “y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare” (Abraham 3:25).
Pero ¿por qué el Señor asignaría esta prueba después de todo? Además de la observación del élder Holland de que el Señor quiere que seamos fuertes y buenos, un fin distinto parece evidente: tenemos que aprender a ser pacientes. Estoy bastante seguro de que esto no es una materia opcional en la escuela de la vida, sino más bien uno de esos cursos obligatorios que nadie quiere tomar. La paciencia sólo se aprende del dolor, la incertidumbre y la ironía, no de la paz y la prosperidad. “Como humanos, queremos expulsar de nuestras vidas el dolor físico y la angustia mental y asegurarnos una facilidad y comodidad constantes, pero si llegáramos a cerrar las puertas a la tristeza y la angustia, tendríamos que excluir a nuestros más grandes amigos y benefactores. El sufrimiento puede hacer Santas a las personas a medida que aprenden a tener paciencia, longanimidad, y dominio de sí mismos”.
También debemos asumir con paciencia el tiempo del Señor. Las Escrituras nos dicen que Cristo “contempló la vasta expansión de la eternidad y todas las huestes seráficas del cielo dantes que el mundo fuese hecho”. Él nos dice en el mismo pasaje que Él “conoce todas las cosas, porque todas están presentes ante mis ojos”(D.y C. 38:1, 2). Esa omnisciencia, combinada con un amor perfecto, califica al Señor para imponer su propio tiempo en nuestros asuntos mortales. El élder Maxwell dijo: “La paciencia está estrechamente vinculada con la fe en nuestro Padre Celestial. En realidad, cuando somos impacientes indebidamente, estamos insinuando que sabemos lo que es mejor, aun más que Dios o, por lo menos, estamos afirmando que nuestro horario es mejor que el de Él”. De cualquier manera estaríamos cuestionando la realidad de la omnisciencia de Dios, como si, como algunos parecen creer, Dios estuviera en algún tipo de beca postdoctoral”.
Dado que el Señor es el maestro de maestros, así como un Padre amoroso, debemos darle la oportunidad de instruirnos mientras Él intenta salvarnos.
A menudo nos frustramos por nuestra incapacidad para entender lo que Dios está haciendo con nosotros. Pero, ¿cómo podríamos entender? ¿En qué momento de la mortalidad vamos a tener la oportunidad de contemplar “la vasta expansión de la eternidad y todas las huestes seráficas del cielo”? (D. y C. 38:1). El testimonio de Doctrina y Convenios 76 es que nadie puede saber el alcance de sus obras (ver versículo 2). Sin ese conocimiento, ¿cómo podemos pretender aconsejar a Dios? Dada su perspectiva infinita, no es de extrañar que el tiempo de Dios y el nuestro estén rara vez sincronizados. Él puede ver cosas que son invisibles para nosotros. No podemos contemplar con nuestros ojos “naturales” los designios de Dios ni los acontecimientos que seguirán a nuestras tribulaciones (D. y C. 58:3), pero siempre podemos considerarnos a salvo en las manos de un Ser de amor perfecto y de poder ilimitado. (Páginas 115-117)
A veces es difícil poner nuestra confianza en Dios, pero una vez que lo hacemos, y lo testifico, el Señor nos protegerá y dirigirá (ver Proverbios 3:5-6). Los invito a “venir a Cristo” (Doctrina y Convenios 20:59) y ser perfeccionados en Él. La próxima vez que se arrodillen en oración, pidan con fe ser fortalecidos por medio de Cristo, y mientras estén en ello, pregúntenle a nuestro Padre Celestial si estas cosas que han leído son verdaderas, y luego continúen aprendiendo más sobre la Iglesia SUD.
Este artículo fue escrito por Ashley Bell, miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
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