Élder David B. Haight
del Quórum de los Doce Apóstoles
El élder Haight habla de la vida y misión de Cristo, tal como lo revelan las Escrituras (algunas únicamente mormonas). Él insiste en que Cristo y Su mensaje divino es la razón por la cual Iglesia pone tanta importancia en el trabajo misionero de los mormones.
En el corazón del hombre, cualquiera sea su raza o condición en la vida, hay anhelos inexpresables de algo que por ahora no poseen. Este anhelo ha sido infundido en nosotros por un Creador que se preocupa por sus hijos.
El objetivo de nuestro amoroso Padre Celestial es que ese anhelo del corazón humano nos conduzca hacia Aquel que es el único que puede satisfacerlo, Jesús de Nazaret, que fue preordenado en el gran consejo, antes de que se creara la tierra.
El Jesús premortal dijo al hermano de Jared:
“He aquí, yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo… En mi todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, si, aun cuantos crean en mi nombre…” (Éter 3: 14).
Hoy es el día de la Pascua de Resurrección, un día señalado para conmemorar la resurrección física del Salvador del mundo. Por ser miembros de Su Iglesia restaurada, es imperante que hagamos todo lo posible por aumentar nuestro conocimiento de Su misión premortal, de los primeros días de Su ministerio, de Su injusta crucifixión, de la agonía de Su sufrimiento, de Su sacrificio final y Su resurrección. Todos estamos profundamente en deuda con Él, ya que Él nos ganó al derramar Su preciosa sangre. Estamos completamente obligados a seguir Sus admoniciones, a creer en Su nombre y a testificar de Él y Su palabra.
Debo algunas de mis palabras a los relatos de testigos oculares de la vida de Cristo, según están registrados en el Nuevo Testamento; a profetas antiguos y contemporáneos, y especialmente al profeta José Smith por su testimonio personal de que Dios el Padre y Su Hijo viven, y por haber seguido fielmente las instrucciones divinas de sacar a luz la plenitud del Evangelio eterno, contenido en el Libro de Mormón y otros libros canónicos de los últimos días. Doy gracias por los escritos apostólicos de los élderes James E. Talmage y Bruce R. McConkie y de otros escritores, incluso el teólogo y creyente Frederic W. Farrar. Las Escrituras nos enseñan las verdades del evangelio, y los autores inspirados añaden a nuestro conocimiento.
Sabemos que durante los últimos días de Su vida terrenal, Jesús había dejado de enseñar en público y había pasado el miércoles antes del día de la Pascua en Betania, en retiro. Al día siguiente, el jueves, Jesús les mandó a Pedro y a Juan que fueran a Jerusalén, en donde encontrarían una habitación preparada a fin de que pudiesen reunirse. En ese cuarto Jesús se reunió con los Doce, y se sentaron a comer.
Se acostumbraba que cuando una persona entraba a una habitación, se quitara las sandalias en la puerta y le lavaban los pies para limpiarlo del polvo del camino. Por lo general, esta humilde tarea la efectuaba un criado, pero en aquella noche sagrada, “Jesús mismo, con Su humildad y abnegación eternas, se levantó de Su lugar en la mesa para llevar a cabo este humilde servicio” (Frederic W. Farrar, The Life of Christ, Fountain Publications, Portland, Or., 1980, pág. 557).
Jesús les dijo:
“Vosotros me llamáis Maestro, Señor; y decís bien, porque lo soy. “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Juan 13:13 14).
“Él, Su Señor y Maestro, les había lavado los pies. Era una tarea amable y gentil, y así debía ser la naturaleza de su conducta unos con los otros. Él lo había hecho para enseñarles la humildad… la abnegación… y el amor” (Frederic W. Farrar, The Life of Christ, Fountain Publications, Portland, Or., 198, pág. 559)
Durante el curso de la cena, les reveló la terrible noticia de que uno de ellos lo traicionaría, causándoles gran consternación.
Después, Jesús le dijo a Judas “Lo que vas a hacer, hazlo más pronto” (Juan 13:27). Y Judas salió de la habitación para llevar a cabo su terrible acto.
Sabiendo lo que estaba por suceder, Jesús expresó los sentimientos de su corazón a Sus once elegidos, diciendo:
“Ahora es glorificado el Hijo el Hombre, y Dios es glorificado en él…
“Hijitos, aun estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero… A donde yo voy, vosotros no podéis ir.
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:31, 33-35).
Mientras estaban en aquel aposento alto, Jesús, instituyendo el sacramento de la Santa Cena, tomó pan, lo partió, lo bendijo y lo repartió a Sus discípulos, diciendo:
“… Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mi”.
Y luego, pasándoles la copa, les dijo:
“Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:19-20).
El Salvador oró al Padre por los Apóstoles y por todos los que creyeren:
“… Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti;
“como le has dado potestad sobre toda carne, para que de vida eterna a todos los que le diste.
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:13).
El tiempo que le quedaba para permanecer con ellos era corto. Les habló del Espíritu Santo a quien Él enviaría para consolarlos y guiarlos en la verdad; les enseñó muchas cosas esa noche en aquel aposento, al tratar de prepararlos para aquello que sabía que estaba por suceder.
Se levantaron de la mesa, unieron sus voces en un himno y salieron de la habitación juntos para caminar hacia el huerto de Getsemaní y todo lo que allí les esperaba.
“Había llegado la hora terrible de Su más profundo sufrimiento… Nada le quedaba… sino la tortura del dolor físico y… el sufrimiento mental… Sosegó Su espíritu por medio de la oración y la meditación para poder hacer frente a aquella hora en que todo lo malo que hay en el poder de Satanás se desataría implacablemente sobre el Inocente y Santo. Y debía hacer frente a aquella hora solo” (Frederic W. Farrar, The Life of Christ, Fountain Publications, Portland, Or., 1980, pág. 575).
“Mi alma”, dijo Él, “está muy triste, aun hasta la muerte” (Mateo 26:38). No eran la angustia y el temor al dolor y la muerte, sino “la carga… de los pecados del mundo lo que atormentaba Su corazón” (ibíd, págs. 576-579).
“Se alejó para encontrar Su único consuelo en la comunicación con Su Padre. Y ahí encontró todo lo que necesitaba. Antes de que concluyera aquella hora, estaba preparado para lo peor que Satanás o el hombre pudieran infligirle” (ibíd, pág. 580).
“Del terrible conflicto en el Getsemaní, Cristo salió triunfante. Aunque en la angustiosa tribulación de esa… hora había pedido que se apartara de Sus labios la amarga copa… el deseo supremo del Hijo era cumplir la voluntad del Padre” (James E Talmage, Jesús el Cristo, pág. 645).
Después llegó Judas, con su beso traicionero; la entrega de Cristo a Sus enemigos; el arresto del Hijo de Dios; los tres falsos juicios ante los sacerdotes y el Sanedrín; los insultos y los escarnios de la multitud; la aparición de Cristo ante Poncio Pilato y luego Herodes, y otra vez ante Pilato. Luego, llegó el fallo final de Pilato; después de haber sido en vano tres apelaciones ante la multitud de judíos para que perdonaran a uno de los suyos, entregó a Jesús para ser azotado.
“La flagelación precedía por lo general a la crucifixión… Se desnudaba a la víctima públicamente… se le ataba a un pilar… Luego se le azotaba con muchas correas en el extremo de las cuales se colocaban filosos fragmentos… de hueso [o piedra]… La víctima por lo general perdía el conocimiento o a veces moría” (Frederic W Farrar, The Life of Christ, Fountain Publications, Portland, Or., 1980, pág. 624).
Una vez que se hubo preparado la cruz, la pusieron sobre Sus hombros y lo llevaron al Gó1gota. “Pero Jesús estaba debilitado… por horas… de violenta…agitación… una noche de profunda… emoción… el sufrimiento mental en el huerto, y los tres juicios y las tres sentencias de muerte ante los judíos… Todo esto, además de las… heridas causadas por la flagelación y la pérdida de sangre, lo habían privado completamente… de Su fortaleza física” (ibíd, pág. 634-635). De manera que hicieron que uno de los espectadores cargara la pesada cruz.
En el Calvario, Cristo fue colocado sobre la cruz.
“Sus brazos se extendían a lo largo de las vigas; y en el centro de las palmas abiertas, se colocó el extremo de un enorme clavo… el que hundieron… [a través de la carne temblorosa] en la madera” (ibíd, pág. 639). También le clavaron los pies a la cruz, la cual fue levantada lentamente y depositada firmemente en la tierra.
“Todas las voces a su alrededor exclamaban blasfemias y despecho, y durante aquella lenta agonía, Su oído de moribundo no escuchó palabras de gratitud, de compasión ni de amor” (ibíd, pág. 644). Cualquier movimiento era una agonía para las recientes heridas de las manos y los pies. “El vértigo… la sed… el insomnio… la fiebre… la vergüenza, las largas horas de tormento… todo esto caracterizaba la muerte a la que Cristo estuvo sentenciado” (ibíd, pág. 641).
Jesús fue clavado sobre la cruz en aquel fatídico viernes, probablemente entre las nueve y diez de la mañana.
“Al mediodía se opacó la luz del sol, y una densa niebla se extendió por todo el país. La tenebrosa obscuridad continuó durante un período de tres horas… Fue una señal adecuada de la profunda lamentación de la tierra por la muerte inminente de su Creador” (James E Talmage, Jesús el Cristo, págs. 694-695).
A la hora novena, Cristo pronunció aquella angustiosa exclamación: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 21:46). “En esa hora más crítica, el Cristo agonizante se hallaba a solas… A fin de que el sacrificio supremo del Hijo pudiera consumarse en toda su plenitud, parece que el Padre retiró… Su Presencia inmediata, dejando al Salvador de la humanidad la gloria de una victoria completa sobre las fuerzas del pecado y la muerte” (ibíd, pág. 695).
Más tarde, “comprendiendo plenamente que ya no estaba abandonado, sino que el Padre había aceptado Su sacrificio expiatorio, y que Su misión en la carne había llegado a una gloriosa consumación, Jesús exclamó en alta voz de sagrado triunfo: ‘Consumado es’ (Juan 19:30). Entonces, con reverencia, resignación y alivio, se dirigió a Su Padre, diciendo: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ (Lucas 23; 46)” (ibíd, pág. 696).
“En ese momento, el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; y la tierra tembló… la multitud, con gran solemnidad… regresó a Jerusalén” (Frederic W. Farrar, The Life of Christ, Fountain Publications, Portland, Or., 1980, pág. 652).
Con mucho cuidado, bajaron de la cruz el cuerpo de Cristo, lo colocaron en una sábana limpia que había comprado José de Arimatea, lo cubrieron con especias aromáticas y lo llevaron a un jardín cercano que era propiedad de José, en donde había un sepulcro nuevo.
Como ya era el atardecer, “las preparaciones tuvieron que hacerse con mucha prisa, porque una vez que se pusiera el sol empezaría el día de reposo. Por lo tanto, lo único que podían hacer era lavar… y colocar el amado cuerpo entre las especias, envolverle la cabeza con un lienzo blanco, enrollar el fino lienzo alrededor de las extremidades heridas, y colocar el cuerpo reverentemente en el rocoso nicho”. Luego se hizo rodar una gran piedra sobre la entrada del sepulcro. (ibíd, pág. 659).
Al amanecer de aquella mañana de la primera Pascua de Resurrección, las dos Marías, junto con otras mujeres, llevaron sus preciosas especias y ungüentos a la tumba para terminar de preparar el cuerpo; se preguntaban quien les ayudaría a quitar la piedra de la entrada del sepulcro. Azoradas, encontraron que la pesada piedra había sido quitada, que el cuerpo de Jesús no estaba ahí, y que dos ángeles vestidos de blanco testificaban que Cristo se había levantado de entre los muertos. Las mujeres se apresuraron para llevar las noticias a los discípulos. Juan y Pedro acudieron apresurados al lugar y encontraron que así era; el sepulcro estaba vacío.
María Magdalena regreso una vez más al sepulcro y ahí pronunció la palabras: “… se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” Entonces Jesús mismo apareció ante ella y le dijo: “¡María!” Cuando ésta lo reconoció, El le dijo con suavidad:
“… No me toques, porque aun no he subido a mi Padre; mas ve a mi hermanos, y diles: Subo a mi Padre a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Ella se apresuró a obedecer. (Juan 20: 13-17.)
Después de levantarse de la tumba al tercer día después de Su crucifixión, Jesús se apareció no sólo a María sino a las otras mujeres también; la tercera vez apareció a Pedro. El mismo día, dos de los discípulos estaban en camino a un pueblo llamado Emaus cuando Cristo se puso caminar junto a ellos. Una vez más por quinta vez, en aquel inolvidable día de Pascua de Resurrección, Jesús se manifestó a sí mismo a Sus discípulos. Diez de ellos estaban reunidos buscando consuelo, cuando Cristo se les apareció.
“Paz a vosotros”, les dijo.
“Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. (Lucas 24:36, 39).
Más tarde, en la costa de Galilea, mientras el Salvador y los discípulos comían juntos, Jesús le preguntó a Pedro:
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? … Sí, Señor; tú sabes que te amo… Apacienta mis corderos.
“… Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?”, volvió a preguntarle. “Sí, Señor; tú sabes que te amo… Pastorea mis ovejas.
“Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” Angustiado, Pedro respondió: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Y el Señor le repitió de nuevo: “Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17).
Jesús eligió el Monte de los Olivos como el lugar para Su ascensión. En ese lugar, el Salvador instruyó a los Apóstoles y a los que Él había comisionado:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
“enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 1920).
Esa es nuestra comisión. Esa es la razón por la que vamos a todas las naciones de la tierra a predicar Su evangelio.
Eliza R. Snow, que amaba esta obra -como yo- escribió estas bellas líneas:
Jesús, en la corte celestial,
mostró Su gran amor
al ofrecerse a venir y ser el Salvador.
Su vida libremente dio;
Su sangre derramó.
Su sacrificio de amor
al mundo rescato …
Oh cuan glorioso y cabal
el plan de redención:
merced, justicia y amor
en celestial unión.
En el nombre de Jesucristo. Amén.