“Seremos testigos de Dios en todo tiempo, en todas las cosas y en todo lugar a medida que procuremos vivir de acuerdo con los valores de las Mujeres Jóvenes, que son: fe, naturaleza divina, valor individual, conocimiento, elección y responsabilidad, buenas obras, integridad, y virtud” (Lema de las Mujeres Jóvenes). Crecí repitiendo este compromiso cada domingo durante seis años. Podía recitar palabra por palabra el lema en cualquier momento, y sentía que los valores indicados eran una parte muy importante de lo que yo era. Hay un valor en particular que discutimos en mi clase del Nuevo Testamento esta semana que yo nunca le di mucha importancia. Ese valor o idea es nuestra propia naturaleza divina. Somos literalmente hijos espirituales de nuestro Padre Celestial, por lo tanto nuestra naturaleza es divina. La esencia misma de lo que somos y de dónde venimos es celestial.
La palabra griega para ‘naturaleza’ se pronuncia foo’sis, y significa “género de una especie o sustancia”. Un género en términos científicos se refiere a una clase o familia, por lo que la naturaleza significa que es un cierto tipo o sustancia que proviene de una familia u origen. ‘Foo’sis’ también puede referirse al crecimiento de la germinación o expansión. Si miramos esto en términos simbólicos, somos como las semillas de un árbol gigante. El Padre Celestial es el árbol y nosotros sólo somos pequeñas semillas que no nos vemos nada similares al árbol pero tenemos el potencial para serlo. (¿Esto te recuerda a alguna película de Pixar Animation Studios? ¿Te suena a la película “Bichos”?) Al igual que una semilla se ve muy diferente a un árbol, no nos parecemos en nada a nuestro Padre Celestial en cuanto a nuestros atributos y perfección, pero estamos creciendo para ser como Él, porque tenemos ese potencial inherente en nosotros. Somos de naturaleza divina. El conocer esta sencilla verdad cambia cómo nos vemos y cómo vemos a los demás. La Proclamación de la Familia declara que “cada uno es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos”.
Cada uno de nosotros somos dioses y diosas en la base de nuestra creación. Sólo somos semillas. Pero estamos destinados a ser mucho más, y tenemos una naturaleza divina que nos permitirá algún día ser como Dios es.
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Este artículo fue escrito por un estudiante de BYU