He tenido tantos abortos involuntarios como bebés nacidos: cuatro de cada uno. Después de haber sobrevivido a un juicio hipotecario y a la bancarrota, pensé que podía manejar cualquier prueba que el Señor me enviara. Así que Él me puso a prueba, y sí que estaba equivocada. Las pruebas financieras fueron humillantes, pero la siguiente ola de la adversidad me golpeó hasta la misma médula de mi ser.

Yo siempre he sabido que era el momento de tener un hijo. Y, en su mayor parte, yo sabía que iba a llegar. Me sentí segura en la conexión espiritual que tuve con mis bebés antes de que ellos nacieran. Mi marido y yo incluso elegimos sus nombres antes de que llegara el primero. Los tres llegaron relativamente fáciles. Tuve un aborto involuntario entre el tercero y el cuarto. Eso fue desgarrador, pero quedé embarazada de nuevo dentro de unos meses. Y pronto me di cuenta de la razón de la demora de la llegada de mi siguiente hijo, el embarazo que perdí fue en julio de 2007; pero en julio de 2007, estábamos en un estado de transición y caos. Así que fue una bendición.

En junio de 2009, mi esposo vino a mí y me dijo: “Ya es tiempo de tener otro hijo”. Y yo le dije: “¿Estás seguro? Porque yo no lo siento así en absoluto”. Pero como esto no es algo que mi marido tiene acostumbrado hacerlo, recurrí al Señor. Y tuve la misma respuesta: de que ya era oportuno.

Doctrina y Convenios es uno de los libros de las escrituras de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (a veces erróneamente llamada la Iglesia Mormona). Doctrina y Convenios 101:4-5 dice: “Por tanto, es preciso que sean disciplinados y probados, así como Abraham, a quien se le mandó ofrecer a su único hijo. Porque todos los que no quieren soportar la disciplina, antes me niegan, no pueden ser santificados”.

Para mí, la disciplina estaba a punto de empezar.

Mormona-orando-6Me tomó unos cuantos meses, pero logré estar embarazada por sexta vez. Perdí el bebé a finales de marzo, justo antes de la Conferencia General, la reunión mundial de los miembros de la Iglesia SUD. En la conferencia general, el profeta y los apóstoles hablaron a los miembros y sentía el Espíritu a medida que escuchaba sus consejos y enseñanzas. Quedé embarazada de nuevo y perdió al bebé justo a tiempo para la sesión de la conferencia general de octubre. Los mensajes de nuevo me dieron consuelo durante mi tiempo de angustia.

Casi un año después, quedé embarazada por octava vez. No dejaría emocionarme hasta que supiera que en este niño viviría. Cuando tuve mi primera ecografía, estaba vivo y en movimiento, pero algo sentí que estaba mal. Me dije que tal vez yo estaba enloqueciendo a causa de las dos experiencias de ultrasonido anteriores, pero no me emocionaba hasta saber a ciencia cierta. Oraba y le rogaba al Señor para que mi bebé viva. Pero en mi corazón yo sabía. Cuando fui al médico un par de semanas más tarde, no había latido. Yo estaba casi demasiada entumecida por el dolor de llorar. Yo había estado rogando y suplicando al Señor que permitiera que mi bebé viva. Podía sentir la presencia de mi hijo y yo supe que él estaba allí. Y sentí cuando él se fue.

Era marzo de nuevo. La tercera perdida consecutiva fue dos años después de la primera. Mi corazón estaba abatido. El dolor era tanto que me sentía entumecida y no sabía cómo iba a suceder. Yo había puesto mi corazón y mi alma en tratar de tener otro hijo. Yo sabía que era el momento. Yo sabía que tendría dos hijos más. ¿No fue que siempre supe cuando llegaría la hora? Pero yo acababa de perder a tres bebés, y tal vez yo no tendría a ninguno más. Yo estaba angustiada, desesperada y agotada mentalmente, físicamente y espiritualmente. No sabía cómo iba a cuidar de mi familia cuando lo único que quería hacer era meterme en mi cama y sollozar.

Para mí, la prueba fue doble. Al pasar por el primer trimestre del embarazo una vez y otra vez de nuevo sentía como en la película “Atrapado en el tiempo”. Estaba agotada físicamente  y mi cuerpo estaba mostrando los signos. Y espiritualmente, realmente comencé a preguntarme de donde yo estaba con el Señor. Me preguntaba si realmente estaba recibiendo la revelación personal que yo pensaba que era, ¿por qué todo va tan horriblemente mal?

 

La Sociedad de Socorro es la organización de mujeres de la Iglesia SUD, y cada año tenemos reuniones mundiales. En esa reunión, una mujer habló. Sus palabras me dieron consuelo y paz. Ella habló de sus pruebas de salud, y contó una historia de cómo ella estaba tratando de hacer la cena para su familia cuando ella estaba tan débil que apenas podía mantenerse en pie. Así que decidió hacer espaguetis (o algo parecido…  no recuerdo los detalles de la comida). Puso la carne en el horno, lo encendió, y estaba tan débil que tuvo que recostarse en el suelo y descansar. Y entonces se levantó, agitó la carne, y puso el agua a hervir en la estufa. Y luego volvió a recostarse de nuevo. Repitió una y otra vez hasta que había terminado de hacer la cena. Y su familia estaba agradecida. Me di cuenta de que, poco a poco, yo también podía reaparecer  en mi hogar. Podría empezar por hacer la cena. Y jugar con los bebés hermosos que tenía. Y poco a poco, pude regresar.

Este fue también el tiempo de Pascua, y yo no quería pasar los feriados en casa. Además, yo estaba enojada con el Padre Celestial y no quería ir al templo. Pero yo quería ir al templo mormón de Salt Lake. Ese es uno de mis lugares favoritos en la tierra. Mi abuela dijo que podía quedarme en su casa. Pasamos tres días en la Manzana del Templo, al llevar a nuestros hijos a ver los monumentos y a tomar el sol durante esos días cálidos y donde el Espíritu Santo moraba. Yo estaba libre, por un tiempo, de la tristeza y el dolor de mi vida. Y me divertí mucho con mi familia. Mi marido y yo fuimos al Templo de Salt Lake, y sentí el amor de mi Padre Celestial y de Su Hijo, Jesucristo. Fuimos al Centro de Visitantes SUD del Templo y fuimos a ver la estatua del Christus. Nos pusimos de pie a los pies del Salvador y mostramos a nuestros hijos las marcas de los clavos en Sus manos y pies, y sentí Su amor por mí.

Eso fue hace un año y el año no ha sido fácil para mí. Pero, a pesar de que yo no me di cuenta en ese momento, mi sanidad comenzó en la Manzana del Templo en el centro de la ciudad de Salt Lake City. Mi marido fue inspirado en ese viaje, me él compró una réplica de la estatua del Christus y lo puso en nuestra repisa de la chimenea, para que yo pudiera ver al Salvador cuidándome a mí.

Templo-mormón-Salt-Lake El verano llegó y se fue, y comenzó la Conferencia General de octubre. El presidente Henry B. Eyring, Primer Consejero de la Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, dio un mensaje titulado “¿Dónde está el Pabellón?” Cuenta la historia de su nuera, que tuvo una prueba similar. Ella finalmente le pide al Señor que le diera un encargo divino. Me di cuenta de que yo necesitaba lo mismo. Así que oré y le pedí al Señor saber lo que debía hacer. Mi bebé más tierno iría a la guardería dentro de poco  y yo estaría sola en casa. El Señor no respondió a mis oraciones con otro bebé. Él todavía no lo ha hecho. En cambio, él me guio a escribir y a manejar las oportunidades, cosas que me encantaba hacer. Él me ayudó a descubrir quién soy. Y él me ayudó a ver que todavía le importaba.

Uno de mis pasajes favoritos está en Doctrina y Convenios. El Profeta José Smith, quien restauró el evangelio a todo el mundo a través del poder de Jesucristo, estaba en la cárcel en Missouri en 1839. En Doctrina y Convenios 121:1, José preguntó: Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta? En los versículos 7-8 el Señor le responde diciendo: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos”. Y luego, mi favorito, en Doctrina y Convenios 122:7-8, el Señor continúa diciendo: “Entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien. El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?”

Esa última frase la tengo presente todo el tiempo. Yo sé que no soy mayor que el Hijo de Dios. Y a través de Su sacrificio, Él sabe cómo socorrerme. Y Él me llevará (y me lleva) a través de mis momentos más oscuros.

Esta prueba no ha terminado para mí. Pero hay algunas cosas que me ayudan a afrontarla. La primera es el amor de mi Salvador. Yo siento ese amor cuando yo sinceramente oro, leo las Escrituras y asisto al templo mormón. La segunda es el amor de mi familia, especialmente de mi marido. El primer par de veces que perdí a mis bebés, me sentía como si a mí era la única que le importaba. Mi marido finalmente me dijo: “Estoy triste, también. Sólo estoy tratando de ser el fuerte”.  A lo que respondí:” Me siento tan sola cuando no me dices lo que sientes”. Mi esposo ha sido mi roca a través de esto. Él ha permanecido a mi lado, y él me ha escuchado y cuidado de mí. Nuestra relación se ha fortalecido como hemos tratado de ver esta prueba a través de los ojos del otro. También he tenido amigos y familiares inspirados que llegaron a mí en momentos de extrema necesidad. Más de una vez he oído: “Yo no sé por qué, pero estaba pensando en ti y sentí que debía llamarte”. Yo sabía por qué esa persona llamaba, el Señor había escuchado mis clamores y respondía a mis oraciones.

A lo largo de estos tres últimos años, me he sentido aprisionada a causa del dolor. Hace un par de años atrás, mis hijos y yo comenzamos a tomar clases de piano juntos. He estado aprendiendo a tocar los himnos de la Iglesia SUD en versión simplificada. Ocasionalmente, la única vez que podría liberar el dolor era cuando yo estaba tocando los himnos. Me sentaba y tocaba el piano y lloraba. Con las lágrimas corriendo por mi rostro, las palabras y la música transmitían consuelo y paz a mi alma. Uno de los himnos que hablaba de mí es ¡Oh, está todo bien! Los primeros dos estrofas dicen:

“Santos, venid, sin miedo sin temor,

mas con gozo andad.

Aunque cruel jornada ésta es,

Dios nos da Su bondad.

Mejor nos es el procurar afán inútil alejar,

y paz será el galardón.

¡Oh, está todo bien!

¿Por qué decís que es dura la porción?

Es error; no temáis.

¿Por qué pensáis ganar gran galardón,

si luchar evitáis?

Ceñid los lomos con valor,

jamás os puede Dios dejar,

y el refrán ya cantaréis:

¡Oh, está todo bien!”

A medida que tocaba este himno, yo pensaba en las pruebas de los primeros santos. Ellos soportaron muchas penurias y pérdidas. Yo supe que no podía sentir lástima por mí misma o revolcarme por el dolor. Tuve que dejarlo ir y estar tranquila de que el Padre Celestial me daría la gracia que necesitaba durante esos días. El nunca me abandonará. Y si quiero las bendiciones, no puedo darme por vencida ahora.

Yo sé que el Señor vive y que Él me ama. Sé que mi Padre Celestial tiene un plan para mí y un día voy a saber por qué tuve que afrontar esta prueba. Creo que estoy empezando a vislumbrarlo en este momento. Estoy muy agradecida por el conocimiento y la paz del evangelio de Jesús Cristo trae a mi vida. Estoy muy agradecida por la hermosa música que trae paz y consuelo a mi alma. Todavía tengo la esperanza de que un día, el Señor me conceda la bendición de tener dos hijos más. Y si Él no lo hace, yo sé que Él va a estar a mi lado.

 Recursos adicionales:

Familias mormonas

El Señor Jesucristo

Himnos mormones

 Esta publicación fue escrita por

Autor invitado –

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