El Libro de Mormón, Otro Testamento de Jesucristo, es la historia religiosa de un pueblo que habitaba en las Américas entre los años 600 a.C. y 400 d.C. Fue traducida por José Smith de un registro antiguo por el don y el poder de Dios. Como su título indica, enseña acerca de Jesucristo combinado con las enseñanzas del Antiguo y Nuevo Testamento para ayudar a formar los cimientos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; el apodo “mormones” viene de su título. En el Libro de Mormón, Jesús mismo habla sobre cómo Él ya no requiere más de sacrificios animales. En lugar de eso, Él requiere del sacrificio de un corazón quebrantado:
Yo soy la luz y la vida del mundo. Soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Y vosotros ya no me ofreceréis más el derramamiento de sangre; sí, vuestros sacrificios y vuestros holocaustos cesarán, porque no aceptaré ninguno de vuestros sacrificios ni vuestros holocaustos.
Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Y al que venga a mí con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo…
He aquí, he venido al mundo para traer redención al mundo, para salvar al mundo del pecado (El Libro de Mormón, 3 Nefi 9:18-21).
En su nuevo libro “Enabled by the Power of Christ” (Habilitado por el Poder de Cristo), E. Richard Packham describe cómo un corazón quebrantado puede llevarnos a nuestro Salvador, Jesucristo:
Un día hace algunos años, estaba utilizando un diccionario íntegro para buscar el deletreo de una palabra en particular. Cuando mi dedo recorría por la columna de palabras, de repente un término muy familiar resaltó: corazón quebrantado. No pude evitar detenerme y ver lo que Mr. Webster tenía para contribuir a mi entendimiento. Un concepto propuesto de lo que el término significaba era: “Un término teológico que quiere decir estar aplastado espiritualmente”. La idea pasó por mi cabeza, “¿Qué hay en el evangelio que pueda provocarnos estar aplastados espiritualmente?” Todos los principios del evangelio que se enseñan traen gozo y felicidad –matrimonio eterno, la resurrección, el Plan de Salvación y así sucesivamente. Repentinamente, la idea llenó mi ser de que tal vez como personas, llegamos a entender el sufrimiento profundo de la Expiación del Salvador al darnos cuenta que contribuimos personalmente a ese sufrimiento. Entonces somos “atraídos a Cristo”. Esta realización, quebranta nuestros corazones y trae una contrición de espíritu, incrementando el compromiso a un cambio de vida que no puede llegar de otra manera. Penetra en nosotros hasta el punto de no querer hacer de este gran ofrecimiento de amor, una ofrenda hecha en vano. Produce un pesar ante Dios al punto de quebrantar nuestros duros corazones, abriéndonos al compromiso, y cambiando nuestras vidas para ser completamente sumisos a Él que ha dado tanto…
Obtuve el permiso de Lynn McKinley, un catedrático jubilado de la Universidad Brighan Young, para citar una experiencia personal sagrada que describe profundamente este proceso cuando le ocurrió a él:
Nunca antes he conocido tal trabajo en el espíritu. Mi esposa e hijos estaban a una hora de distancia, visitando a su madre, y yo estaba solo en la casa. Sentí la vieja soledad familiar humana pero no estaba para nada preparado para lo que vino. Me arrodillé junto al sofá, empecé a orar para atraer al Espíritu a mi pecho por consuelo y ayuda. Pero pronto sentí un poder abrumador llenando mi ser, no era un poder de luz y exaltación que quería y esperaba, que había experimentado de manera mesurada antes en ocasiones, sino un poder que parecía casi magullar mi carne y aplastar mi espíritu con el terrible conocimiento de mi culpa terrenal.
Los vívidos recuerdos vergonzosos de los pecados que había cometido me partían el corazón conforme pasaban ante mis ojos y se establecían en mi pecho. Casi podía sentir la angustia que el Maestro soportó por mí estando en Getsemaní; el doloroso pesar que sentí, al saber con ardiente conocimiento que cada pecado que había cometido o que –Dios me libre– aún podría cometer, tenía la necesidad de ser absuelto por el amargo dolor dentro de su propio cuerpo puro, perfecto y paciente. De qué manera los llantos rasgaron mi garganta. Mi espíritu se quejó de dolor. Con toda la fortaleza en mí desnudé mi alma, confesé tan profundamente como mi conciencia podía soportar y aún más, y rogué perdón a los pies de Él, mi Salvador y mi Rey, le ofrecí mi vida, si es que era digna para Él. Él la compró con Su sangre, la sangre que brotó por cada poro.
¿Podría tal compromiso total venir sin un conocimiento del incomprensible sufrimiento del Salvador? Verdaderamente, un corazón quebrantado es el toque final en el proceso del arrepentimiento que proporciona el compromiso, la purga y la limpieza que permite un conocimiento del perdón por venir. (Enabled by the Power of Christ, por E. Richard Packham. 2008. Springville, Utah: Cedar Fort, Inc.)
Cuando nos permitimos experimentar verdaderamente los efectos de la expiación de nuestro Salvador, Jesucristo, esto quebrantará nuestros corazones con un conocimiento de nuestros pecados. Pero cuando nuestros corazones estén quebrantados, también pueden finalmente ser purgados y sanados por medio de Su maravilloso amor y poder al volver nuestra vida completamente hacia Él.
Hoy con humildad te pido
Que Tu Espíritu me des
Al tomar el pan y el agua
En Tu nombre otra vez
No me dejes olvidar
Que fue por mí, Oh, Salvador
Que sufriste en el calvario,
Padeciendo mi dolor
Llena nuestro corazón de
Tolerancia y amor
Intercede ante el Padre
Por nosotros, Oh, Señor
Y al ser hallados dignos
De Tu acto Redentor
Déjanos al fin volver a
Tu presencia, Salvador.
(“Hoy con Humildad Te Pido”, por Mabel Jones Gabbott y Roland Prichard, Himnos de Sión #102)
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