En la conferencia general de octubre de 1995, de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (en ocasiones conocida como la Iglesia Mormona), el Presidente Boyd K. Packer [apóstol moderno] dijo:

“Con excepción de unos pocos que han optado por seguir la vía de la perdición, no existen el hábito, la adicción, la rebelión, la transgresión, la apostasía, ni el crimen en los cuales no pueda cumplirse la promesa de un perdón completo. Esa es la promesa de la Expiación de Cristo”. (“La luminosa mañana del perdón” Liahona, enero de 1996, pág. 20-23)

jesucristo-mormónCiertamente, la Expiación tiene el poder de redimirnos del pecado y los efectos de la Caída. Sin embargo, la Expiación tiene el poder de habilitarnos. Habilitar significa “hacer posible; dar poder, medios o habilidad; hacer capaz”. El poder redentor de la Expiación, que se activa mediante la fe en Jesucristo, nos hace poderosos, capaces, competentes y sagrados. Es el poder que nos compensa cuando hacemos nuestro mejor esfuerzo y aún tenemos deficiencias. Es el poder que magnifica nuestras habilidades, permitiéndonos lograr algo más allá de nuestra propia capacidad natural. Es el poder que nos faculta a seguir intentándolo incluso cuando nos sentimos rendidos. Es el poder por el cual “nacemos de nuevo” (Juan 3:3) y llegamos a ser perfectos (Juan 17:23)

Nuestra meta no es sólo llegar a ser limpios. ¡Nuestra meta es llegar a ser como Dios! No podemos hacerlo por nosotros mismos. C.S Lewis dijo:

“Cuando era niño a menudo tenía dolor de muela, y sabía que tenía que acudir a mi madre para que me diera algo que eliminara el dolor por esa noche y me permitiera dormir. Pero no acudía a mi madre -por lo menos no hasta que el dolor fuera muy fuerte… Yo no tenía duda de que me daría una aspirina; pero sabía que ella también haría algo más. Sabía que ella me llevaría al dentista a la mañana siguiente. No podía obtener de ella lo que yo quería sin recibir algo más, que no deseaba. Yo quería un alivio inmediato del dolor, pero no podía obtenerlo sin [también ir al dentista]”.

Nuestro Señor es como el dentista… Docenas de personas acuden a Él para ser curados de algún pecado determinado del que se avergüenzan… o que obviamente está arruinándoles la vida… Bueno, Él sanará ese pecado: pero no se detendrá allí. Puede que sea lo único que pediste; pero una vez que lo llamas, Él procederá a darte el tratamiento completo…”No te equivoques”, dice Él, “Si me lo permites, te haré perfecto. En el momento en que te pongas en Mis manos, será porque eso deseas. Nada menos ni otra cosa que eso. Tú tienes albedrío, y si eliges, puedes alejarme de tu vida. Pero si no me alejas, entiende que voy a ver que se realice esta obra…Yo no reposo, ni te dejo reposar, hasta que seas literalmente perfecto –hasta que mi Padre pueda decir sin reservas que en ti Él tiene complacencia, como dijo que en mí tenía complacencia”.

E incluso –éste es otro aspecto igualmente importante – este Ayudante, quien, a largo plazo, estará satisfecho con nada menos que con la perfección absoluta, además, estará complacido con el primer esfuerzo débil y con tropiezos que usted haga mañana para cumplir el deber más simple”.

Al igual que el poder redentor de la Expiación, el poder habilitador se hace posible por la gracia de Dios. Podemos, por nuestros pecados, deshabilitarnos espiritualmente nosotros mismos. Sin embargo, no podemos sin Su ayuda, llegar a estar espiritualmente habilitados. El es la fuente, el “tomacorriente” del poder. Si aceptamos Su expiación y permitimos que nuestra voluntad sea consumida en la Suya, podemos “enchufarnos” a aquella inagotable fuente de poder y fortaleza.

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