Al reflexionar sobre mi juventud, recuerdo participar de la Santa Cena (Sacramento) en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (inadvertidamente llamada la Iglesia “Mormona” por los medios de comunicación). Los hombres jóvenes, que poseían el sacerdocio de Dios, bendecían el pan partido y luego lo pasaban a la congregación; luego bendecían el agua y de la misma manera pasaban los pequeños vasos a aquellos que estaban presentes. También recuerdo a mi madre sabiamente hacer a un lado mis crayones y alcanzarme un libro de imágenes para que pueda ver imágenes de Jesús durante este momento sagrado. En ese entonces no comprendí el simbolismo detrás de la Santa Cena (en el catolicismo, y en otras religiones, puede ser conocido comunión o Santa Comunión), pero recuerdo pensar que el pan tenía un mejor sabor que cualquier otro pan que pudiera comer en casa. Ni bien cumplí la edad suficiente para ser bautizada (8 años para los Santos de los Últimos Días) intenté replicar este pan de buen sabor en mi propia cocina, partiendo una rebanada de pan en pequeños trozos como los que vi en la iglesia. Luego los comí como bocadillos mientras veía dibujos animados en la televisión. ¡Qué triste fue para mí el hecho de que no sabían igual! Con el tiempo llegué a darme cuenta que la razón por la cual creía que sabía tan bien en la Iglesia no era por el tamaño del pan, sino debido al significado detrás de todo. Permítanme explicarlo:
Momentos antes que Jesucristo entrara al Jardín de Getsemaní, Él, junto con los Doce Apóstoles, se reunieron en el Alto Aposento, donde tuvieron La Última Cena; al final de esta importante reunión, Jesús de Nazaret instituyó el Sacramento (Ver Mateo 26:26-29). Allí el Salvador dijo a Sus discípulos que participen de la repartición del pan en memoria del sacrificio de Su cuerpo; y beber de la copa en memoria de Su sangre que fue derramada para la remisión de pecados. Mientras que los Santos de los Últimos Días (mormones) no creemos en la transustanciación; el cambio literal del agua y el pan en la sangre y el cuerpo de Cristo; sí creemos que los emblemas representan plenamente y nos recuerdan de Su sacrificio supremo por nuestros pecados, y nos llena con Su Espíritu al volver a comprometernos de aplicar este sacrificio en nuestras vidas. Claro que el Espíritu involucrado en recordar al quien sacrificó Su vida por nosotros lo haría tanto que una niña pequeña amaría todo (incluso el buen sabor del pan) lo que esté asociado con esta ordenanza (un acto sagrado y formal realizado por la autoridad del sacerdocio; el poder de Dios en la tierra).
Cuando participamos del sacramento, renovamos el convenio (un acuerdo entre Dios y el hombre) que hicimos al bautizarnos. Al hacer esto prometemos tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo, prometemos recordarlo siempre, y prometemos guardar todos Sus mandamientos (ver D. y C. 20:77; Moroni 4:3; 5,2). Con cada convenio que el hombre guarde, Dios da una bendición. En la oración sacramental aprendemos que el Salvador conviene con nosotros que nosotros siempre tendremos Su Espíritu con nosotros. ¿Qué otra bendición más grande podría haber?
Cuando el Salvador murió, fue “un gran y postrer sacrificio” (ver Alma 34:13). El élder Bruce R. McConkie (ex miembro del quorum de los Doce Apóstoles en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días) lo dijo proféticamente cuando declaró, “Jesús, celebrando la Fiesta de la Pascua, y de esta manera dignificando y cumpliendo la ley a plenitud, inició el sacramente de la Cena del Señor. El sacrificio terminó y se inició el sacramento. Fue el fin de la vieja era, y el principio de la nueva. El sacrificio significaba el derramamiento de sangre y el rasgado de la carne del Cordero de Dios. El sacramento sería en remembranza de su sangre derramada y carne magullada, los emblemas, el pan y el vino, los tipifican tan plenamente como el derramamiento de sangre de animales en sus días” (McConkie, Comentario Doctrinal del Nuevo Testamento, 1:719-20).
Abajo tenemos la dirección del Señor para las palabras de las oraciones del sacramento, al como se encuentra en el libro de escrituras modernas conocido como la Doctrina y Convenios, en la sección 20:77, 79:
77 Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que participen de él, para que lo coman en memoria del cuerpo de tu Hijo, y testifiquen ante ti, oh Dios, Padre Eterno, que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de tu Hijo, y a recordarle siempre, y a guardar sus mandamientos que él les ha dado, para que siempre puedan tener su Espíritu consigo. Amén.
79 Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este vino para las almas de todos los que lo beban, para que lo hagan en memoria de la sangre de tu Hijo, que por ellos se derramó; para que testifiquen ante ti, oh Dios, Padre Eterno, que siempre se acuerdan de él, para que puedan tener su Espíritu consigo. Amén.
Las bendiciones de la Santa Cena (Comunión) son más preciosas que cualquier cosa del mundo que uno pueda imaginar. Una de las gloriosas bendiciones del bautismo es que nos volvemos limpios por medio de Jesucristo. Sé que he cometido errores desde que fui bautizada, y es por eso que estoy tan agradecida de que cada domingo pueda asistir a la reunión sacramental para renovar mis convenios bautismales con Dios y volver a ser limpia nuevamente; siempre y cuando tenga un “corazón quebrantado y espíritu contrito” (ver Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo: 3 Nefi 9:20).
Escrito por Ashley Bell, miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (“Mormona”), graduada de la Universidad Brigham Young en Gestión Recreacional, esposa y futura madre, residente de Taylorsville, Utah.
Recursos Adicionales:
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¿Qué significa tener un corazón quebrantado y un espíritu contrito, y cómo esto puede acercarme a Jesucristo?
Vea a un apóstol de los tiempos modernos testificar de la importancia de la Santa Cena.