mormon-jesus-christ-stormLos huracanes rugen y los tsunamis inundan, matando gente y destruyendo hogares. Los dictadores oprimen a sus pueblos; niños indigentes mendigan en las calles de las principales ciudades en todo el mundo. Seres queridos mueren y los miembros de las familias sufren. Si Dios es amoroso, podríamos preguntar, ¿por qué hay sufrimiento en el mundo?

Dios mismo ha respondido a estas preguntas en las escrituras. En cada momento de cada día, Él nos recuerda:

¿Acaso se olvidará la mujer de su niño de pecho y dejará de compadecerse del hijo de su vientre? Pues, aunque se olviden ellas, yo no me olvidaré de ti.

He aquí que en las palmas de mis manos te tengo grabada… (Isaías 49:15-16).

Pero aún queda la pregunta: si Él se acuerda de nosotros y nos ama tan completamente, ¿por qué permite que suframos?

Dios nos ama, por eso nos mandó a la tierra para elegir entre el bien y el mal

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (inadvertidamente llamada “La Iglesia Mormona” por los medios de comunicación) enseña que Dios tiene un plan para nosotros. En La Perla de Gran Precio, que contiene escrituras antiguas de Abraham y Moisés así como revelación moderna, Dios explica que nosotros somos Su obra y Su gloria:

Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre (La Perla de Gran Precio, Moisés 1:39).

La vida mortal no es el principio de nuestra existencia, y tampoco es el final. Como los hijos espirituales literales de Dios, nuestro Padre Celestial, vivimos con Él antes de que vengamos a la tierra. Estamos aquí debido a Su amoroso plan para que nosotros aprendamos, crezcamos y nos volvamos más como Él, para que podamos obtener la vida eterna y experimentemos la plenitud de gozo que Él experimenta. Para ser como Él, necesitamos cuerpos físicos como el Suyo, y la oportunidad de escoger entre el bien y el mal. Dios nos ama tanto que permite que el proceso natural del mundo continúe para que podamos experimentar plenamente la vida mortal y el don definitivo de la vida eterna. Él ama a cada uno de Sus hijos, incluso a aquellos que escogen hacer el mal y causan sufrimiento a los demás. Debido a que nos ama muchísimo, permite que suframos en manos de otros para que cada uno pueda experimentar plenamente las consecuencias de elegir el bien o el mal. Debido a que Él ama a Sus hijos muchísimo, permite que cualquiera pueda decidir entre el bien o el mal, para tomar verdaderas decisiones con consecuencias reales.

En ese ambiente, se nos requiere que actuemos por nosotros y nos probemos a nosotros mismos y a Dios para ver si guardaremos todos Sus mandamientos y venceremos el pecado y la oposición… El deseo del Padre es proporcionarnos a todos la oportunidad de recibir una plenitud de gozo, incluso la plenitud que él posee en Su estado perfecto y glorificado. (Cristoffel Golden Jr., El Plan de Nuestro Padre, octubre de 2001 Conferencia General de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días).

Al elegir vencer a la maldad y la oposición, nuestra naturaleza finalmente puede volverse más como la Suya, permitiéndonos así sentir como Él siente y vivir como Él vive.

Dios nos ama, por eso envió a Jesucristo para expiar por nosotros

Debido a que Dios nos ama lo suficiente como para dejarnos elegir, las decisiones de que toman otras personas a menudo nos causan dolor y sufrimiento. Dios envió a Su Hijo, Jesucristo, para proporcionar el camino para que nosotros podamos vencer el sufrimiento que los demás pueden causarnos, así como el sufrimiento que nos causamos a nosotros mismos por medio del pecado. La expiación de Jesucristo mitiga los efectos del pecado y el sufrimiento en nuestras vidas si aprendemos a elegir el bien arrepintiéndonos de nuestros pecados y guardamos Sus mandamientos. El regalo del Salvador es la mayor evidencia de todo el amor de Dios por nosotros:

Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16).

Jesús, el Hijo Unigénito del Padre en la carne, voluntariamente tomó sobre Sí el sufrimiento de todos los hombres debido a Su gran amor por nosotros. Nuestro Salvador, que no había cometido pecado, sufrió más allá de nuestra capacidad para comprender y murió por nuestros pecados. En El nuevo Testamento y en La Doctrina y Convenios, un libro de revelaciones a profetas modernos, Cristo describe Su amor y Su sufrimiento. No se ha visto amor más grande (ver Juan 15:13 y Doctrina y Convenios 18:10-13). El sufrimiento de Cristo en Getsemaní y en la cruz pagó el precio por nuestros pecados, con la condición del arrepentimiento; Su resurrección de la muerte rompió los lazos de la muerte y el sufrimiento físico para todos los hombres. La expiación nos protege de ser destruidos por las luchas de nuestras vidas. A causa del sacrificio de nuestro Salvador, podemos tener alivio para nuestras cargas en la mortalidad y regresar a Dios para vivir con Él eternamente.

Podemos experimentar personalmente el amor de Dios aquí en la tierra

Por medio de nuestra fe en Jesucristo, podemos sentir el gran amor que Dios tiene por nosotros aquí en la tierra. Muchos cristianos a través de la historia pueden testificar del gozo y la sanación que han sentido al haber experimentado el amor de Dios. El Libro de Mormón, Otro Testamento de Jesucristo, es la traducción moderna de algunos registros de los convenios de Dios con un pueblo antiguo en las Américas. Una historia contenida en ella es la historia de Alma hijo, que era el hijo del profeta de un pueblo antiguo. Alma provocó gran sufrimiento a su padre y a otros participando activamente en la búsqueda y destrucción de la fe de los cristianos que vivieron durante su época. Un día mientras estaba viajando con sus compañeros, experimentó una visión similar a la de Pablo en la cual era ordenado a cesar su obra de destrucción. De pronto se dio cuenta el terrible daño que había causado a su pueblo, y cayó a la tierra, incapaz de moverse, consumido por la desesperación. Por tres días fue sacudido por el tormento al pensar en sus pecados. Pero al final de los tres días, él recordó las cosas que le habían enseñado con respecto a la expiación de Cristo. Clamó a Jesucristo por ayuda y por perdón:

Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!

Y he aquí que cuando pensé esto, ya no me pude acordar más de mis dolores; sí, dejó de atormentarme el recuerdo de mis pecados.

Y ¡oh qué gozo, y qué luz tan maravillosa fue la que vi! Sí, mi alma se llenó de un gozo tan profundo como lo había sido mi dolor.

Sí, hijo mío, te digo que no podía haber cosa tan intensa ni tan amarga como mis dolores. Sí, hijo mío, y también te digo que por otra parte no puede haber cosa tan intensa y dulce como lo fue mi gozo (El Libro de Mormón, Otro Testamento de Jesucristo, Alma 36:18-21).

lehi-vision-dream-mormonCuando estamos abrumados por el pecado o la desesperación, también podemos clamar a nuestro amoroso Padre Celestial por ayuda. Por medio de la expiación de Jesucristo, podemos sentir Su gran amor y ser sanados. Otros profetas del Libro de Mormón describieron un Árbol de la Vida, cuyos frutos representaban el amor de Dios. Describieron el amor de Dios diciendo que llenaba sus almas con gran gozo (1 Nefi 8:12), y que es “sumamente precioso,…más dulce que todo lo dulce, y más puro que todo lo puro”, (Alma 32:42) de manera que al deleitarse de él, no tuvieron más hambre ni sed.

Podemos sentir el amor de Dios reconociendo Sus entrañables misericordias

A menudo se dice que la clave de la felicidad es la gratitud. Al reconocer las pequeñas formas en que Dios interviene en nuestras vidas a diario, podemos darnos cuenta de que Él nos cuida constantemente con amorosa preocupación. El élder David Bednar, un apóstol de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, nombra a las “sumamente personales e individualizadas bendiciones” que recibimos del Señor en Sus “entrañables misericordias” diarias. Algunas de estas bendiciones son “la fortaleza, la protección, la seguridad, la guía, la amorosa bondad, el consuelo, el apoyo y los dones espirituales que recibimos del Señor Jesucristo, por causa de Él y por medio de Él”. Dios nos conoce a cada uno de nosotros, y nos proporciona justamente lo que necesitamos, conforme pasa cada instante, para que podamos crecer y ser más como Él. Su cuidado día a día es un testimonio diario de Su gran amor por nosotros. A medida que clamemos a Él en nuestras dificultades, seremos llenados de Su amor. El Señor nuestro Dios no descansa ni duerme, y nos cuida siempre. Estamos grabados en las palmas de Sus manos.

Hablemos más sobre cómo sufrimos por los pecados de los demás, albedrío

Recursos Adicionales:

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Identificarnos en el Sueño de Lehí

La Asombrosa Gracia: La Historia de Sara

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