Los cuatro Evangelios son coherentes al narrar que algunos de los discípulos de Jesús encontraron su sepulcro vacío el primer día de la semana (véase Mateo 28:6; Marcos 16:6; Lucas 24:3; y Juan 20:1-2).
Ninguna persona durante el primer o segundo siglo sugirió que Jesús no haya sido enterrado en un sepulcro después de su muerte por crucifixión. Tal argumento en contra ha surgido en los últimos años entre algunos estudiosos selectos que cuestionan la fiabilidad histórica de las narraciones del Evangelio.
Durante el primer y segundo siglo, la controversia relacionada con el sepulcro vacío se centró en cómo se quedó vacío, no si Jesús fue sepultado o no. Como Mateo relata, “Y reunidos con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los soldados,
diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y lo hurtaron, estando nosotros dormidos…Y ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido. Este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy” (Mateo 28:12-15).
El hurtar cuerpos de las tumbas era un hecho muy conocido en la antigüedad y era la explicación alternativa más convincente a la ofrecida por los discípulos: “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios… Él, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella… A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hechos 2:22-24, 32).
Los discípulos de Jesús, los soldados romanos que habían sido contratados para custodiar el sepulcro, y los líderes judíos que eran conscientes de las profecías de Jesús sobre el acto de levantarse de la tumba sabían que el sepulcro estaba vacío. Ellos sólo discrepaban sobre lo que sucedió temprano por la mañana el primer día de la semana, en su sepulcro fuera de las murallas de Jerusalén.