¿Creen ustedes que Dios responde a las oraciones de sus hijos? ¿O qué sucede con nuestras oraciones? Como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (también conocida como la “Iglesia Mormona” por amigos de otras religiones) sigo el consejo de mis líderes de la iglesia que nos enseñan a orar todos los días, en realidad, a “orar siempre” (Doctrina y Convenios 10:4). Debido a que he seguido este consejo, sé y testifico que Él contesta nuestras oraciones, todas y cada una de ellas.

oración-mormonaEn un libro titulado “Be Not Afraid—Only Believe”, escrito por Ted L. Gibbons y publicado en 2009 por Cedar Fort, Inc., él da ejemplos (antiguos y modernos) de oraciones que fueron contestadas en el “debido tiempo” del Señor:

No temas, porque tu oración ha sido oída

Zacarías y Elisabet eran buenas personas. “Ambos eran justos delante de Dios y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y estatutos del Señor” (Lucas 1:6). Eran viejos y “de edad avanzada” (Lucas 1:7), y se afligían, porque no tenían hijos. Todos conocemos a alguien que ha sentido que el proceso de concebir es como un obstáculo agonizante. Mi esposa y yo tenemos dos hijos casados que anhelaban tener descendencia. Los miembros de la familia han orado con ellos durante años, y el Señor ha escuchado nuestras oraciones. Pero pensemos en el tiempo que Elisabeth y Zacarías esperaron. ¿Cuántos años pasaron con el ciclo continuo de oraciones aparentemente sin respuesta? ¡Y ambos eran justos! La historia no ofrece ningún indicio de que el hecho de que no tuvieran hijos se debiera a que carecían de la espiritualidad.

Por último, en el templo, Zacarías vio a Gabriel y “el ángel le dijo: Zacarías, no temas, porque tu oración ha sido oída, y tu esposa Elisabet te dará a luz un hijo” (Lucas 1:13). ¡Aún seguían orando! A su edad avanzada, cuando Zacarías era “viejo, y [su] esposa… de edad avanzada” (Lucas 1:18), ¡todavía estaban orando!

Es obvio que Dios retiene algunas de las bendiciones porque quiere enseñar lecciones que van más allá de los ejercicios evidentes del arrepentimiento y la rectitud. Cuando era presidente de la Universidad Brigham Young, el élder Holland dijo una vez: “Dios quiere que seamos fuertes y buenos”. ¡Esa es una gran teología! Y Dios necesitaba padres fuertes para Juan el Bautista. Quién sabe lo que Dios quería que estos dos santos antiguos aprendieran, pero creo que los años de espera y de oración deben haberlos refinado, los fortaleció en formas que nunca podrían haber ocurrido con una casa llena de niños.

También creo que cuando Elisabeth ponía a Juan contra su pecho y cuando Zacarías recibió su voz de nuevo y ofreció esa asombrosa profecía (Lucas 1:67-79) acerca de la misión de su hijo, no había nada que lamentar…

En mi propio y debido tiempo

Juan 5 cuenta de un hombre con una enfermedad terrible que tenía suficiente fe para ser sanado, pero que había sufrido durante treinta y ocho años (Juan 5:2-9). Veinticinco veces en las Escrituras el Señor dice que Él hará las cosas a su “propio y debido tiempo”. Esta frase tan repetida nos enseña que no podemos esperar que Dios actúe de inmediato cada vez que le pidamos algo. Nosotros esperamos que Él escuche y demuestre compasión. Esperamos recibir cuando pidamos, que las puertas se abran cuando llamemos, y que vamos encontrar cuando busquemos (Mateo 7:7, Lucas 11:8; 3 Nefi 14:7; D.y C. 88:63), pero hay que dejar el tiempo en manos de alguien que sabe más que nosotros. Tuve que aprender esta lección por mí mismo.

Diecinueve años después de la muerte de mi padre, mi madre se volvió a casar. En tres años, su segundo esposo falleció y ella se quedó sola con una ceguera en aumento por degeneración macular. Aunque tenía una hermana que vivía cerca de mi madre, sentí la necesidad de mudarme a la ciudad donde ella vivía con el fin de ayudar. Le dije a los responsables de las asignaciones para el Sistema Educativo de la Iglesia, mi empleador, que si era posible quería ser trasladado a Seminario de Logan. Expliqué mi preocupación por mi madre y me dijeron que se haría todo lo posible por reubicarme. Mi esposa y yo orábamos a menudo porque estábamos ansiosos de que el Señor estuviera conciente de lo que esperábamos.

Cuando se hicieron las asignaciones, me enteré de que no sería trasladado a Logan para enseñar. No había vacantes para mí. Estaba decepcionado, pero me resigné y resolví solicitarlo de nuevo al año siguiente.

En el verano antes de que empezara el nuevo año escolar, asistí a una reunión de personal del SEI en la BYU. Una vez allí, me encontré con el director de Seminarios de Logan, un amigo y ex obispo. Él tenía una pregunta para mí.

“Ted, ¿por qué decidió no venir a Logan?” “Yo no decidí”, le dije. “No tenían ninguna vacante”. “¿No hay vacantes?”, Respondió. “Ted, la oficina central puso tres maestros nuevos en nuestro seminario para el próximo año”. De repente, mis sentimientos cambiaron. Yo no podía entender por qué mi solicitud, mi justa petición, no había sido concedida. ¿Por qué el Señor no intervino para conducirme al lugar donde me necesitaban? Yo sabía lo que era mejor. ¿Acaso Él no?

Estos eran mis sentimientos el día que hablé con el director de Logan y durante varias semanas después. Lo que había ocurrido no tenía sentido. Todo lo que podía ver con mis ojos naturales me indicaba que debía ser trasladado a Logan. No tuve en cuenta el tiempo del Señor en este asunto, pero si lo hubiera hecho, me habría preguntado qué de bueno podría pasarle a mi madre al pasar un año más sin mi ayuda.

Sin embargo, pocas semanas después de empezar las clases, mi madre, que odiaba la idea de que pudiera convertirse en una carga para uno de sus hijos, entregó su independencia. Devolvió su casa a los hijos de su segundo esposo y se mudó a la casa de mi hermana mayor, a una media milla calle abajo de mi propia casa.

Unos meses más tarde, mi hermana y su esposo aceptaron un llamamiento para presidir una misión. Sólo necesitamos una media hora mudar a mamá y sus pertenencias a mi casa.

Cuán agradecido estaba que el Señor impusiera Su tiempo y no me diera lo que había suplicado. Cuán agradecido estoy de adorar a un ser que puede ver la amplia extensión de la eternidad y permitir que las cosas cooperen para el bien de Sus hijos. (Págs. 111-115)

Los invito a seguir el consejo del profeta mormón, el presidente Thomas S. Monson, quien dijo: “Mediante la oración personal y la oración familiar, al confiar en Dios con fe, no dudando nada, podemos invocar Su extraordinario poder para rescatarnos. El llamado que Él nos hace es, como siempre ha sido: “Venid a mí” (“Acerquémonos a Él en oración y fe“, Liahona, marzo de 2009). Dios el Padre desea responder a nuestras oraciones, al igual que un padre desea cumplir los sueños de sus hijos, y Él contestará nuestras oraciones, simplemente necesitamos seguir orando con fe, hasta que nuestra oración sea contestada.

Este artículo fue escrito por Ashley Bell, miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

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