En el idioma Inglés, la palabra “discípulo” se puede utilizar como un sustantivo y un verbo. Cuando se utiliza como un sustantivo, la palabra se refiere a “uno que recibe y ayuda en la difusión de las enseñanzas de otro”. En el ámbito del cristianismo, el término sugiere “un seguidor personal de Jesucristo durante su vida, sobre todo uno de los doce apóstoles”. Utilizado como un verbo, discipular a alguien significa “guiar (a alguien) para convertirse en un seguidor de Jesucristo o de otro líder”. Y así, se deduce que los sinónimos adecuados para la palabra “discípulo “son los siguientes:. seguidor, pupilo, adherente , estudiante, aprendiz, y alumno.
La palabra “discípulo” está estrechamente relacionada con la palabra “disciplina”, que puede definirse como “la práctica de formar a las personas para obedecer las reglas o un código de conducta”. Por lo tanto, se podría decir que un discípulo es un pupilo disciplinado o adherente. El profeta Mormón, en el Libro de Mormón (Otro Testamento de Jesucristo), declaró al pueblo: “He aquí, soy discípulo de Jesucristo, el Hijo de Dios. He sido llamado por él para declarar su palabra entre los de su pueblo, a fin de que alcancen la vida eterna” (3 Nefi 5:13).
Sin embargo, un discípulo es más que un alumno o un pupilo, sino más bien es alguien que se esfuerza por imitar a su maestro. En el caso de Sus discípulos, Cristo mismo fue su Maestro, y él les enseñaba: “Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros” (Filipenses 4:9). El apóstol Pablo al hablar a la iglesia de Corinto exhortó al pueblo: “Sed imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo” (1 Corintios 11:1). Y en el Libro de Mormón, en 3 Nefi 27:21-22, el Maestro enseña a la gente: “En verdad, en verdad os digo que éste es mi evangelio; y vosotros sabéis las cosas que debéis hacer en mi iglesia; pues las obras que me habéis visto hacer, ésas también las haréis; porque aquello que me habéis visto hacer, eso haréis vosotros. De modo que si hacéis estas cosas, benditos sois, porque seréis enaltecidos en el postrer día”.
Un discípulo de la cultura judía del tiempo de Jesús
En la cultura judía de la época de Jesús, un estudiante rabínico, o un discípulo de un rabino, dejaba su casa y su familia e iba a vivir con su maestro. Mientras estaba en la casa de su maestro, el pupilo servía a su maestro en humildad y lo respetaba como quien tenía autoridad absoluta. El pupilo no sólo se espera que aprenda todo lo que su maestro sabía, sino que llegara a ser como él en disposición y devoción. A cambio, el rabino le proporcionaba alimento y refugio, y recibía la bendición de ver el conocimiento que él había impartido a su pupilo, transmitido a través de su pupilo a las generaciones futuras.
Y así, la pregunta que quizás pide una respuesta es: “¿Qué se necesita para ser un verdadero discípulo?”
Sed, pues, vosotros perfectos. . . .
La palabra perfecto se puede definir como “lo que es correcto hasta el último detalle”. Y así, cuando la gente piensa en algo o alguien como perfecto, se imaginan que algo o alguien no tiene defectos o imperfecciones.
Al aplicar esta definición de “perfecto” a nuestras vidas, tenemos que admitir que en verdad somos hallados defectuosos. Pues, si somos honestos con nosotros mismos, ninguno de nosotros es perfecto. Todos somos un continuo trabajo en progreso, buscando la perfección, pero aún no sin haberla conseguido.
Tal vez sea este malentendido de la palabra “perfecto” en el sentido espiritual, como “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), que causa que algunos se rindan incluso antes de intentarlo porque se dan cuenta de cuán lejos están de la perfección del Padre.
Job, un verdadero siervo del Señor, era un hombre que era “perfecto y recto, y temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1). Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció y le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso; banda delante de mí y sé perfecto” (Génesis 17:1). “Noé, varón justo, era perfecto en su generación; con Dios caminó Noé” (Génesis 6:9).
Pero, ¿cómo es posible ser “perfecto” cuando las escrituras nos enseñan claramente:
No hay justo, ni aun uno (Romanos 3:10), por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23)? Esta es una verdad que no podemos negar y Juan es muy claro al respecto cuando dice en 1 Juan 1:8-10: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.
¿Qué significa ser perfecto? ¿Es esta perfección algo que no tenemos ninguna esperanza de obtener? La palabra griega “perfecto” como se encuentra en Mateo 5:48 es telios. Según el Léxico Griego de Thayer, significa “llevado a su fin, terminado, sin dejar nada necesario por ser íntegro, perfecto, de plena madurez, adulto, maduro”. Los siguientes son algunos ejemplos de cómo la palabra “perfecto” es referida en el contexto del Nuevo Testamento:
- Además de guardar los Diez Mandamientos, la perfección es tener amor y preocupación por los pobres, asistiendo a sus necesidades. – Mateo 19:16-22.
- La perfección es ser un sacrificio vivo de servicio diario, y no ser conforme a este mundo, sino transformado por el Espíritu Santo para actuar en la perfecta voluntad del Todopoderoso. – Romanos 12:1-2, 1 Corintios 2:1-16.
- El propósito del ministerio es para el perfeccionamiento de los santos, que seamos unidos en la única fe verdadera, completos en el conocimiento del Mesías, un hombre perfecto como Él es perfecto, para que ya no seamos niños fluctuantes. – Efesios 4:11-16, Colosenses 1:27-29.
- Los que se están volviendo perfectos tienen la mente del Creador, una mente de humildad y servicio a los demás. – Filipenses 2:2-5, 19, 20; Filipenses 3:15. Epafrodito o Epafras, es un ejemplo de un servicio perfecto a los hermanos. – Filipenses 2:25-30; Colosenses 4:12-13.
- A menos que hayamos avanzado más allá de las doctrinas básicas y más allá de la leche de la palabra, y seamos capaces de enseñar a otros, no somos creyentes maduros. – Hebreos 5:9-6:6. Fíjese en la palabra traducida “madurez” en Hebreos 5:14. La palabra griega es telios. Nosotros, que hemos sido educados durante tantos años en la verdad ahora deberíamos ser ya maestros, expertos en vivir y practicar la Palabra y capaces de enseñar a otros.
- Superar pacientemente las pruebas y tentaciones resulta en perfección. – Santiago 1:2-8,12; 1 Pedro 5:10.
- La perfección viene del Padre, que es perfecto. – Santiago 1:17 – 18.
- La ley espiritual es una ley perfecta de libertad. Los que la obedecen son perfectos. – Santiago 1:23-25, 2:22.
La perfección no es una meta ilusoria, sino que es nuestro camino de la vida diaria. Cada esfuerzo nuestro está dirigido a llegar a ser perfectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto. El Salvador es el capitán de nuestra salvación, perfeccionado a través del sufrimiento y la obediencia. Una vez que quitamos la mirada de nuestro Salvador, la perfección parece toda estar fuera del ámbito de la realidad. De hecho sin Él, la perfección es imposible, pero a causa de Él, y todo lo que Él ha hecho por nosotros a través de Su expiación vicaria, podemos ser perfeccionados en Él.
El amor es la clave
En un momento de enseñanza, se plantea una pregunta a nuestro gran Ejemplo de un fariseo, un abogado de oficio, en cuanto a cuál era el mandamiento más importante de la ley. Sin dudarlo el Maestro responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:34-40).
El amor en su sentido más estricto no es una palabra pasiva, sino que es una palabra de acción. El verdadero amor es más que decirle de vez en cuando a alguien que usted lo ama. El verdadero amor salta a la acción y demuestra su sinceridad a través de actos de bondad, generosidad y servicio. La recompensa del amor verdadero es la satisfacción de saber que la vida de alguien se ha hecho un poco mejor debido a la atención y las consideraciones que se han extendido a ellos. Si decimos que amamos a los demás, a nuestro prójimo, y que amamos a Dios, entonces podríamos tratar a nuestro prójimo como nos gustaría ser tratados y nos gustaría venerar a nuestro Padre en el Cielo.
Consideren las palabras del Señor a Moisés como se registra en Levítico 19, donde leemos:
No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová. No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; ciertamente reprenderás a tu prójimo y no consentirás que él peque. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová” (Levítico 19:16-18).
En Deuteronomio leemos las siguientes palabras de Moisés a su pueblo,
Y amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón” (Deuteronomio 6:5-7).
Thomas S. Monson, Presidente y Profeta de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (inadvertidamente conocida como la Iglesia mormona por los medios de comunicación y otros) ha dicho:
“Al mirar hacia el cielo, inevitablemente aprendemos de nuestra responsabilidad de llegar a él. Para encontrar la verdadera felicidad, debemos buscar en un foco fuera de nosotros mismos. Nadie ha aprendido el significado de la vida hasta que haya renunciado a su ego al servicio de sus semejantes. El servicio a los demás es similar al deber, cuyo cumplimiento trae la verdadera alegría. No vivimos solos en nuestra ciudad, nuestra nación, o nuestro mundo. No hay una línea divisoria entre nuestra prosperidad y la miseria del prójimo. ‘Ama a tu prójimo’ es más que una verdad divina. Es un patrón de la perfección” (Thomas S. Monson, The Joy of Service, New Era, octubre de 2009, 4.)
Las Escrituras nos enseñan: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, pero aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:20, 21). El Maestro dijo: ”En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13:35).
Recursos Adicionales:
Convertirse en un verdadero discípulo de Jesucristo
Este artículo fue escrito por:
Keith L. Brown
Keith L. Brown es un converso a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, habiendo nacido y criado bautista. Estaba estudiando para ser un ministro bautista en el momento de su conversión a la fe SUD. Fue bautizado el 10 de marzo de 1998 en Reykjavik, Islandia, mientras servía en un servicio activo en la Marina de los Estados Unidos en Keflavic, Islandia. Actualmente sirve como misionero de barrio para el Barrio Maryland, Annapolis, y como Especialista de Asuntos Públicos de Estaca en la Estaca Maryland, Annapolis. Es un veterano de 30 años retirado con honores de la Marina.