Son nuestras decisiones y no las circunstancias las que nos definen

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James

Viví mi juventud en el hogar de mi padre rodeado de drogas, violencia, alcohol y depravación. Viví en medio de gente cuyas almas habían sido voluntariamente sacrificadas y que conocían solamente de la búsqueda del placer terrenal. Este fue mi hogar hasta que mi padre murió como resultados de complicaciones causadas por su estilo de vida. Tenía 15 años. Algunos podrían pensar que mis años formativos representaban un casi irremontable cúmulo de obstáculos y que cualquiera que hubiera crecido en tales circunstancias quizá nunca podría encontrar a Dios. Pero yo había sobrevivido a los embates, negocios con drogas, abuso y negligencia para un propósito mayor.

Si las circunstancias de mi niñez tuvieran el poder de provocar que mi alma se convierta en irredimible, el adversario tendría un plan perfecto. Sin embargo el asignar un futuro a un niño simplemente por exponerlo al mal ignora el obsequio más poderoso que Dios concedió a todos sus hijos- el don de ESCOGER. Al final fue mi voluntad de ejercer este don combinado con los beneficios eternos de Jesucristo los que me permitieron escapar de la vida que mi padre me había asignado. Pero el camino a Dios era difícil.

Después de la muerte de mi padre me volví aún más introvertido. Me sumí en la autocompasión y el odio a mí mismo. En mis sentimientos egoístas no existía nadie que hubiera o que podría alguna vez sufrir como me había sucedido a mí. Pasaba por esa etapa en la que culpaba a Dios por todo lo que me había sucedido. Me convencía a mí mismo de que había algo en mí que era fundamentalmente imposible de amar que hacía de mi existencia una afrenta para mi Creador. Debido a esto, no podía conceder gozo siquiera a los gestos más puros u obsequios honestos. Cuando llegué al punto en que me sentía completamente sumido en el odio, el dolor y el enojo, me lanzaron una cuerda salvavidas.

La oportunidad de salvar mi vida se me ofreció con sinceridad y sin ninguna reserva. Se me presentó gratuitamente y sin condiciones previas. Tocó en una parte mía que ya había olvidado que siquiera existía. Se me enseñó la verdad de mi existencia y supe de mi herencia real. Llegué a darme cuenta de que debido a quién era mi padre, mi padre real, yo era un príncipe. Aprendí del Plan de Salvación como se enseña en la fe mormona, (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días), que yo había vivido antes de esta vida, que tenía un propósito una identidad y una misión y que viviría después de esta vida, y escogía seguir el plan del Salvador.

Este conocimiento revelado del evangelio cambió mi vida. Empecé a dejar ir parte del odio y encontré que muchas de las heridas de mi pasado empezaban a sanar. Fue en este punto que el verdadero milagro sucedió y reconocí el amor puro de Cristo. El bálsamo de Golead fue aplicado a mi dañado corazón, empecé a sentir amor y a dar amor por primera vez en mi vida.

El proceso de curación ha tomado más de veinte años y no siempre ha sido fácil. Descubrí la capacidad de amar a aquellos que me habían hecho mal y he buscado el perdón de aquellos a los que yo les había causado daño. El poder del sacrificio del Redentor se manifestó en mi vida y me permite cambiar no solamente mi propia vida sino proporcionar dirección y esperanza para mi posteridad.

Como mi padre, tengo hijos que necesitan mi guía y dirección. Pero a diferencia de mi padre yo puedo transmitirles el don de la esperanza y amor que viene del Evangelio restaurado de Jesucristo (Los SUD o fe mormona) y mi decisión de abrazarla. Debido a Su maravillosa influencia el daño causado ya hace tantos años no puede ya dirigir mis decisiones. Por el contrario, mis decisiones son el producto de un deseo de servir a Dios y obtener mi salvación personal.

Por James Ballou, Autor de Sobreviviente del Alma.
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