Personalmente he experimentado una larga lucha de toda una vida con la depresión, que se agudizó cuando hacía mis prácticas como médico residente de pediatría. Básicamente, llegué al punto en el que mi propia fuerza ya no iba a poder ayudarme al respecto. Me vi forzado a ver al psicólogo y oficialmente se me diagnosticó Depresión Severa, aunque ahora reconozco haber tenido varios episodios de depresión severa anteriormente.

Se me refirió a un Psiquiatra y comencé un tratamiento con anti-depresivos. En esa etapa de mi vida, me sentí totalmente derrotado. Yo quería ser mentalmente fuerte. No deseaba que se revelaran mis http://elcristo.org/files/2013/06/mormon-1.jpgsecretos. No quería se prejuzgado. Sentía que los hechos ocurridos y el diagnóstico confirmaban todos los problemas de imagen contra los que luché toda mi vida. Sentía que mi carrera médica y mis sueños se estaban diluyendo, ahora que se había descubierto al simulador.

Ya en tratamiento, los pensamientos de terminar con mi vida volvieron, nuevamente refutados por el dilema de que dejaría a mi esposa y a mis dos hijos, ¿debería entonces seguir por ese camino erróneo pero aparentemente conveniente? Ataques de pánico y escenas de desastre acudieron a mi mente. Aunque esto me contenía de rendirse a pensamientos suicidas, realmente no me ayudaba con mi culpa. Mi debilidad estaba ahora tirando el futuro de mi familia por la borda.

mormonDespués de varias semanas de mayor confusión, experimenté algo diferente. Yo realmente… encontré gozo en mis pasatiempos antiguos, en la música, en bromear por aquí y por allá, en mis hijos. De repente me sentí vivo otra vez, aunque previamente no tenía idea, de cuán muerto me sentía y por cuanto tiempo me había sentido adormecido. Me sentía aliviado y volví a las tareas clínicas, con un par de rotaciones con mucho apoyo de comprensión y ayuda y mis capacidades aumentaron. Mi desempeño mejoró, ostensiblemente. La carga era menos intensa, y me movía y pensaba mil veces mejor.

Fue entonces que empecé a ver cuán contra producente había sido mi temor a mi debilidad. Me sentí como Moroni, un profeta del Libro de Mormón, a quien Dios le dijo: “Y porque has visto tu debilidad, serás fortalecido, aun hasta sentarte en el lugar que he preparado en las mansiones de mi Padre.” (Éter 12:37)

Esto era tan ajeno a mi anterior manera de pensar. Sabía todo sobre las maravillas del amor de Dios y lo que significaba nacer de Dios. Había sido testigo del poder transformador de la expiación. Había leído el Libro de Mormón, la historia de Alma, muchas veces. El poder de esa historia me quemaba dentro del alma. Me encantaba. Prediqué sobre ella durante dos años. Resonaba conmigo. Sin embargo, de alguna manera, realmente no entendía estas doctrinas. Yo quería ser grande por mí mismo. Quería lograrlo por mí mismo. Quería ser admirado, no que me tengan lástima. Estaba orgulloso, paradójicamente a la luz de mi pobre auto imagen. Quería minimizar mis deficiencias.

Ahora sí estaba listo para empezar el verdadero trabajo de sanación a través de la expiación, y comprendí verdaderamente mi confianza en Él para obtener fortaleza. Llegué al punto en que estaba listo para aceptar cualesquier y toda ayuda que necesitara. En el tiempo, he aprendido a ver por mí mismo la manera en la que el Señor actúa, lleno de valía y potencial. Me he dado cuenta de que los errores pueden corregirse. He obtenido fortaleza para soportar cuando el mundo parece colapsar alrededor mío. He aprendido a darme cuenta de que nunca estoy solo.

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