Preexistencia y preordinación del Cristo

Bible-book-MormonAfirmamos, basados en la autoridad de las Santas Escrituras, que antes de nacer en la carne, existía con el Padre el Ser conocido entre los hombres como Jesús de Nazaret, y como Jesús el Cristo entre todos los que reconocen su divinidad; y que en el estado preexistente fue escogido y ordenado para ser el único Salvador y Redentor de la raza humana. La preexistencia, como elemento esencial de la preordinación, queda indicada y comprendida en ésta; de modo que las Escrituras que tratan un asunto guardan afinidad con el otro. Por consiguiente, en esta presentación no se intentará segregar la evidencia, en lo que respecta a su aplicación particular, ya sea a la preexistencia de Cristo o a su preordinación.

Juan el Teólogo vio en visión algunas de las escenas que se desarrollaron en el mundo de los espíritus mucho antes del principio de la historia humana. Presenció la lucha y contienda entre la lealtad y la rebelión, las huestes que defendían la rectitud dirigidas por Miguel el arcángel, y las fuerzas rebeldes acaudilladas por Satanás, también llamado el diablo, la serpiente y el dragón. Leemos: “Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaba el dragón y sus ángeles”. [4]

En esta lucha entre las huestes incorpóreas, los partidos no estaban divididos en bandos iguales; Satanás reunió en torno de su estandarte solamente a la tercera parte de los hijos de Dios, simbolizados por las “estrellas del cielo”.[5] La mayoría luchó al lado de Miguel, o por lo menos se abstuvo de oponerse activamente, [Pg. 7] y de este modo realizaron el propósito de su “primer estado”; mientras que los ángeles que se aliaron con Satanás “no guardaron su dignidad”, [6] y por tanto, se privaron a sí mismos del derecho de las gloriosas posibilidades de una condición avanzada o sea el “segundo estado”.[7] La victoria fue de Miguel y sus ángeles; y Satanás o Lucifer, que hasta entonces había sido un “hijo de la mañana”, fue expulsado del cielo; sí, “fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”.[8] El profeta Isaías, a quien se habían revelado estos sucesos trascendentales cerca de ocho siglos antes de la época en que Juan los escribió, lamenta con sentimiento inspirado la caída de un personaje tan importante, y cita como causa, su ambición egoísta: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo”[9].

En la causa de la gran contienda, es decir, las condiciones que condujeron a este conflicto en los cielos, se hallará justificación para citar estos pasajes de las Escrituras en relación con el asunto que estamos considerando. Es evidente, según las palabras de Isaías, que Lucifer ocupaba ya una posición exaltada, y que intentó engrandecerse a sí mismo sin tomar en consideración los derechos o albedrío de otros. El asunto, expresado en palabras que no admiten equivocación, se halla en una revelación dada a Moisés, y repetida por conducto del primer profeta de la dispensación actual: “Y yo, Dios el Señor le hablé a Moisés diciendo: Ese Satanás, a quien tú has mandado en el nombre de mi Unigénito, es el mismo que existió desde el principio; y vino ante mí, diciendo: Heme aquí, envíame. Seré tu hijo y rescataré a todo el género humano, de modo que no se perderá una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra. Mas he aquí, mi Hijo Amado, aquel que fue mi Amado y mi Electo desde el principio, me dijo: Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre. Pues por motivo de que Satanás se rebeló contra mí, e intentó destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado, y también quería que le diera mi propio poder, hice que fuera echado por el poder de mi Unigénito; y llegó a ser Satanás, sí, aun el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres, aun a cuantos no escucharen mi voz, llevándolos cautivos según la voluntad de él”. [10]

NOTAS

1. Inteligencias graduadas en el estado preexistente.- Muéstrase con toda claridad, mediante una revelación divina dada a Abraham, que los espíritus de los hombres existieron como inteligencias individuales con distintos grados de habilidad y poder, antes de la inauguración del estado terrenal sobre esta tierra y aun antes de la creación del mundo como morada adecuada para los seres humanos: “Y el Señor me había mostrado a mí, Abraham, las inteligencias que fueron organizadas antes que el mundo fuese; y entre todas éstas había muchas de las nobles y grandes; y Dios vio estas almas, y eran buenas, y estaba en medio de ellas, y dijo: A éstos haré mis gobernantes—pues estaba entre aquellos que eran espíritus, y vio que eran buenos – y él me dijo: Abrahán, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer.” (P. de G. P., Abraham 3:22-23)

Siguen inmediatamente a las partes de la revelación citada otros versículos en los que se manifiesta que Cristo así como Satanás se hallaban entre aquellas inteligencias exaltadas, y que Aquél fue elegido y éste rechazado como el futuro Salvador del género humano: “Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra en donde éstos puedan morar; y así los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare. Y a los que guardaren su primer estado les será añadido; y aquellos que no guardaren su primer estado, no recibirán gloria en el mismo reino con los que lo hayan guardado; y quienes guardaren su segundo estado, recibirán aumento de gloria sobre sus cabezas para siempre jamás. Y el Señor dijo: ¿A quién enviaré? Y respondió uno semejante al Hijo del Hombre: Heme aquí; envíame. Y otro contestó, y dijo: Heme aquí; envíame a mí. Y el Señor dijo: Enviaré al primero. Y el segundo se enojó, y no guardó su primer estado-; y muchos lo siguieron ese día”. (Ibid., vers. 24-28)

2. El concilio primordial en los cielos.—”Se afirma definitivamente en el libro de Génesis que el Señor dijo: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza’; y además, después que Adán hubo participado del fruto prohibido, el Señor declaró: ‘He aquí el hombre es como uno de nosotros’; y claramente se deduce que en todo lo relacionado con la obra de la creación del mundo, hubo una consulta; y aunque Dios habló como está escrito en la Biblia, es evidente, sin embargo, que consultó con otros. Las Escrituras nos dicen que ‘hay muchos dioses y muchos señores, para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre’. (1 Cor. 8:5) Es por esta razón, aunque oíros participaron en la creación de los mundos, que la Biblia lo expresa en la forma en que lo tenemos; porque la plenitud de estas verdades se revela únicamente a personas altamente favorecidas, por razones que sólo Dios sabe; y como nos es dicho en las Escrituras: ‘La comunión íntima de Jehová es con los que le temen; y a ellos hará conocer su pacto’. (Salmos 25:14)

“Es congruente creer que en este Concilio Celestial se examinó detenidamente el plan que había de adoptarse con relación a los hijos de Dios, que en esa época eran espíritus y no habían obtenido cuerpos todavía. Porque al considerar la creación del mundo y la colocación de los hombres sobre él – permitiéndoles de esta manera obtener tabernáculos o cuerpos, y con ellos obedecer las leyes de la vida y nuevamente ser exaltados entre los Dioses – nos es dicho que ‘alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios’. El siguiente asunto por resolver fue cómo y de acuerdo con cuál principio se habría de llevar a cabo la salvación, exaltación y gloria eterna de los hijos de Dios. Es evidente que se propusieron y discutieron ciertos planes en ese Concilio, y que después de un examen completo de aquellos principios, y habiendo declarado el Padre su voluntad concerniente a su propósito, Lucifer se presentó ante el Padre con un plan ideado por él mismo, y dijo: “Heme aquí, envíame. Seré tu hijo y rescataré a todo el género humano, de modo que no se perderá una sola alma, y de seguro lo haré; dame, pues, tu honra.’ Pero Jesús, al oír esta proposición de Lucifer, dijo: ‘Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre.’ De estas palabras del Hijo bien amado, naturalmente hemos de colegir que al discutirse este asunto, el Padre había dado a conocer su voluntad y explicado su plan y designio sobre estas cosas, y todo lo que su Hijo amado deseaba hacer era cumplir ‘a voluntad de su Padre que, según parece, ya se había expresado. También deseaba que se diera la gloria a su Padre, a quien, como Dios el Padre, y originador y diseñador del plan, correspondía todo el honor y la gloria. Sin embargo, Lucifer quería introducir un plan contrario a la voluntad de su Padre, y además quería su honra, pues dijo: ‘Salvaré a todas las almas de los hombres, por tanto, dame tu honra.’ Quería obrar en contra de la voluntad de su Padre, y arrogantemente deseaba privar al hombre de su libre albedrío, y de este modo convertirlo en esclavo y colocarlo en tal posición que le sería imposible obtener esa exaltación que Dios había propuesto para él, mediante la obediencia a la ley que El le había indicado; y además, Lucifer aspiraba al honor y poder de su Padre, a fin de poder llevar a cabo principios que se oponían a los deseos del Padre.”- Mediation and Atonement, por John Taylor, págs. 93, 94.

3. Los Jareditas.—”De las dos naciones cuyas historias constituyen el Libro de Mormón, la primera, en cuestión de tiempo, fue la del pueblo de Jared, que bajo la dirección de su caudillo, salió de la Torre de Babel al tiempo de la confusión de lenguas. Éter, el último de sus profetas, escribió su historia sobre veinticuatro planchas de oro y, previendo la destrucción de su pueblo a causa de su iniquidad, escondió las planchas históricas. Más tarde las encontró una expedición enviada por el rey Limhi, monarca nefita, aproximadamente en el año 122 antes de Cristo. Moroni subsiguientemente compendió la historia que se hallaba grabada sobre estas planchas y agregó el relato condensado a los anales del Libro de Mormón. En la traducción moderna lleva el nombre del Libro de Éter.

“En la historia, según la tenemos, no se da el nombre del primer y principal profeta de los jareditas, sino solamente se conoce como el hermano de Jared. En cuanto a su pueblo, nos enteramos de que en medio de aquella confusión en Babel, Jared y su hermano rogaron ante el Señor que ellos y sus compañeros fuesen librados de la dispersión inminente. Se escuchó su oración, y junto con un grupo considerable que, como ellos, no se había contaminado con la adoración de ídolos, el Señor los llevó de sus casas, prometiendo conducirlos a un país escogido sobre todos los demás. No se sabe con exactitud la ruta que siguieron; sólo sabemos que llegaron al océano y que allí construyeron ocho naves o barcos, en los cuales se hicieron a la mar. Estos barcos eran pequeños y carecían de luz por dentro, pero el Señor hizo luminosas ciertas piedras, las cuales proveyeron luz a los viajeros encerrados. Después de un viaje de trescientos cuarenta y cuatro días, la colonia desembarcó en las costas de América.

“Aquí la colonia llegó a ser una nación floreciente; pero, cediendo con el tiempo a disensiones internas, se dividieron en bandos que combatieron entre sí hasta que el pueblo quedó totalmente destruido. Esta destrucción que ocurrió cerca del cerro Rama, al que los nefitas más tarde dieron el nombre de Cumora, se verificó más o menos al tiempo de la llegada de Lehi, aproximadamente 590 años antes de Cristo”. Artículos de Fe, por el autor, págs. 291-292.

[4] Ap. 12:7, véase también versículos 8 y 9.

[5] Ap.12:4; véase también Doctrina y Convenios 29:36-38; y 76:25-27.

[6] Judas 6.

[7] P. de G.P., Abraham 3:26.

[8] Ap. 12:9.

[9] Isa. 14:12-15; compárese Doctrina y Convenios 29:36-38; y 76:23-27.

[10] P. de G.P., Moisés 4:1-4; véase también Abraham 3:27, 28.

James Talmage, Jesús el Cristo.

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