¿Se han preguntado alguna vez cómo parece que todo funciona milagrosamente? A veces nuestros problemas no siempre se resuelven de inmediato, o en la forma en que lo habíamos planeado; pero sí se resuelven, si ponemos nuestra confianza en el Señor. Como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (comúnmente llamada la “Iglesia Mormona” por amigos de otras creencias) sé y creo que todo siempre saldrá bien si ponemos nuestra confianza en Dios, tal ha sido el caso en mi propia vida. Y cada vez que nos sentimos desanimados, podemos recordar las palabras del profeta mormón, el presidente Thomas S. Monson, quien dijo: “Mis queridos hermanos y hermanas, no teman. Sean de buen ánimo. El futuro es tan brillante como su fe” (“Sed de buen ánimo“, Liahona, abril de 2009).
En un libro titulado “Be Not Afraid-Only Believe”, escrito por Ted L. Gibbons y publicado en 2009 por Cedar Fort, Inc., Ted explica en primer lugar que el Señor Jesucristo tiene todo poder, y luego comparte una experiencia personal de cómo esta verdad se manifestó en su vida:
Todo el poder me es dado
Las Escrituras nos enseñan sobre el poder del Señor. Juan dio testimonio de que Cristo “recibió la plenitud de la gloria del Padre; y recibió todo poder, tanto en el cielo como en la tierra” (D. y C. 93:16-17). Jesús mismo dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Él le dijo a Abraham: “Porque yo soy el Señor tu Dios; yo habito en el cielo; la tierra es el estrado de mis pies; extiendo mi mano sobre el mar, y obedece mi voz; hago que el viento y el fuego me sean por carro; a las montañas digo: Idos de aquí; y he aquí, se las lleva el torbellino en un instante, repentinamente. Jehová es mi nombre, y conozco el fin desde el principio; por lo tanto, te cubriré con mi mano” (Abraham 2:7-8).
A medida que hacemos nuestro camino dignamente a través de los campos minados de la mortalidad, Su mano estará sobre nosotros. Tenemos acceso a un Ser que todo lo puede, y tenemos una invitación, incluso un mandamiento, de llevar nuestras necesidades a Él.
Catorce Dólares
Mi esposa y yo nos casamos cuando estábamos en la universidad. Habíamos acordado durante nuestro noviazgo comenzar nuestra familia tan pronto como nos casáramos. Yo tenía un trabajo nocturno a tiempo completo. Trabajaríamos duro, ahorraríamos siempre que fuera posible, y confiaríamos en el Señor y en Su poder y amor por nuestro bienestar.
Durante nuestro compromiso, hablábamos a menudo sobre el estrecho margen que tendríamos para gastos imprevistos. “Cariño, ¿qué vamos a hacer si llegara el momento en que simplemente no tuviéramos lo suficiente para sobrevivir?”, le pregunté un domingo mientras estábamos sentados en los columpios de una escuela primaria. La boda sería en sólo algunas semanas.
“Sabemos que Dios nos ayudará. Confiaremos en Él”, dijo ella.
“¿Cómo?” Quería saber. “¿Cómo vamos a demostrar nuestra confianza?”
“¿Qué hace tu madre cuando está en dificultades económicas?”, preguntó ella. “¿Paga menos diezmo?”
“No”, respondí. “Ella paga más”.
“¿No podemos hacer algo como eso?”, continuó ella. Pensamos por un momento. Entonces ella volvió a hablar. “Si alguna vez llega el momento en que no tenemos suficiente dinero, vamos a darle todo lo que tenemos a Dios, decirle lo que necesitamos, y confiar en Él.”
Pasaron dos años. Teníamos un bebé y otro en camino. Las cuentas médicas y reparaciones de automóviles habían arruinado nuestro presupuesto. Teníamos catorce dólares y necesitábamos cincuenta. El siguiente cheque de pago llegaba una semana y media después.
Un sábado por la tarde hablamos sobre nuestro dilema en la mesa de la cocina. “¿Recuerdas lo que decidimos hacer en esta situación?”, me pregunto mi esposa.
Lo recordé. Pero eso sólo era una conversación. Teníamos sólo catorce dólares que debía durarnos diez días. Cuando me preocupé en voz alta, mi esposa me interrumpió. “Cariño”, dijo, “hemos hecho un acuerdo. El Señor nunca nos ha fallado. Confiemos en Él”.
Hicimos un cheque por catorce dólares el domingo por la mañana y lo metimos en un sobre de diezmos. Entonces invoqué al Señor. Le dijimos que necesitábamos cincuenta dólares y que estábamos dispuestos a confiar en Él. Aun así, mis pensamientos durante nuestras reuniones dominicales se concentraron en cómo íbamos a sobrevivir sin dinero durante una semana y media.
Al entrar en el apartamento después de la Iglesia, el teléfono estaba sonando. Era mi madre. La visitamos por un momento, y entonces sucedió.
“Hijo, ¿te acuerdas en la escuela primaria cuando solías tomar un cuarto de dólar o dos a la semana y comprabas sellos para llenar los bonos de ahorro estadounidenses?”, preguntó.
Tenía un vago recuerdo. Había sido hace tanto tiempo.
“Yo estaba en el sótano esta mañana”, continuó, “y cuando abrí la caja, me di cuenta de un sobre. En él habían dos bonos de ahorro que compraste cuando estabas en segundo y tercer grado”.
“¿Qué valor tienen?”, Le pregunté, y sentí una pequeña y cálida esperanza creciendo en mí.
“Veinticinco dólares”, dijo. “Deben de valer poco más de cincuenta dólares ahora”.
Algunos lo llamarían coincidencia. Los bonos ya estaban allí, en el sobre, en la caja. Pero habían pasado más de siete mil trescientos días desde que puse el sello final de veinticinco centavos en el segundo bono. Mi madre encontró ese sobre el día en que dimos nuestros catorce dólares al Señor. Mi esposa y yo sabíamos que el Señor estaba obrando con Su poder.
El Señor tiene esa clase de poder. Él dijo: “porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis” (Mateo 6:8). ¿Sabía Él cuando yo estaba en segundo grado, que un día, mi esposa y yo necesitaríamos cincuenta dólares y oraríamos por ello con verdadera intención? Por supuesto que sí, y Él me inició en un programa de ahorro. Las Escrituras dejan bien claro: “Pero el Señor sabe todas las cosas desde el principio; por tanto, él prepara la vía para realizar todas sus obras entre los hijos de los hombres; porque, he aquí, él tiene todo poder para el cumplimiento de todas sus palabras” (1 Nefi 9:6).
Lo notable de una historia como ésta es que resuena en la vida de muchas personas. Miles y miles de hijos de Dios pueden dar fe de tales manifestaciones de Su poder con historias que son tan dulces como ésta lo es para mí.
Los invito a “venir a Cristo” y sentir Su poder incomparable en sus vidas. Y si alguna vez sienten que su fe simplemente no es lo suficientemente fuerte, tomen valor de los consejos de un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, el élder Neil L. Andersen, quien dijo: “Como discípulos del Señor Jesucristo contamos con inmensos depósitos espirituales de luz y verdad… en nuestros días difíciles, escogemos el camino de la fe” (“Sabes lo suficiente“, Liahona, noviembre de 2008).
Este artículo fue escrito por Ashley Bell
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