El interés de los primeros cristianos en el nacimiento, infancia, y niñez de Jesús es sorprendentemente sólo un interés periférico para los escritores del Nuevo Testamento. Sólo Mateo y Lucas registran algunos de los detalles del nacimiento de Jesús, mientras que Marcos, Juan, Pablo, y otros más pasan sobre ese período de la vida de Jesús con absoluto silencio. Una de las principales características de los primeros relatos es que los acontecimientos que ellos registran están ligados directamente a la tradición de testigos oculares; por lo tanto, los acontecimientos que registran los evangelistas son los presenciados por los discípulos o por otras personas. Sólo en un número limitado de casos, el interés de los evangelios en otros acontecimientos interesantes parece haberse desarrollado sólo en el segundo siglo, demostrado, en parte, por el hecho de que los primeros cristianos celebraban la fecha del bautismo de Jesús (6 de enero) antes de que celebraran la fecha de Su nacimiento.
Sin embargo, en el segundo siglo y posteriormente, los autores cristianos comenzaron a informar acerca de los legendarios relatos, de otro modo desconocidos, de los hechos y obras de Jesús, no reportados en el Nuevo Testamento. Estos relatos apócrifos tuvieron éxito en el segundo siglo y más posteriormente porque se basa en un conocido fundamento canónico que podría tomarse de él para dar credibilidad; ellos también alimentaron un interés en saber más de lo que los relatos públicos informaban.
El siguiente extracto representa acertadamente el improbable tenor de las descripciones de la infancia: “Ahora, después de algunos días Jesús estaba jugando en un techo en el piso superior, y uno de los niños con quien estaban jugando cayó desde el techo y murió. Y cuando los otros niños lo vieron, huyeron, y Jesús quedó solo. Y los padres del que estaba muerto vinieron y lo acusaron de haberlo derribado. Y Jesús respondió: “Yo no lo tiré hacia abajo”. Pero ellos siguieron vituperándole. Entonces Jesús saltó del techo hacia abajo y se paró al lado del cuerpo del niño, y clamó a gran voz: ‘Zenón’-porque ése era su nombre-‘levántate y dime, ¿te tiré yo abajo? “Y él se levantó al momento y dijo: ‘No, Señor, tú no me tiraste abajo, más bien me has levantado’” (La Historia de la Infancia de Tomás 9.1-3, traducido por Oscar Cullman, en la Apócrifa del Nuevo Testamento 1:446).