Jesus-Praying-Gethsemane-MormonEl sacrificio expiatorio de Jesucristo “abarca, sostiene, apoya y da vida y fuerza a todas las otras doctrinas del evangelio. Es la base sobre la cual descansa toda la verdad, y todas las cosas crecen de ella y vienen por causa de ella”.1 “La maravillosa y gloriosa Expiación fue el acto central en toda la historia de la humanidad”.2 Debido a estas declaraciones, todas las cosas también señalan a Cristo y Su expiación. Aquellos que vivieron antes de Cristo esperaron Su llegada y Su sacrificio infinito y eterno. Los que viven después de Cristo miran en el pasado el más grande de todos los acontecimientos y “recuerdan lo que se ha hecho”.3

Hubo muchas diferentes maneras en que los sacrificios de sangre realizados antes de Cristo constituían tipos y sombras del grande y postrer sacrificio. Tenga en cuenta algunos de los detalles:

En primer lugar, al igual que Cristo, el animal era escogido y ungido mediante la imposición de manos. (Tanto el título hebreo Mesías como el griego Cristo significan “el
Ungido”). Segundo, se debía derramar la sangre del animal. Tercero, tenía que ser un animal sin defecto alguno, totalmente libre de imperfecciones físicas, completo, sano, perfecto. Cuarto, el animal a sacrificar debía estar limpio y ser puro. Quinto, el animal tenía que ser doméstico, es decir, no podía ser salvaje, sino manso y de utilidad para el hombre (véase Levítico 1:2–3, 10; 22:21). Sexto y séptimo, en el sacrificio original practicado por Adán, y el más común de los de la ley de Moisés, el animal tenía que ser un primogénito y macho (véase Éxodo 12:5; Levítico 1:3; 22:18–25). Octavo, el sacrificio de grano tenía que ser molido en harina y preparado en panecillos, lo cual nos recuerda el título del Señor como Pan de Vida (véase Juan 6:48). Noveno, las primicias que se ofrecían nos recuerdan que Cristo fue las primicias de la Resurrección (véase 1 Corintios 15:20). 4

Unos 74 años antes de Cristo, el profeta Amulek escribió acerca de cómo el sacrificio de Cristo finalmente terminaría con los sacrificios de sangre:

Porque es preciso que haya un gran y postrer sacrificio; sí, no un sacrificio de hombre, ni de bestia, ni de ningún género de ave; pues no será un sacrificio humano, sino debe ser un sacrificio infinito y eterno…

Y he aquí, éste es el significado entero de la ley, pues todo ápice señala a ese gran y postrer sacrificio; y ese gran y postrer sacrificio será el Hijo de Dios, sí, infinito y eterno (Alma 34:10.14).

Nueve años antes de esto, el profeta Alma también testificó de Cristo,

Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo.

Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos (Alma 7:11-12).

El Salvador de todo el género humano vino y cumplió la ley. Él es el gran y postrer sacrificio. El dolor que Él padeció fue “tan duro de llevar” que no podemos comprenderlo, y Su sufrimiento fue tan grande que Él – Dios, el mayor de todos – tembló a causa del dolor, sangró por cada poro, y padeció tanto en el cuerpo como en el espíritu (Véase Doctrina y Convenios 19:18).

Con Su muerte, la ley de Moisés se cumplió. Sin embargo, la ley de Moisés no es exactamente lo mismo que la ley de sacrificio.5 Nosotros aún mantenemos la ley de sacrificio. El Salvador enseñó en relación con el cumplimiento de la ley y lo que debemos sacrificar en la actualidad:

Y vosotros ya no me ofreceréis más el derramamiento de sangre; sí, vuestros sacrificios y vuestros holocaustos cesarán, porque no aceptaré ninguno de vuestros sacrificios ni vuestros holocaustos.

Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Y al que venga a mí con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo (3 Nefi 9:19-20)

A menudo se cita Malaquías 3:8-10 para motivarnos s pagar nuestros diezmos y ofrendas. ¿Robará el hombre a Dios?. El registro dice:

Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas.

Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado.

Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde (Malaquías 3:8-10).

Debido a que una de las ofrendas que vamos a dar al Señor es “un corazón quebrantado y un espíritu contrito”, se aplica el mismo principio de las bendiciones. Yo testifico que cuando nosotros ofrezcamos al Señor un corazón quebrantado y un espíritu contrito, Él derramará sobre nosotros una bendición que es tan grande y no habrá espacio suficiente para recibirla. Nuestras bendiciones llegarán a desbordar, incluso tanto que los que nos rodean también recibirán bendiciones.

Sin embargo, no importa cuán contrito esté nuestro espíritu o cuán quebrantado nuestro corazón, nuestro sacrificio no es nada comparado a lo que ocurrió en el meridiano de tiempo. De hecho, hay una ofrenda que derrama una bendición tan grande a todo el género humano, que nadie puede incluso comenzar a comprender la grandeza de la misma. Esta ofrenda es tan grande que tiene el poder de bendecir – y salvar a toda la humanidad – “sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres” (2 Nefi 26:33).

En conclusión, lea otro testimonio de otro profeta en el Libro de Mormón – el rey Benjamín:

He aquí, sufrirá tentaciones, y dolor en el cuerpo, hambre, sed y fatiga, aún más de lo que el hombre puede sufrir sin morir; pues he aquí, la sangre le brotará de cada poro, tan grande será su angustia por la iniquidad y abominaciones de su pueblo.

Y se llamará Jesucristo, el Hijo de Dios, el Padre del cielo y de la tierra, el Creador de todas las cosas desde el principio; y su madre se llamará María.

He aquí, él viene a los suyos, para que la salvación llegue a los hijos de los hombres, mediante la fe en su nombre; y aun después de todo esto, lo considerarán como hombre, y dirán que está endemoniado, y lo azotarán, y lo crucificarán.

Y al tercer día resucitará de entre los muertos; y he aquí, se presenta para juzgar al mundo; y he aquí, todas estas cosas se hacen para que descienda un justo juicio sobre los hijos de los hombres.

Pues he aquí, y también su sangre expía los pecados de aquellos que han caído por la transgresión de Adán, que han muerto sin saber la voluntad de Dios concerniente a ellos, o que han pecado por ignorancia (Mosíah 3:7-11) .

Por lo tanto, “Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y de los profetas concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los cielos; y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente apéndices de eso”.6

Notas

1 Bruce R. McConkie, Doctrina Mormona, Salt Lake City: Bookcraft, 1966, pág. 294.
2 Neal A. Maxwell, “Willing to Submit”, Ensign-revista SUD en inglés, mayo de 1985, pág. 70.
3 Himnos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: Salt Lake City, 1980, pág. 185.
4 M. Russell Ballard, “La Ley de Sacrificio”, Liahona, marzo de 2002, pág. 15.
5 Ibíd.
6 José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, Intellectual Reserve: Salt Lake City, 2007, 52.

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