Antes del nacimiento de Jesucristo, incluso antes que el mundo comience, Jesucristo se comprometió a asumir el papel de ser nuestro abogado ante el Padre. Un abogado es alguien que suplica por otra persona.

Second-Coming-Jesus-Christ-MormonJuan explicó este papel en 1 Juan, capítulo 2 de la Biblia del Rey Santiago:

1 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

2 Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.

Dios es un Dios justo. Él nos ha dado leyes que espera que obedezcamos. Sin embargo, él también es un Dios cariñoso y Él nos conoce perfectamente. Debido a esto, Él sabe que no vamos a obedecer todas las leyes y que pecaremos durante nuestra vida. La justicia requiere que seamos castigados por cada pecado, incluyendo el castigo de no poder regresar a la presencia de Dios. Las Escrituras nos enseñan que ninguna cosa impura puede entrar en la presencia de Dios. Dado que sería imposible para cualquier persona mortal abstenerse del pecado, Dios amorosamente nos proveyó un Salvador. Esto permite a la justicia ser atenuada por la misericordia.

Esto se hizo antes de la creación del mundo. Dios creó los espíritus de todos los que han vivido y vivimos con Él por un tiempo en una existencia premortal. Allí desarrollamos nuestra personalidad y talentos y aprendimos sobre el Evangelio. Ya que éramos nosotros mismos, algunos fueron justos y algunos no. Después de un tiempo, Dios nos dijo que habíamos progresado lo máximo que podíamos en esa vida espiritual y ahora teníamos la oportunidad de ir a un nuevo hogar, donde se nos daría una familia y un cuerpo y tendríamos la oportunidad tener experiencias y pruebas. Durante este tiempo, se esperaba que busquemos, encontremos y, luego, vivamos por la verdad. Si vivíamos de acuerdo a la verdad que supiéramos, podríamos volver a Él algún día. Sin embargo, sabiendo que no seríamos perfectos, la ley fue atenuada por misericordia. Él ofreció enviarnos un Salvador. Jesucristo se ofreció a hacer esto por nosotros.
Jesús fue el primer espíritu creado por Dios, por lo que Él es nuestro hermano mayor. Se ofreció a venir a la tierra y vivir una vida sin pecado. Sólo Él pudo hacer esto, porque vendría no como hijo de dos padres mortales, sino como el hijo de una madre mortal y un Padre Celestial. Esta combinación de mortal y divino le permitiría experimentar las cosas que hemos experimentado como mortales y morir, pero también le permitiría vivir sin pecado y elegir la muerte, en lugar de tenerla forzosamente como los mortales. Nadie sería capaz de tomar Su vida. Él la daría como regalo. Justo antes de Su muerte, Él tomaría sobre sí todos los pecados del mundo y luego moriría por nosotros. Ello satisfizo las exigencias de la justicia y la atenuó con misericordia.

Después de nuestra muerte, será Jesús quien nos juzgará. Porque Él vivió aquí en la tierra y compartió nuestras experiencias y porque Él es el que expió nuestros pecados, Él está cualificado para hacerlo.

22 Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo. (Juan 5:22)

A su vez, El asignará juicio a los que fueron nuestros líderes en nuestra propia vida – a los Doce Apóstoles que juzguen a los que vivían en su tiempo, por ejemplo, porque tienen una mejor comprensión de los desafíos especiales de sus propias vidas. Pero es el Salvador quien será el juez final y nuestro abogado ante Dios, suplicando nuestro caso para que la misericordia atenúe la justicia. Su sacrificio expiatorio le da el derecho a hacerlo. Su juicio será completamente justo. La Biblia es clara en nuestra responsabilidad de guardar los mandamientos:

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 7:21, Versión de Reina Valera)

Nuestra responsabilidad, entonces, es buscar la verdad, aprender a vivirla y arrepentirnos cuando caemos. Cuando hayamos hecho nuestro mejor intento, el Salvador hará la diferencia.

En la Gran Oración Intercesora, Jesús nos demostró esta función:

6 He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.

7 Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti;

8 porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.

9 Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son (Juan 17)

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