A continuación se muestra un extracto del libro de Randall J. Brown, Experiencing Christ: Your Personal Journey to the Savior (pp. 61-62). Experiencing Christ fue publicado en 2009 por Cedar Fort, Inc. En este extracto Brown comparte la verdad de que la expiación de Jesucristo es la raíz misma de la doctrina cristiana, y explica cómo podemos dejar que la verdad entre en nuestros corazones de una manera poderosa. Brown pertenece a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (en ocasiones inadvertidamente llamada la “Iglesia Mormona”), y es un devoto seguidor y discípulo de Jesucristo.
El Élder Jeffrey R. Holland [miembro del Quórum de los Doce Apóstoles de la Iglesia de Jesucristo], dijo:
Las heridas en las manos, pies y costado [de Cristo] son señales de que en la mortalidad suceden cosas dolorosas incluso a los puros y perfectos, las señales de que la tribulación no es una prueba de que Dios no nos ama. Es un hecho significativo y esperanzador que es el Cristo herido quien viene a nuestro rescate. El que lleva las cicatrices del sacrificio, las lesiones de amor, los emblemas de la humildad y el perdón es el Capitán de nuestra Alma (Jeffrey R. Holland , Cristo y el Nuevo Convenio (Salt Lake City: Deseret Book, 1997), 259).
Creo que muchos de nosotros nos sentimos profundamente incómodos al contemplar los sufrimientos del Salvador, pero experimentar Su sufrimiento es una forma de conocer más a fondo la profundidad de Su amor por nosotros. Experimentar Su sacrificio es una forma de adoración.
En la enseñanza y discusión de la expiación de Cristo, por lo general nos centramos en Su sufrimiento en el Jardín de Getsemaní y Su sufrimiento en la cruz, pero también sufrió la cruel tortura de Sus heridas, la humillación de ser burlado y escupido, y la simbólica blasfemia de ser coronado con espinas. Él también sufrió temporalmente la amarga soledad de sentirse abandonado por Su Padre.
Todas estas cosas las sufrió con el fin de restaurarnos a nuestro estado en la familia real de Dios. Los sufrimientos de Cristo y Su sacrificio expiatorio fueron para mucho más que sólo el perdón de nuestros pecados, fueron para curar todo dolor, enfermedad y aflicción que se experimentan en la mortalidad. El profeta Isaías vio las heridas de nuestro Salvador y describió lo que vio con estas palabras:
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y afligido. Mas él herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados (Isaías 53:4-5).
En el Libro de Mormón, Alma describe algunos de los sufrimientos adicionales que el Señor tomaría sobre Sí:
Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo.
Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos (Alma 7:11-12).
Tanto Alma [un profeta del Libro de Mormón] e Isaías testificaron que el Salvador tomó sobre Sí mismo mucho más que nuestros pecados. Él también tomó sobre Sí nuestras aflicciones, nuestras tentaciones, nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. De hecho, Él tomó sobre Sí toda nuestra experiencia mortal, cada dolor, cada desaliento, cada decepción y cada prueba.
Para salvarnos a cada uno de nosotros individualmente, tuvo que caminar en los zapatos de cada uno. Para que cada uno de nosotros podamos poner confiadamente nuestras preocupaciones y cargas sobre Él, debemos saber que Él, en realidad, los padeció.
Aunque Su sufrimiento fue infinito y eterno, Él sufrió por cada uno de nosotros de una manera profundamente íntima y personal. Esto lo hizo para que pudiera saber (por experiencia) cómo ayudar a cada uno de nosotros de acuerdo a nuestras propias debilidades, limitaciones, y pruebas únicas.
Bebió por nosotros la amarga copa para que Él pudiera conocernos a cada uno de nosotros y nuestras situaciones específicas perfectamente. Él bebió de ella para que pudiera tener compasión perfecta, amor perfecto, y entendimiento perfecto.
Su sacrificio no sólo revierte los efectos de la caída, sino que también nos hace ser como Él, “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17).
Cada vez que me doy cuenta de lo que Cristo realmente pasó, me siento realmente humilde. Sufrió para que pudiéramos ser redimidos. Sufrió para que pudiéramos tener un amigo para ayudarnos a llevar nuestras cargas. Y Sufrió para que Él pudiera ser el más verdadero de los amigos. Recuerdo aprender acerca de Cristo y cómo Él sentía mis dolores, enfermedades, tristezas y decepciones, además de los efectos de mis pecados. Me di cuenta de que Él sabe exactamente lo que he tenido que pasar, lo que paso y lo que pasaré. Por ejemplo, hace poco me lesioné el dedo del pie. Él sintió el dolor de mi dedo del pie, no sólo como se siente un dedo roto del pie, sino mi lesión específica. Soy testigo de que Él se ha sentido de esa manera por cada persona. Él es verdaderamente el Salvador del mundo.
Los invito a conocer más acerca de la expiación de Jesucristo y cómo puede beneficiar a su vida personal, reuniéndose con los misioneros mormones, ¡ellos pueden ayudarle! Sé con todo mi corazón que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el evangelio verdadero y viviente aquí en la tierra, que es la iglesia de Cristo. ¿Eso quiere decir que los mormones no creen que otros tienen la verdad? Como el fallecido profeta mormón, el Presidente Gordon B. Hinckley, dijo:
Reconocemos lo bueno en todas las personas. Reconocemos lo bueno en todas las iglesias, en sus esfuerzos por mejorar a la humanidad y por enseñar los principios que conducen a la buena vida, estable y productiva. Para la gente en todas partes simplemente decimos, ‘Traiga consigo todo lo bueno que tenga, y permítanos sumamos a ello. Ese es el principio sobre el que trabajamos’ (entrevista con la Televisión de Filipinas, 30 de abril de 1996).
Este artículo fue escrito por:
Ashley Bell es una mujer de 22 años de edad, esposa, madre, graduada de la BYU, y miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. A Ashley le encanta correr, cocinar, hacer jardinería, leer, y sobre todo pasar tiempo con su familia y amigos.