Cuando yo era estudiante de último año en la escuela secundaria, me faltaba un crédito de inglés necesario para graduarme. Tenía crédito adicional para muchas actividades extracurriculares. Me gustaba la escuela y aprovechaba cada oportunidad que se me presentaba. Solicité a la junta escolar omitir mi último año e ir directamente a la universidad, pero cuando el tiempo se acercaba la junta escolar negó mi solicitud. Me decidí a tomar cualquier clase que pensaba que sería divertida e interesante. Pensé que ya que un buen número de mis parientes eran profesores y maestros universitarios, las clases nocturnas en la universidad serían divertidas y fáciles. Para mi sorpresa, la universidad fue más difícil de lo que pensaba. El problema principal fue que era joven y sin experiencia en la vida y la mayoría de mis compañeros universitarios ya habían crecido y se habían experimentado en la vida; parecía más fácil para ellos y más difícil para mí siendo recién salido de la escuela secundaria.
Mi padre anunció que se estaba divorciando de mi madre después de 25 años de matrimonio. Mi mundo se vio sacudido. Yo siempre había pensado en ir a una misión, pero ahora parecía que había problemas económicos en todas partes. Mis recursos se desvanecieron ya que el divorcio se prolongó. Me parecía en esos momentos oscuros que podría no ser financieramente capaz de ir a la misión y tal vez casarme con mi novia de la secundaria empezó a verse bastante bien. Sabía en mi corazón que era inaceptable y me arrepentiría después si no iba. Para hacer mi decisión aún más difícil, dos de mis empleadores de la secundaria ahora me ofrecían contratos a tiempo completo con un salario mucho mayor y un paquete de beneficios increíbles, incluida la cobertura médica total, visión, reembolso de la universidad y oportunidades de progreso en el futuro. Esto merecía una seria meditación y por ello mi mundo se había complicado. Finalmente, después de muchas horas de oración y casi un año tratando de poner mi vida financiera en orden, llené mis papeles para la misión. Recibí mi llamamiento y completé mi misión.
Cuando llegué a casa yo era un tipo ocupado. Mi padre me había pre-registrado para comenzar la universidad al día siguiente de mi regreso. Ya tenía todo encaminado incluso antes de que llegara a casa. Estaba ansioso por empezar mi formación académica y mi misión me dio la confianza de que ya no estaría en desventaja por mi edad y falta de experiencia. Planifiqué un horario riguroso. En mi primer trimestre tenía 15 créditos (12 se consideraba Jornada completa). Muchos de mis amigos antes de la misión ya iban por su tercer año cuando empecé. Estaba decidido que me graduaría con ellos. De hecho, en los próximos dos años me sumergí en mis estudios académicos a menudo con un máximo de 19 a 27 créditos trimestrales y el permiso especial requerido de varios decanos y hasta del presidente de la universidad. En un día típico para mí, mi primera clase comenzaba a las 7:30 de la mañana y no llegaba a casa hasta mucho después de las 11:00 pm (cuando la biblioteca cerraba y yo caminaba a casa). Un trimestre me sentí tan ocupado que decidí que estaba demasiado ocupado como para tomar una clase de institutos. Fue un gran error. Así que además de mis “clases para conseguir créditos” siempre he tenido por lo menos una clase de institutos. Era un oasis de paz en mi día. Los domingos estaba en un curso de capacitación de maestros y más tarde era maestro de niños de 11 a 13 años de edad. Parecía que cada momento de mi vida estaba previsto. Yo sabía exactamente qué y cuándo estaría haciendo en casi todo momento. También salía en citas dobles los fines de semana con un coche prestado con amigos y asistíamos a charlas fogoneras y devocionales. Estaba consumido y exhausto. Una vez, una de mis citas me preguntó: “¿Qué estás haciendo para ti mismo? ¿Seguro que tienes tiempo hasta para tener citas? Siento tener que decir que me quedé desconcertado por la pregunta.
Un domingo, mientras estaba sentado en la reunión sacramental, abrí mi Biblia y allí leí una historia acerca de Jesús visitando a dos hermanas, María y Marta (ver Lucas 10:38-42). María se sienta y charla con Jesús mientras Marta se preocupaba de muchos quehaceres. Después de un rato Marta se resiente y le pregunta a Jesús: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”, pero Jesús responde: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”. María entiende lo que es verdaderamente importante. La ansiedad y la preocupación de Marta se manifiestan en sus acciones. A pesar de que les sirve, sus acciones no traían alegría, sino resentimiento. María eligió “tener gozo y disfrutar de la presencia de Cristo”.
Cuando me ocupaba en mis cursos académicos, el servicio en la iglesia y las citas, estos nacían de la ansiedad y la preocupación y tal vez del extremo establecimiento de metas. Elegí hacer caso omiso a lo que me rodeaba y a las decepciones al ocupar todo mi tiempo despierto con actividades. Me ignoré a mí mismo, porque no sabía cómo enfrentarme a mis realidades sin sentir lástima por mí mismo. Los dos grandes mandamientos son amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esto supone una cantidad saludable de amor propio. Si no nos preocupamos por nosotros mismos y nos volvemos a Dios, a nuestras familias y amigos para satisfacer nuestras necesidades, ¿cómo seremos capaces de cuidar de alguien más? Estamos llamados a amar a Dios y al prójimo, pero también se espera que nos amemos a nosotros mismos y afrontemos la realidad por más desagradable que pueda ser a veces. Dios no quiere que estemos ansiosos y preocupados, ni tan ocupados que olvidemos amarnos a nosotros mismos, a nuestras familias y vecinos. Jesús nos invita a relajarnos y simplemente sentarnos en Su presencia, en resumen para disfrutar, aprender, crecer y ser transformados por Su amor.
María escogió la mejor parte. Estamos llamados a hacer lo mismo. Tenemos que desarrollar una relación personal con Dios y ser nutridos y apoyados por Su amor. Sólo entonces podremos ser libres para servir a los demás con alegría y disfrutar de la generosidad y la calidez que sólo viene de experimentar el amor incondicional de Dios. Una vez que hemos tomado esa decisión y reconocemos la presencia de Dios, sólo entonces podemos experimentar esa paz especial de seguridad, y alegría y que es nuestra y no puede ser despojada de nosotros.
Artículo escrito por Mel Borup Chandler
Mel Borup Chandler vive en California. Escribe sobre temas relacionados con la ciencia, avances tecnológicos y medicina. Mel es un ex miembro de Los Ángeles Press Club. Además, sirvió en una misión SUD en Argentina durante la “Guerra Sucia” de Argentina. Ha escrito para varios periódicos en español en el área de Los Ángeles incluyendo La Opinión y El Universal. Su dirección de correo electrónico es [email protected].
Recursos Adicionales:
El Señor Jesucristo en el mormonismo
Están invitados a adorar en una congregación SUD local