En el verano de 2007, mi esposo y yo mudamos a nuestros hijos a casi 1610 kilómetros de un pueblo de Las Montañas Rocosas a otras a varios estados lejos de allí. Sabíamos que espiritualmente era lo correcto. Y fue un gran paso para todos nosotros en todos los sentidos… excepto financieramente. Fue la mayor dicotomía que nunca he experimentado. Tuve una fuerte red de contactos de apoyo en nuestra nueva ciudad. Mis hijos tenían amigos. Fue realmente una gran jugada. Pero económicamente, fracasamos de pronto.
Mi esposo y yo nunca hemos sido ricos (en términos de dinero), pero siempre nosotros nos las arreglábamos. Nosotros teníamos una tarjeta de crédito en la cual teníamos cuentas y una hipoteca de la casa. Nos habíamos mudado en el 2003 y fuimos capaces de comprar una casa antes de que el mercado de bienes raíces en nuestra ciudad turística experimentara un auge. Así que en el 2005, habíamos utilizado algunas de las acciones de nuestra casa para hacer una “segura” inversión: Compramos un terreno baldío en nuestro barrio y estábamos planeando construir en él. Pensábamos que podíamos hacer que el dinero sea suficiente para comprar una casa más grande para nuestra familia en crecimiento, asegurando nuestra permanencia en la ciudad. El problema era que no me sentía bien acerca de la compra del terreno. Y cuando yo oré acerca de eso mi respuesta fue simple: “Venderán la casa y se mudarán en los próximos años. Pero si compran el terreno, van a estar bien”. Así que compramos el terreno, pero nunca pudimos encontrar un plan de vivienda para adaptarse a nuestro presupuesto.
Dos años después, mi marido consiguió un trabajo a varios estados lejos de aquí. Teníamos que vender la casa y el terreno. El mercado de la vivienda en nuestro municipio era sólido, pero había un exceso de oferta de terrenos baldíos. Así que recurrimos al Señor y oramos con diligencia y seriedad. Ese verano 3 terrenos de alrededor de 100 terrenos fueron vendidos, y el nuestro era uno de ellos. Nos sentíamos aliviados, pero habíamos perdido más dinero en el trato de lo que yo había calculado. Eso, por supuesto, significaba que teníamos menos ganancia en nuestra casa.
Justo después que nuestro terreno se vendió, el mercado de bienes raíces se desplomó, y con él, también lo hizo el valor de nuestra casa. En ese momento, estábamos en un lugar nuevo y estábamos pagando el alquiler y la hipoteca. Podríamos pagar solo uno, pero no ambos. Durante este tiempo di a luz a nuestro cuarto hijo. Y en enero, nuestro pago hipotecario se disparó. Fue la tormenta financiera perfecta. Ayunábamos y orábamos. Le rogué y supliqué al Señor que volviéramos a conseguir una oferta para nuestra casa. Incluso, solicitamos la ayuda de la Iglesia (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a veces erróneamente llamada la Iglesia Mormona). Nos sentíamos humildes y atemorizados. Llamamos al banco y le preguntamos qué se podía hacer. Nosotros le dijimos que no podíamos hacer el pago más grande. Nos dijeron que podíamos refinanciarlo. Pero no sentíamos que era honesto, porque cualesquiera que fueran los términos, simplemente no podíamos pagarlos. Estábamos sin dinero. Nuestra tarjeta de crédito estaba al máximo. Hicimos todo lo que pudimos hacer, y yo me aferré a la fe que nos iría bien. El Señor me dijo eso. Yo no sabía lo que Él quería decir.
Bueno, lo que Él quería decir era que mis hijos iban a estar sanos. Tendríamos un hogar cálido y seguro. Encontraríamos paz, felicidad y amigos maravillosos en un lugar nuevo. Y el banco vendería nuestra casa por nosotros. Al final recibimos una oferta sobre la casa, pero el segundo acreedor no la aceptaría. El representante le dijo a mi marido: “No tenemos ningún interés en trabajar con usted porque vamos a ganar más dinero si ejecutamos su hipoteca”. Mi marido y yo estábamos aturdidos y fastidiados. Pero decidimos que estábamos en las manos del Señor. Y si Él no quería que se vendiera nuestra casa, entonces no iba a suceder eso. No nos detuvimos esperando y orando por un milagro para no ver el final amargo. Y en aquel momento, había dejado ya de llorar y francamente estaba pidiendo y rogando por un milagro. Yo solo busqué humildemente la ayuda del Señor y le pregunté qué podíamos hacer para ser mejores mayordomos de nuestras finanzas. Nosotros teníamos paz, a pesar de que la tormenta estaba en su apogeo.
Después de que dejamos de pagar la hipoteca, empezamos a pagar nuestras cuentas. Teníamos varios miles de dólares en cuentas médicas y debíamos más de $ 10.000 en nuestra tarjeta de crédito. Pusimos tanto dinero como pudimos en las cuentas y en realidad se aminoraron. Pero luego el segundo acreedor vino a nosotros por el dinero que le debíamos. Teníamos la esperanza de que la empresa lo cancelara, pero no lo hicieron. Orábamos y le pedíamos al Señor por guía, y la declaración de quiebra fue nuestra respuesta.
Mi marido y yo, ambos luchamos en contra de los sentimientos de ira y resentimiento hacia los bancos, especialmente hacia el segundo acreedor. Pero esa no es la manera del Señor. Proverbios 3:5 dice: “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”. A través de esta prueba he aprendido a confiar en el Señor, no importa lo que pase. Y he aprendido cómo seguir a adelante. Nosotros decidimos confiar también en las enseñanzas en la cuales El Señor estaba proveyendo para nosotros.
Doctrina y Convenios es otro libro de escritura en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Doctrina y Convenios 88:119 dice: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios”.
Durante esta tormenta financiera, decidimos comprometernos nosotros mismos más plenamente con las enseñanzas del Evangelio y el consejo de los profetas. No es que nosotros estuviéramos haciendo algo realmente mal, pero podríamos mejorar en algo. Mi marido y yo empezamos a hacer nuestra tarea y encontrar la manera de manejar nuestras finanzas de una manera mejor. Nos abastecimos de nuestro almacenamiento de alimentos. Nuestra navidad de un año estaba completamente llena de juegos de 72 horas para cada persona. Sabíamos que para ser mejores, teníamos que organizarnos y estar preparados tanto temporal como espiritualmente. Llegamos a ser más comprometidos en nuestros estudios de las escrituras tanto de forma personal como familiar. Hicimos una meta que nunca perderíamos un día, y no hemos perdido un día desde ese entonces.
Doctrina y Convenios 58:4 dice: “Porque tras mucha tribulación vienen las bendiciones”.
Mirando hacia atrás, veo las entrañables misericordias del Señor durante nuestra prueba. Él nos envió a un lugar donde varios de nuestros amigos más cercanos estaban experimentando las mismas dificultades. Estábamos a 1610 kilómetros lejos, así que nos libramos de la humillación de los anuncios en los periódicos públicos, señales en frente de la casa y que se nos echara de nuestro hogar. Sé que hubo empleados de ambos bancos que hicieron todo lo posible para ayudarnos y trabajar con nosotros. Ellos podrían haber hecho sentirnos estúpidos (y algunos lo hicieron), pero varios hicieron todo lo posible por ser amables, corteses y serviciales. Esta prueba ayudó a mi marido y a mí a acercarnos. Habíamos estado comprometidos antes, pero nuestro compromiso del uno para con el otro era más profundo y más fuerte, forjado en los fuegos del desastre financiero.
Nuestras vidas (y nuestras finanzas) no son perfectas, pero somos más conscientes de lo que es verdaderamente importante y lo que no lo es. Estoy muy agradecida por las experiencias que me han enseñado las diferencias.
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Autor invitado –
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