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Parte I

El Plato Especial del Salvador

Alguien dijo que hay dos maneras de ver la vida-la primera: nada es un milagro, la segunda: “todo” es un milagro. Yo me inclino por la última. Lo que el Señor crea con la materia prima de nuestras vidas es milagroso. Ver la mano del Señor en mi vida ha aumentado significativamente desde que me uní a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (los mormones).

Siempre hay un festín preparado para nosotros, dentro y fuera de la adversidad, sin embargo con frecuencia nos lo perdemos. El plato especial del Salvador es Su amor perfecto, en toda circunstancia, incluyendo aquellas que resultan del mal uso que otros hacen de su albedrío.

Lo admito, vuelo por las nubes de alguna manera cada vez que pruebo aunque sea un pedacito de ese amor. Es el milagro escrito por toda la creación y visible virtualmente en cada rincón de nuestros universos. El sentirse así no significa que la vida ha sido fácil. Muy por el contrario.

El probar el amor de Dios en nuestras vidas incluye, en lugar de excluir, momentos y situaciones de dolor, complejidad, penas, pesar, indecisión, desánimo, depresión. Mientras algunos vemos Su mano en algunas etapas de nuestras vidas, encasillamos el resto, excusándonos o perdiendo gozo permanentemente por lo que parece ser una anomalía del plan o un desaliento inexplicable.

Carlfred Broderick, autor mormón, en una charla fogonera en BYU (devocionales que los mormones realizan frecuentemente), una vez dijo: “Muchas veces esperamos vidas sin dolor como miembros de La Iglesia de Jesucristo. El evangelio no nos exceptúa del dolor; es un recurso en los tiempos de dolor.”

He aprendido y testifico que la influencia y puño y letra del Salvador es siempre evidente, aun cuando no podemos descifrar Su mensaje totalmente para nosotros en ese momento. Testifico que Él se encuentra presente en el laberinto de nuestras vidas así como en sus mejores momentos, sino Dios dejaría de ser Dios.

El milagro de Su amor nunca termina; tan sólo se presenta en formas diferentes. Es el milagro de la presión de Dios en nuestros corazones-ejerciendo presión espiritual para extraer impurezas y perfeccionarnos por medio de Su expiación –o es el que Él utilice el inexplicable mal uso del albedrío de alguien para el provecho eventual de nuestra propia alma.

El Fuego del Refinador

Hay una canción cantada por Steve Green, llamada El Fuego del Refinador. Una parte de la letra dice:

El Fuego del Refinador
Donde arde un fuego de calor sagrado
Blanca incandescencia con santa flama
Y todo lo que pasa por su abrazo
No saldrá jamás igual
Algunos como bronce; algunos como plata
Algunos como oro
Después con gran habilidad, son martillados por su sufrimiento
En el yunque de Su voluntad
El fuego del Refinador se ha convertido en el único deseo de mi alma
Purgado y limpiado y purificado para que el Señor sea glorificado
Él está consumiendo mi alma;
me refina, me hace íntegro
No importando lo que pierda,
Yo escojo el fuego del Refinador.

Steve Green La Misión

“Calor Sagrado. Blanca incandescencia con santa flama” – una descripción escogida de la influencia refinadora. Aunque no estoy seguro de que alguna vez yo saltaría al horno de la aflicción, estoy contento por la oportunidad de ser purgado y por la perspectiva sobre el dolor y la adversidad que brinda el evangelio de Jesucristo.

¿No es cuando nuestro corazón se siente afligido por el dolor y el desconsuelo o el deseo que aprendamos mucho sobre nosotros mismos y nuestro Salvador, que la cirugía necesaria para ser purificados puede ocurrir?

¿Qué demandará ser purificados –tener las cámaras de nuestro corazón limpias y perfeccionadas? ¿Podemos soportar el calor?

Presiones Espirituales

Las pruebas –presiones espirituales– son confeccionadas de acuerdo al ritmo y desempeño de nuestros propios corazones. Lo que a algunos nos puede producir una simple picazón, a otros les puede causar un dolor muy agudo.

Algunos entre nosotros han cuidado a víctimas de Alzheimer o a pacientes con cáncer o a aquellos que sufren dolores crónicos o intensos, o discapacidad. Algunos hemos observado a niños que sufren de dolores agudos o enfermedades terminales mientras que otros personalmente hemos sufrido de dolor intenso y/o enfermedad. Algunos hemos sufrido los altibajos del dolor emocional, causados por nuestros propios actos o los de terceros.

Mientras puede haber algunos de nosotros que haya conocido relativamente poco dolor, otros pueden haber experimentado una enormidad de él. Algunos ya han visitado su propio Getsemaní; otros aún lo esperan. Los mormones creen que tal oposición es parte de la experiencia mortal pero que puede ser santificadora.

Y en ocasiones las presiones son de una variedad o recurrencia diferentes, cuando nuestros corazones han sido expuestos a situaciones menos visibles para otros:

Ocasiones en las que a alguien equivocado se le toma como correcto, en contra nuestra.

Ocasiones en las que nuestras expectativas exceden a nuestra realidad.

Ocasiones en las que nos aferramos a la hebra de la esperanza o el deseo.

Ocasiones en las que se juzga equivocadamente nuestro carácter o se nos acusa falsamente.

Ocasiones en las que nuestra fortaleza se quiebra.

Ocasiones en las que, como hijos de Israel, dudamos de la existencia de una tierra prometida.

Sin importar la naturaleza o magnitud de la prueba, el tamaño de la mano de Dios nunca cambia. Y nunca desaparece. Lo que sí hace, sin embargo, es continuar “ensanchando nuestros corazones” (Salmos 119:32)

“Desde el desierto”

Aquí hay un ejemplo simple de la influencia del Señor en mi vida como una joven madre. Esta ocurrió hace 15 años, después de que nació Talía. Mi sistema inmunológico parecía colapsar, probablemente la desnutrición durante la enfermedad en el embarazo y los cambios hormonales correspondientes. En todo caso, me sentí agotada después de su nacimiento e incapaz de correr tan rápido como estaba acostumbrada.

De hecho, todavía me sentía como si llevara conmigo un hotel cuando me levantaba de la cama, o caminando hacia un campo de inducción del sueño de arrúllate con Dorothy, aun después de “doce” horas en la tierra de las canciones para dormir, dos veces mi requerimiento normal. Mis circunstancias persistían e invité a la depresión por causa de mi incapacidad de recuperar mi anterior resistencia.

Un día, abrí providencialmente el Libro de Mormón (un libro canónico sorprendente y segundo testigo de Jesucristo), en Alma 37: 38-47, y leí lo siguiente:

38. Y ahora, hijo mío, tengo algo que decir concerniente a lo que nuestros padres llaman esfera o director, o que ellos llamaron Liahona, que interpretado quiere decir brújula; y el Señor la preparó.

39.… Y he aquí fue preparada para mostrar a nuestros padres el camino que habían de seguir por el desierto.

41. Sin embargo por motivo de que se efectuaron estos Milagros por medios pequeños; se les manifestaron obras maravillosas. Mas fueron perezosos y se olvidaron de ejercer su fe y diligencia, y entonces esas obras maravillosas cesaron, y no progresaron en su viaje.

42. Por lo tanto, se demoraron en el desierto, o sea, no siguieron un curso directo, y fueron afligidos con hambre y sed por causa de sus transgresiones… (énfasis añadido)

Me inundó el espíritu de revelación penetrante. El Señor reconoció mi propia experiencia salvaje. No fui exceptuado de la misma ni tampoco la hubiera creado. Pero había más.

Me impresionó el hecho de que los Nefitas (antiguos habitantes de este continente cuyos registros estuve leyendo, que habían huido de Jerusalén en el tiempo de Sedequías para venir a esta tierra), “no progresaron en su viaje” y en verdad, “se demoraron en el desierto” más de lo necesario.

Ajá, recién lo estaba entendiendo. El Señor parecía decir, en estos versículos, que yo podía “dejar” el desierto en cualquier momento que estuviera lista, lista para ejercer mi fe en mayor medida. El examen había terminado pero todavía estaba prendida del salón de exámenes. En lugar de seguir un “curso directo”, había innecesariamente tomado una desviación espiritual (42). Qué plato tan apetecible preparado por un Padre amoroso.

Pronto empecé a investigar nuevas formas de acercarme a mis síntomas físicos, mientras solicitaba por mayor ayuda del sacerdocio, cuando empecé gradualmente a mejorar hasta que recuperé mi salud emocional y física y el vigor. Esto no significa que todas las enfermedades tienen lenta recuperación, eso fue en este caso, mi salud se iba a recuperar conforme aumentara mi fe en ese proceso de recuperación.

Al tener un corazón presionado o depresivo, me refugiaba en la palabra y el amor del Señor en mi circunstancia individual. Ha habido otros incidentes o momentos cuando el Señor lo ha hecho de manera similar, como Él lo promete, y dispersó las nubes de la oscuridad para mí como lo hizo por Nefi, un profeta que vivió en este continente, y otros registraron en escritura moderna (Alma 19:6; D. y C. 21:6)

Estoy agradecida por esas impresiones del corazón.

Colectivamente, me recuerdan otro tipo de presión, aun “La prensa del olivo”. Ver Parte II.

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