Las escrituras hacen frecuente referencia a nacer de Dios, nacer del Espíritu, y ser bautizado con fuego y con el Espíritu Santo. ¿Qué es exactamente este renacimiento, y como se realiza?
Sacrificio y el Nacer del Espíritu
En el Libro de Mormón el rey Benjamín enseñó que la naturaleza del hombre mortal era ajena a la naturaleza de Dios. También definió, en el mismo versículo, el estado deseado de un santo:
“sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él” (Mosíah 3:19). Un verdadero santo está dispuesto a ser totalmente sumiso a Dios.
José Smith brinda una definición similar:
Hagamos una observación aquí, de que una religión que no requiere del sacrificio de todas las cosas nunca tiene el poder suficiente para producir la fe necesaria para la vida y la salvación; porque, de la primera existencia del hombre, la fe necesaria para el gozo de la vida y la salvación nunca puede ser obtenida sin el sacrificio de todas las cosas terrenales….
Es en vano que las personas presuman entre sí que son herederos de éstas, o pueden ser herederos junto con aquellos que han ofrecido todo de sí en sacrificio, … a menos que ellos, de la misma manera, ofrezcan ante Él el mismo sacrificio, y por medio de esta ofrenda obtengan el conocimiento de que fueron aceptados por Él. (“Lec Haes on Faith”, Salt Lake City: N. B. Lundwall, n.d., 6:7-8).
Tengamos en cuenta que los Santos de los Últimos Días, bajo el profeta José Smith o bajo cualquier profeta consiguiente, nunca han sido requeridos de sacrificar todas las cosas (excepto para aquellos que fueron martirizados en los primeros días de la Iglesia). Sin embargo, muchos de los fieles estaban dispuestos, y podían ver cómo eran las cosas temporales y las cosas sin valor del mundo cuando se comparaban con el valor del evangelio y la salvación.
Nacer de Nuevo
Nicodemo fue a Jesús en la noche deseando saber cuáles eran los requisitos para la salvación. Sucintamente, Jesús respondió: “el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Sin entender, pensando que Jesús se estaba refiriendo a un segundo nacimiento mortal, Nicodemo preguntó cómo podría ser tal cosa. Entonces el Salvador además definió el requisito: “el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5).
Así los requisitos fueron mencionados para entrar al reino de Dios, “Nacer del agua” es ciertamente bautismo por agua. ¿Hemos cumplido con esta ordenanza? Para aquellos de nosotros en la Iglesia de Jesucristo, la respuesta es sí.
Pero, ¿hemos “nacido del Espíritu”? Esto no es muy fácil de responder. Hemos recibido la ordenanza de la imposición de manos llamada confirmación [para recibir la compañía del Espíritu Santo], ¿pero es todo lo que se necesita? ¿Todo pasa automáticamente después de la imposición de manos sobre nuestras cabezas por aquellos que tienen el Sacerdocio de Melquisedec?
¿Hemos nacido del Espíritu? ¿Hemos sido bautizados con fuego y con el Espíritu Santo?
Dejemos que Alma haga la pregunta de manera diferente: “Y ahora os pregunto, hermanos míos de la iglesia: ¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?” (Alma 5:14; cursiva añadida).
Claro que no hay una respuesta simple para la pregunta, “¿Hemos nacido de nuevo espiritualmente?” Pero sí hay una respuesta. Para entenderla, debemos primero comprender las dos bendiciones distintas e individuales que pueden resultar de la ordenanza de confirmación; primero, el derecho a disfrutar de ciertos dones del Espíritu; y segundo, este cambio maravilloso que llega del bautismo con fuego y del Espíritu Santo.
Dones del Espíritu
Las escrituras especifican que los dones del Espíritu están para
– saber que Jesús es el Cristo
– creer en las palabras de aquellos que saben
– conocer las diferencias de las administraciones
– tener el don del discernimiento
– tener la palabra del conocimiento
– tener el don de la sabiduría
– tener la fe para ser sanados
– tener la fe para sanar
– tener la fe para obrar milagros
– tener el don de la profecía
– hablar en distintas lenguas
– tener interpretación de lenguas.
Ninguno de los dones anteriores habla del poderoso cambio que debe haber obrado sobre el corazón del hombre o del perdón de los pecados que viene con el nacimiento en el Espíritu. El élder Bruce R. McConkie define los “Dones del Espíritu” de la siguiente manera:
Por la gracia de la devoción de seguir a Dios, la fe y la obediencia por parte del hombre; ciertas bendiciones espirituales especiales llamadas dones del Espíritu son otorgadas al hombre…
El propósito de estos dones es de iluminar, alentar y edificar a los fieles para que así puedan heredar la paz en esta vida y sean guiados hacia la vida eterna en el mundo venidero…
Se espera que las personas fieles busquen los dones del Espíritu con todo su corazón. Están para “procurar, pues los mejores dones”. … A algunos será dado un don; a otros, otro…. (Doctrina Mormona, 2da ed., Salt Lake City: Bookcraft, 1966, pág. 314).
Bautismo con Fuego
En contraste con los comentarios anteriores sobre los dones del Espíritu de la definición élder McConkie sobre el “Bautismo con Fuego”:
Para obtener la salvación toda persona responsable debe recibir dos bautismos. Éstos son bautismo por agua y por el Espíritu. … El bautismo por el Espíritu es llamado el bautismo con Fuego y del Espíritu Santo. …Por el poder del Espíritu Santo; que es el santificador (3 Nefi 27:19-21); la escoria, iniquidad, carnalidad, sensualidad, y toda cosa malvada es quemada fuera del alma humana como si fuera por fuego; la persona purificada se convierte literalmente en una nueva criatura del Espíritu Santo. (Mosíah 27:24-26). Es nacido de nuevo.
El bautismo con fuego no es algo adicional a recibir el Espíritu Santo, más bien es el disfrute real del don el cual es conferido por la imposición de manos en el momento del bautismo. La “Remisión de pecados”, dice el Señor, viene “por el bautismo y por el fuego, sí, aún del Espíritu Santo”. (DyC 19:31; 2 Nefi 31:17). Aquellos que reciben el bautismo con fuego están “llenos como de fuego” (Helamán 5:45). (Doctrina Mormona, 2da ed., pág. 73; cursiva añadida).
También establece bajo la sección “Nacer de Nuevo”:
Para obtener la salvación en el reino celestial los hombres deben nacer de nuevo (Alma 7:14); nacer del agua y del Espíritu (Juan 3:1-13); nacer de Dios, para que sean transformados de su “estado caído carnal, a un estado de rectitud”, convirtiéndose en nuevas criaturas del Espíritu Santo (Mosíah 27:24-29). Deben convertirse en bebés recién nacidos en Cristo (1 Pedro 2:2); deben ser “espiritualmente engendrados” por Dios, nacer en Cristo, por lo tanto convertirse en sus hijos e hijas (Mosíah 5:7).
… Los elementos agua, sangre y Espíritu están presentes en ambos nacimientos. (Moisés 6:59-60). El segundo nacimiento empieza cuando los hombres son bautizados en el agua por un administrador legal; es completado cuando reciben verdaderamente la compañía del Espíritu Santo, convirtiéndose en nuevas criaturas por el poder purificador de este miembro de la Santidad. (Doctrina Mormona, 2da ed., pág. 101).
Del debate del élder McConkie, describiendo los dones del Espíritu y el nacimiento del Espíritu, es sencillo discernir las diferencias. Primero, el nacimiento del Espíritu es fundamental para la salvación, mientras que los dones del Espíritu están disponibles como una gran bendición para ayudar y dar consuelo a los Santos mientras siguen el curso de sus vidas. Segundo, el nacimiento del Espíritu purga y santifica a la persona tanto que como una “nueva criatura del Espíritu Santo” es capaz de una vida que se acerca al estándar necesario para la exaltación; está dispuesto a sacrificar todas las cosas terrenales.
Volverse una “Criatura Nueva en Cristo”
Los antiguos profetas pusieron en claro que es necesario el bautismo con fuego para que seamos capaces de vivir en la presencia de Dios eternamente. Un buen ejemplo es la explicación de Nefi de lo que se requiere para estar “en el camino estrecho y angosto”:
Por tanto, amados hermanos míos, sé que si seguís al Hijo con íntegro propósito de corazón, sin acción hipócrita y sin engaño ante Dios, sino con verdadera intención, arrepintiéndoos de vuestros pecados, testificando al Padre que estáis dispuestos a tomar sobre vosotros el nombre de Cristo por medio del bautismo, sí, siguiendo a vuestro Señor y Salvador y descendiendo al agua, según su palabra, he aquí, entonces recibiréis el Espíritu Santo; sí, entonces viene el bautismo de fuego y del Espíritu Santo; y entonces podéis hablar con lengua de ángeles y prorrumpir en alabanzas al Santo de Israel (2 Nefi 31:13; cursiva añadida).
Unos versículos después, Nefi reitera qué debemos hacer para nacer de nuevo:
Por tanto, haced las cosas que os he dicho que he visto que hará vuestro Señor y Redentor; porque por esta razón se me han mostrado, para que sepáis cuál es la puerta por la que debéis entrar. Porque la puerta por la cual debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo en el agua; y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo (2 Nefi 31:17; cursiva añadida).
Alma, durante su gran discurso sobre el sacerdocio, declara:
Por tanto, fueron llamados según este santo orden, y fueron santificados, y sus vestidos fueron blanqueados mediante la sangre del Cordero.
Ahora bien, ellos, después de haber sido santificados por el Espíritu Santo, habiendo sido blanqueados sus vestidos, encontrándose puros y sin mancha ante Dios, no podían ver el pecado sino con repugnancia; y hubo muchos, muchísimos, que fueron purificados y entraron en el reposo del Señor su Dios (Alma 13:11-12; cursiva añadida).
Alma también describe vívidamente su propia conversión:
… me he arrepentido de mis pecados, y el Señor me ha redimido; he aquí, he nacido del Espíritu. Y el Señor me dijo: No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo, deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas; y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios. Os digo que de no ser así, deberán ser desechados…. No obstante, después de pasar mucha tribulación, arrepintiéndome casi hasta la muerte, el Señor en su misericordia ha tenido a bien arrebatarme de un fuego eterno, y he nacido de Dios (Mosíah 27:24-28; cursiva añadida).
Cuando el Salvador enseñó a los nefitas, Él específicamente declaró su necesidad de ser nacidos del Espíritu, diciendo: “Después que seáis bautizados en el agua, he aquí, os bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo. Por tanto, bienaventurados sois si creéis en mí y sois bautizados, después que me habéis visto y sabéis que yo soy” (3 Nefi 12:1; cursiva añadida).
Los nefitas entonces oraron para que recibieran esta gran bendición, y
“…cuando todos fueron bautizados, y hubieron salido del agua, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, y fueron llenos del Espíritu Santo y de fuego.
“Y he aquí, fueron envueltos cual si fuera por fuego; y descendió del cielo, … y descendieron ángeles del cielo, y les ministraron” (3 Nefi 19:13-14; cursiva añadida).
Luego escuchemos a Orson Pratt:
Sin la ayuda del Espíritu Santo, una persona que ha estado durante mucho tiempo acostumbrada a amar el pecado, y cuyas afecciones y deseos son a largo plazo con deleite en el canal degradado del vicio, no tendría más que un mínimo poder para cambiar su mentalidad, de inmediato, de su curso habitual, y para andar en la renovación de la vida. Aunque sus pecados pueden haber sido purificados, aun así tan poderosa es la fuerza del hábito que, sin haber sido renovado por el Espíritu Santo, sería superado fácilmente, y contaminado nuevamente por el pecado. Por consiguiente, es infinitamente importante que las afecciones y deseos sean, en su totalidad, cambiados y renovados, para provocar que éste rechace lo que antes amaba, y ame lo que antes rechazaba: renovar tanto la mente del hombre es la obra del Espíritu Santo. …El bautismo con fuego, sin duda, hace referencia a las cualidades purificadoras del Espíritu Santo, el cual, al igual que el fuego, consume y destruye las afecciones impuras de aquellos que participan de él (N. B. Lundwall, comp., Discursos sobre el Espíritu Santo, Salt Lake City: Bookcraft, Inc., págs. 33, 35; cursiva añadida).
Una bella descripción del efecto de un renacimiento espiritual es brindada por el élder B. H. Roberts:
Además de esa matriz espléndida de poderes y dones del Espíritu Santo, se nos dice que el resultado de poseerlo “es amor, gozo, paz, longanimidad, gentileza, bondad, fe, mansedumbre y templanza”. Sin duda podríamos decir con el apóstol Parley P. Pratt; aunque ligeramente cambiando su lenguaje; el Espíritu Santo se adapta a todos los órganos y atributos del hombre. Su influencia acelera todas las facultades intelectuales, incrementa, engrandece, expande y purifica todas las pasiones y afecciones naturales; y los adapta por el don de la sabiduría a su utilización justa. Inspira, desarrolla, cultiva y madura todas las simpatías buenas, gozos, gustos, sentimientos afines y afecciones de nuestra naturaleza. Inspira la virtud, amabilidad, bondad, ternura, gentileza y caridad. Desarrolla la belleza de la persona, forma y función. Tiende a la salud, vigor, ánimo y sentimiento social. Desarrolla y vigoriza todas las facultades físicas e intelectuales del hombre. Fortalece y vigoriza y entona los nervios. En resumen, es, por así decirlo, la médula del hueso, gozo para el corazón, luz para los ojos, música para los oídos y vida para el ser entero (“Key to Theology, p. 102) (El Evangelio, 9na ed., Salt Lake City: Deseret Book Co., 1950, págs. 204-5).
No hay otorgamiento automático
Con las poderosas declaraciones precedentes de profetas antiguos y modernos frescas en nuestras mentes, algunos pueden llegar a decir en sus corazones: “He recibido el don del Espíritu Santo por la imposición de manos; ¿Por qué no he recibido tal experiencia?”
La respuesta a esto bien puede ser que sin duda ¡ellos no recibieron el “don” del Espíritu Santo! La ordenanza de la imposición de manos sólo le da el derecho al don a uno cuando uno califica para ello. Escuchemos al élder McConkie:
El mero cumplimiento con la formalidad de la ordenanza del bautismo no quiere decir que una persona ha nacido de nuevo. Nadie puede nacer de nuevo sin el bautismo, pero la inmersión en el agua y la imposición de manos para conferir el Espíritu Santo por sí mismas no garantizan que la persona ha sido o será nacida de nuevo. El renacimiento toma lugar sólo para aquellos que en verdad disfruten del don o la compañía del Espíritu Santo, sólo para aquellos que son totalmente convertidos, que se han entregado sin restricción al Señor. Así Alma se dirigió a sus “hermanos de la iglesia”, y puntualmente les preguntó si habían “nacido espiritualmente de Dios”, recibido la imagen de Dios en sus rostros y tenían el “cambio poderoso” en sus corazones lo que siempre asiste a la luz del Espíritu (Alma 5:14-31) (Doctrina Mormona, 2da ed., pág. 101).
El nacimiento del Espíritu no vendrá automáticamente. Una persona debe hacer un esfuerzo concentrado de buscar esta gran bendición. A veces se necesitará meses y años de preparación.
¿Sabremos cuándo recibamos el nacimiento del Espíritu? ¿Viene gradualmente de manera que ya podemos haberlo recibido pero no nos dimos cuenta? No hay duda de que la preparación espiritual para recibir este “nuevo nacimiento” puede ser un proceso largo y gradual. Pero el cambio distintivo mencionado por Alma me lleva a creer que uno no puede recibir tal experiencia sin una conciencia poderosa de ello. Como el “testigo del Espíritu”, reconoceremos fácilmente este don cuando llegue, y sabremos el día y la hora en que lo recibamos.
Otra razón por la que creo que sabremos cuando el nacimiento del Espíritu llegue es que en este punto nuestros pecados serán purificados de nosotros; una experiencia descrita por palabras como “fuego” y “quemadura”. Seguramente tal purga interna será perceptible.
Un profeta moderno, el presidente Marion G. Romney, dice:
La conversión es efectuada por el perdón divino, lo que remite los pecados. La secuencia es algo como esto. Un buscador sincero oye el mensaje. Pregunta al Señor en oración si es verdad. El Espíritu Santo le da un testimonio. Eso es un testimonio. Si el testimonio de uno es lo suficientemente fuerte, se arrepiente y obedece los mandamientos. Por tal obediencia recibe el perdón divino lo que remite los pecados. Por tanto es convertido a una nueva vida. Su espíritu es sanado (“Improvement Era” (Artículo en inglés, diciembre de 1963, pág. 1066; cursiva añadida).
Experiencias de renacimiento de creyentes
Tal vez si vemos a algunos de aquellos que han experimentado el renacimiento espiritual podremos identificar mejor y relacionarlo con el proceso. Un buen punto de inicio es la experiencia de Pedro; su desarrollo espiritual está claramente delineado en las escrituras. Pedro estaba estrechamente asociado con el Salvador a lo largo de la mayoría de Sus tres años de ministerio. Pedro vio la sanación de los enfermos, el resucitar de un muerto, y el sosiego de los mares. Vio a Cristo transfigurado con Moisés y Elías en el monte y oyó la voz de Dios declarar, “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; a él oíd”. (Mateo 17:5).
¿Podríamos decir que Pedro tuvo un testimonio anterior a la muerte del Salvador?
Sin duda alguna sí. En un punto Jesús preguntó a Sus discípulos, “¿quién decís que soy Yo?” y “Respondió Simón Pedro y dijo: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!
“Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:15-17; cursiva añadida). Aquí Jesús confirmó que Pedro sin duda sabía, por revelación, de la divinidad de la misión de Cristo.
Pero aunque Pedro tenía un testimonio, aún no estaba convertido. Un año después, Jesús le dijo, “y tú, una vez vuelto, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:32; cursiva añadida).
Es interesante ver el cambio notable que tuvo lugar en Pedro cuando fue convertido. El poder y la fortaleza de Pedro en el libro de Hechos están fuera de duda. ¿Cuando recibió Pedro este “cambio poderoso” en su corazón? Tengamos en mente que la prédica de Pedro en Hechos estaba dirigida a la misma gente que había matado a Cristo y podía hacer lo mismo con él. El “cambio poderoso” que deshizo el miedo, intensificó el compromiso y le dio poder a su testimonio vino cuarenta y nueve años después de la resurrección de nuestro Salvador en Pentecostés con el otorgamiento del Espíritu Santo sobre la Iglesia.
¿Podría ser que los Doce Apóstoles fueran “nacidos del fuego” en este tiempo? Yo creo que sí fue así. La experiencia de Pedro no sólo verifica la diferencia entre el testimonio y la conversión, sino también revela dramáticamente la intensidad del impacto el cual el “cambio poderoso” tiene sobre los corazones de los hombres. Algunos ejemplos modernos más pueden también ayudar al lector a evaluar su estado en relación al renacimiento espiritual. Tengamos en cuenta cuán similares son estos ejemplos con los relatos en las escrituras. El élder Parley P Pratt. Relata el siguiente incidente en su autobiografía:
Mi amada esposa ha vivido ahora para cumplir su destino; y cuando el niño estaba vestido, y ella lo hubo mirado y abrazado, ella dejó de vivir en la carne. Su muerte sucedió cerca de tres horas después del nacimiento de su hijo prometido. Unos días antes de su muerte ella había tenido una visión en pleno día mientras estaba sentada en su habitación. Estaba embargada o inmersa en un pilar de fuego, el cual parecía llenar la habitación entera, como si fuera a consumirla y todas las cosas en ella; y el Espíritu susurró a su mente, diciendo: “Habéis sido bautizada por fuego y el Espíritu Santo”. También le dio a entender que debía tener el privilegio de partir de este mundo de lamento y dolor, e ir al paraíso de descanso tan pronto como hubiera cumplido la profecía en relación al hijo prometido. Esta visión se repitió al siguiente día a la misma hora, a saber: doce en punto. Ella fue envuelta por un gozo y una paz inefables, y lucía cambiada en toda su naturaleza desde ese momento en adelante. (Autobiografía de Parley P. Pratt, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1972, pág. 166; cursiva añadida).
El presidente Lorenzo Snow también relata la experiencia de su renacimiento:
Después de dos o tres semanas después que me bauticé, un día mientras estaba ocupado en mis estudios, empecé a reflexionar sobre el hecho que no había obtenido un conocimiento de la verdad de la obra… empecé a sentirme muy inquieto. Dejé a un lado mis libros, salí de la casa y anduve deambulando a través de los campos bajo la influencia opresiva de un espíritu melancólico y desconsolador, mientras que una indescriptible nube de oscuridad parecía envolverme. Había tenido la costumbre, al final del día, de retirarme para orar secretamente, a una arboleda… pero en esta ocasión no sentí el deseo de hacerlo. El espíritu de oración había partido y los cielos parecían de bronce sobre mi cabeza. Finalmente, dándome cuenta que la hora de orar secretamente había llegado, concluí que no iría al servicio de la tarde, como una formalidad, arrodillado como estaba por el hábito de hacerlo, y en mi lugar privado de costumbre, pero no me sentía como debía sentirme.
Tan pronto abrí mis labios en un esfuerzo para orar, cuando escuché un sonido, justo arriba de mi cabeza, como un susurro de túnicas de seda; e inmediatamente el Espíritu de Dios descendió sobre mí: envolviendo mi persona completamente, llenándome desde la coronilla hasta la planta de mis pies, ¡oh, qué gozo y felicidad sentí! Ningún idioma puede describir la transición casi instantánea de estar en una densa nube de oscuridad mental y espiritual a la luz refulgente y de conocimiento… Fue un bautismo completo, una inmersión tangible en el principio o elemento celestial, el Espíritu Santo; y aún más real y físico en sus efectos sobre cada parte de mi ser que la inmersión en el agua; disipando por siempre, tanto como la razón y la memoria duren, toda posibilidad de duda. …
No podría decir cuánto tiempo permanecí en flujo total del dichoso gozo y la iluminación divina, pero fueron varios minutos antes que el elemento celestial que me llenó y me rodeó empezara a desvanecerse gradualmente. Al levantarme de mi postura de oración,… supe que Él había conferido sobre mí lo que sólo un ser omnipotente puede conferir; lo que es de mayor valor que toda la riqueza y honores que el mundo pueda otorgar. Esa noche, cuando me retiré a descansar, las mismas manifestaciones maravillosas se repitieron, y continuaron haciéndolo por varias noches sucesivas. El dulce recuerdo de aquellas gloriosas experiencias… imparte una influencia inspiradora… y confío que lo harán hasta el cierre de mi existencia terrenal. (Biografía a11d Registro Familiar de Lorenzo Snow, comp. Eliza R. Snow, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1884, págs. 7-9; mayoría de cursiva añadida).
Con estos ejemplos frescos en nuestra mente, ¿pueden visualizar el impacto espiritual de una experiencia como tal? ¿Pueden imaginar cómo aquellos que han sido nacidos de nuevo pueden vivir más plenamente la ley de sacrificio después de tal renacimiento? ¿Pueden ver cómo la habilidad de vivir mucho más cerca al estándar de una vida semejante a la de Cristo sería incrementada? La conveniencia del renacimiento espiritual está fuera de duda.
¿Hemos tenido esta experiencia? Como Alma preguntó: “¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?”
*Adaptado de Nacer del Espíritu por E. Richard Packham, CFI Publishers.
Springville, Utah, 2008.
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