En medio de nuestra difícil situación de mortales tenemos necesidades, incluso necesidades apremiantes. La primera es por un mentor, un ejemplo, alguien que haya estado no sólo en un camino similar, sino en uno mucho peor. Una persona que pueda mostrarnos lo que tenemos en nosotros para hacer y llegar a ser. Una persona que sea capaz de decirnos sin hipocresía: “¿Qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy”. (3 Nefi 27:27)
En segundo lugar, necesitamos una persona que conozca las alturas y profundidades de nuestras flaquezas, nuestras tonterías, nuestros fracasos, sin importar cuán extremos sean. Él no deberá ser ajeno a nuestras imperfecciones evidentes, inmadurez y rebeliones. Necesitamos a alguien que conozca de primera mano todas estas debilidades terrenales. Y como un médico de la mente y el cuerpo, deberá conocer los antídotos para los venenos que hemos heredado y en los que nos hemos imbuido.
En tercer lugar, necesitamos a una persona que actúe en nuestro nombre, no por compulsión ni a regañadientes, sino por verdadero interés, enraizado en el amor – un constante y firme amor. De lo contrario, ¿cómo podemos confiar en él? ¿Cómo podemos estar seguros de que en algún momento no nos va a abandonará, no irá por su propio camino, no nos decepcionará?
En cuarto lugar, cuando estemos en conflicto con la ley y estemos luchando con las consecuencias de ello, incluyendo la culpa y el tormento, necesitamos, de hecho anhelamos, un juez justo y sabio. Pero también queremos que sea misericordioso: alguien que tenga el derecho, la autoridad, la capacidad de salvarnos de las amenazas de esclavitud y de lo complicado de nuestros malos actos. Él debe estar dispuesto, sea cual sea la sentencia de los demás, a utilizar sus propios recursos para absolvernos de pagar una pena severa, de hecho, a intervenir en nuestro nombre, incluso si eso significa que él mismo tenga que pagar la pena. Lo más notable de todo, es que él debe estar dispuesto a hacer lo mismo por aquellos a quienes hemos herido, maltratado, engañado.
¿Hay alguna persona en el universo que reúna las condiciones para dichos múltiples papeles? Sólo una.
Truman G. Madsen, Our Desperate Needs (Nuestras apremiantes necesidades), The Gift of the Atonement (El Don de la Expiación), Deseret Book, 2004, p 10-11.