Una experiencia personal por Terrie

mormon-churchCrecí en una familia ligeramente religiosa que no pertenecía a los SUD. Recitaba una oración antes de dormir, leía las historias de la Biblia y asistía a la iglesia una o dos veces al año. La moral importaba, pero se nos dijo que decidamos qué era correcto. Fue sólo después que me uní a la iglesia que aprendí a utilizar el ejemplo del Salvador como una vara para medir mis propias decisiones.

Cuando era adolescente y nueva en la iglesia, fui invitada para enseñar a un inusual numeroso grupo de preescolares. Algunos tenían discapacidades y los otros daban mucho trabajo. Me ofrecieron el trabajo voluntario porque era la única persona disponible que sabía lenguaje de signos y se podía comunicar con los dos niños sordos. Sin experiencia en la docencia, fui incapaz de controlar mi clase. Semana tras semana, luchaba para enseñar una lección, y por lo general terminaba la clase en lágrimas después de que el último niño se había marchado. Yo no tenía la confianza necesaria para admitir que necesitaba ayuda.

Un día, uno de mis líderes me encontró en mi salón de clases después de la Primaria, el programa de los niños. Ella sólo había entrado para apagar la luz que vio brillando debajo de la puerta, pero rápidamente vio que yo estaba molesta y acercó una silla, preguntando qué estaba mal.

Desahogué mi enojo y frustración sobre la falta de voluntad de los niños para respetar lo duro que trabajaba cada semana para preparar buenas lecciones para ellos. Ella escuchó pacientemente hasta que hubiera sacado todo de mi sistema. Cuando terminé, esperé que me diera una solución mágica que resolviera todo.

Ella me hizo una sola pregunta: ¿Amas a tus alumnos?

La miré fijamente. ¿Amarlos? Ellos ni siquiera me agradaban. Tal vez ella no había estado escuchando. Le recordé su terrible comportamiento: correr salvajemente por el salón, dar respuestas tontas en voces tontas a preguntas serias y patear a los niños sentados junto a ellos. A mi parecer, no había nada adorable en esos niños.

Hoy en día, me siento admirada de que se negara a emitir juicios sobre mis sentimientos acerca de esa clase. Ella simplemente asintió y luego me preguntó si yo estaría dispuesta a intentar un experimento. Al igual que el Salvador, ella me aceptó como era, pero luego me ayudó a cambiar.

El experimento requirió que yo siga el ejemplo del Salvador. Él amaba a aquellos a los que le enseñaba, aún cuando no lo merecían. Ella me retó a aprender a amar a mi clase de preescolares rebeldes. Incluso me ofreció tareas específicas para ayudarme a aprender a hacerlo. Iba a escribir sus nombres en hojas individuales en mi cuaderno de enseñanza y llenarlas con información acerca de cada niño. Con diecisiete alumnos, apenas conocía sus nombres, y mucho menos una página de información personal sobre cada uno de ellos. También me pidió que ponga sus nombres en fichas y que hiciera una oración personal por cada niño al día, usando lo que había aprendido para hacerla verdaderamente personal.

También me inscribió en una clase que capacitaba a maestros, y aquí, nos fueron presentados los métodos de enseñanza utilizados por el Salvador. Leímos la historia de los niños que fueron a ver al Salvador. En imágenes, estos niños siempre estaban de pie reverentemente alrededor del Salvador, pero cuando dejé de pensar en ellos como niños, me di cuenta era casi seguro que un niño corría por el campo, o daba respuestas tontas en voces tontas a las preguntas que le hacía con amor el Salvador. Él no se hubiera enojado o no le hubiera negado amor ese niño. ¿Qué hubiera hecho Jesús en mi pequeña clase?

Empecé a visitar a los niños en sus casas, a sentarme con sus familias en la iglesia y a jugar con ellos en fiestas de la iglesia. Las páginas de mi cuaderno se llenaron y los niños dejaron de ser un cúmulo de ruido y mal comportamiento. Se convirtieron en personas reales con sentimientos y necesidades. Un niño necesitaba aprender a hablar. Otro necesitaba superar el miedo a la oscuridad. A medida que mi conocimiento creció, y trabajaba duro para enseñarles como el Salvador les enseñaría, me di cuenta que realmente empecé a quererlos. Una vez que los amé, comenzaron a comportarse razonablemente bien, porque ellos disfrutaban mi atención y mi nuevo placer en ellos.

Empecé a comprender una de las razones de por qué el Salvador fue capaz de hacer todo lo que hizo. Su amor fue real y todo incluido, y cuando el amor es suficientemente grande, ningún milagro es demasiado grande para suceder. Entendí que el amor era el secreto detrás de todo lo que el Salvador hizo en Su vida eterna.

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