Christ-visits-Book-of-Mormon-peoplesJesucristo en realidad no usó la palabra gracia en Su ministerio terrenal. Sólo dos versículos hacen referencia a esta palabra en los cuatro evangelios, y estas fueron pronunciadas por otras personas. Lucas nos dice que la gracia de Dios estaba en Jesús durante su niñez. Juan enseñó: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). Por lo tanto, nuestra comprensión de la palabra gracia proviene de otras personas.

Veamos algunos usos de la palabra gracia en la Biblia. Aunque fueron pronunciadas después de la muerte del Salvador, estas palabras fueron dichas por Sus apóstoles.
La primera referencia del Nuevo Testamento que da información real acerca de la gracia se encuentra en Hechos, capítulo 15. Pablo estaba escuchando a los miembros de la iglesia debatir sobre la circuncisión de los gentiles. En el pasado, el Evangelio no había sido enseñado a los gentiles, y por lo tanto esta era una cuestión relativamente reciente. Pablo, quien decidió que había escuchado lo suficiente o tal vez estaba cansado del debate, se puso de pie y les recordó que habían sido instruidos para enseñar a los gentiles y que la cuestión de la circuncisión ya había sido tratada. La circuncisión como una práctica necesaria terminó con la expiación de Jesucristo. Fue a través de la expiación que nos hemos salvamos, no por el acto de la circuncisión, que había sido destinada a recordar la alianza de Dios con Abraham. Por lo tanto, aprendemos que la gracia llega a través de Jesucristo, y que sólo a través de Él podemos ser salvados.

En Romanos, capítulo tres, Pablo vuelve a hacer frente a los desacuerdos sobre la circuncisión. Les recuerda a todos que los hombres son pecadores y que la circuncisión no salvará a nadie de sus pecados. En los versículos 23, 24 y 25, Pablo escribe:
23 Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
24 siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,
25 a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.
La justificación significa ser restituidos a nuestra propia relación con Dios después haber pecado. Ninguno de nosotros puede hacer esto por cuenta propia. Si Jesucristo no hubiera estado dispuesto a expiar nuestros pecados, ninguna cantidad de arrepentimiento, obediencia o fe nos podría haber salvado. El pecado más pequeño nos mantendría fuera de la presencia de Dios. Debido a la expiación, podemos restaurar nuestro lugar en el reino de Dios. La gracia lo hace posible.

La gracia significa que podemos resucitar después de nuestra muerte. Nos da otras bendiciones también. No somos responsables de las decisiones que Adán y Eva tomaron en el Jardín del Edén y cuando nosotros cometemos un pecado, podemos arrepentirnos si así lo decidimos, y ser perdonados cuando lo hacemos. Todo aquel que vino a la tierra recibe la gracia libremente, sin ningún tipo de acciones u opciones. Los mormones están entre los pocos que realmente creen que la gracia no depende de las obras, ni siquiera del acto de hacer una declaración formal de aceptación de la expiación del Salvador. La gracia es dada libremente a todos.
Aquellos que aceptan a Jesucristo como su Salvador pueden recibir muchas más bendiciones como resultado de la expiación. La gracia hace que sean posibles, pero estas bendiciones adicionales no están al alcance de todos. Para recibirlas, una persona debe aceptar a Jesucristo como su Salvador y tomar sobre sí el nombre de Cristo. Debido a que tomar el nombre del Salvador – llegar a ser conocido como un cristiano – es una responsabilidad sagrada, debemos honrar ese compromiso viviendo el evangelio de amor y fe, y no simplemente vivirlo por un deseo de recompensa.
Las personas que hacen esto, quienes guardan los mandamientos, pueden hacer más cosas que simplemente resucitar y vivir para siempre. Ellos pueden vivir con Dios para siempre. Las Escrituras nos enseñan que nada impuro puede habitar en el cielo, y por supuesto, todos los que piensen así entenderán que sería inapropiado que los impuros habiten con Dios. Cuando morimos y resucitamos, nos llevamos a nosotros mismos. Todavía seremos las personas que éramos antes de morir, en términos de carácter y personalidad. El cielo será maravilloso porque estaremos con Dios y no estaremos viviendo en un estado terrenal, rodeados de aquellos que no honran la verdad o no quieren vivir de la manera que Dios mandó.
El Libro de Mormón ayuda a explicar la relación entre la gracia, que nos permite ser resucitados y vivir para siempre, y la exaltación, que nos permite volver a Dios:
23 Porque nosotros trabajamos diligentemente para escribir, a fin de persuadir a nuestros hijos, así como a nuestros hermanos, a creer en Cristo y a reconciliarse con Dios; pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos;

24 y a pesar de que creemos en Cristo, observamos la ley de Moisés, y esperamos anhelosamente y con firmeza en Cristo, hasta que la ley sea cumplida.

25 Pues para este fin se dio la ley; por tanto, para nosotros la ley ha muerto, y somos vivificados en Cristo a causa de nuestra fe; guardamos, empero, la ley, a causa de los mandamientos.

26 Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados.

27 Por lo tanto, hablamos concerniente a la ley para que nuestros hijos sepan que la ley ya no rige; y, entendiendo que la ley ya no rige, miren ellos adelante hacia aquella vida que está en Cristo, y sepan con qué fin fue dada la ley. Y para que, después de cumplirse la ley en Cristo, no endurezcan contra él sus corazones, cuando la ley tenga que ser abrogada.

(Véase 2 Nefi 25)
Esta escritura expone varios puntos importantes. En primer lugar, nos dice que el propósito del Libro de Mormón es llevar a las personas hacia Cristo y ayudarles a creer en Él. Luego, explica que nos salvamos por la gracia, después de hacer todo cuanto podamos. Esta frase a veces resulta confusa para aquellos que están escuchándola por primera vez. ¿Qué significa?

Esta frase nos dice que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Como se ha mencionado anteriormente, las obras no pueden salvarnos. Dios, como todo buen padre, espera que hagamos por nosotros mismos tanto como sea posible. En este caso, se refiere a guardar los mandamientos. Sin embargo, eso no es suficiente, y los demás requisitos están más allá de nuestra capacidad para realizarlas. Aquí es donde entra en juego la gracia. Hacemos lo que podemos, y a continuación, Cristo hace la diferencia. Él hace por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos, lo cual es la expiación.

Las secciones restantes nos dicen que los nefitas, que fueron las personas que hicieron este registro, guardaban la Ley de Moisés, después de haber venido de Jerusalén en la época del profeta Jeremías, porque el Salvador aún no había llegado y expiado por ellos. Sin embargo, los nefitas entendieron que la ley no los salvaría, sino que estaba allí simplemente para ayudarles a recordar a Dios y a prepararse.

El versículo 26 es la clave para entender el concepto de la gracia. Debemos mirar a Cristo para que nuestros pecados sean perdonados, porque no podemos perdonarnos a nosotros mismos, sin importar lo mucho que obremos.

Nuestra obediencia es de amor, no de codicia, a fin de ser verdadera obediencia. Debería ser una consecuencia natural de nuestra conversión al cristianismo. El resultado de esto es una promesa que el mismo Salvador hizo para los que honren Su nombre:
“10 Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:10).

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