Todos tenemos desafíos. Y no importa de dónde venimos, qué religión practicamos, cuánto dinero tenemos o cuál es nuestro nivel en la sociedad. Nada en este mundo puede hacer inmune a una persona de las dificultades de la vida.
Algunos de los mayores desafíos que yo he enfrentado en mi vida ocurrieron a muy temprana edad. A los 12 años fui diagnosticado con una condición hereditaria que causaba que mi cuerpo no produzca lo suficiente de una sustancia llamada serotonina. El resultado de no tener la cantidad suficiente de esta sustancia en el cuerpo es la depresión. Luego me diagnosticaron una severa ansiedad social y tuve que dejar el colegio. Mis padres se divorciaron cuando tenía 15 años de edad, y a la edad de 17 mi madre dejó de hablarme. Sus últimas palabras fueron “no quiero saber nada que tenga que ver contigo nunca más” antes de alejarse sin decir a dónde estaba yendo.
Entre la edad de 12 y 18, mi vida fue un desastre. Nuestra psiquiatra de familia dijo que el divorcio de mis padres podría destruirme y los incontables psiquiatras que visité se dieron por vencidos. La mayor parte del tiempo quería que me dejaran solo y me quedaba en mi cuarto. Sentía que yo era una carga para todos y menos agradable como para estar rodeado. Cuando mi mama me dejó, me encerré en mi cuarto por tres días y lloré. Por más triste que todo esto pueda sonar, fue durante ese tiempo que mi relación con Dios y mi fe en la expiación de Jesucristo crecieron y se fortalecieron.
Al mirar este período difícil de mi vida ahora me doy cuenta de que no acudí a Jesucristo en busca de ayuda. Fue el Señor quien se acercó para ayudarme. Como dice en el Libro de Juan, tercer capítulo, versículos 16 y 17:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”.
La expiación de Jesucristo no sólo se aplica para la salvación de mi alma, la expiación también se aplica para mi vida en cada momento. Yo necesitaba más que nunca que alguien me salvara y fue por la expiación y el amor de mi Salvador que llegó mi salvación. En un momento en que parecía que el mundo estaba en mi contra, sentí muy dentro de mí el conocimiento de la verdad que, incluso si el mundo entero me despreciaba, el Señor vino a este mundo con el único propósito de ayudarme.
De alguna manera, a través de la niebla de mi depresión y a pesar de la inexperiencia de mi juventud, tuve la oportunidad de sentirme inspirado y fortalecido. Oré a Dios sobre una base regular y le pedí ayuda. Parecía que cuanto más hablaba con el Señor, más fuerte me sentía. La paz y el consuelo que llegaron a mí comenzaron a sanarme desde mi interior, y después de algunos años, pude dejar de tomar mis medicamentos.
Cuando mi madre se fue lloré pero también oré. Le dije al Señor lo solo que me sentía y lo triste que estaba. Sentía que una parte de mí había sido arrancada y ahora tenía un enorme agujero en mi alma. Fue entonces que sentí que debía acudir a las escrituras para mi consuelo. Como miembro de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (comúnmente llamada “Iglesia Mormona”) leí del El Libro de Mormón, que es un registro antiguo de santas escrituras que testifican de Jesucristo. Cuando fui a leer, se me ocurrió abrir en El Libro de Mormón, una escritura que debí haber leído varias veces y que pasé por alto. 1 Nefi, capítulo 21, versículo 15 dice:
“Porque, ¿puede una mujer olvidar a su niño de pecho al grado de no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aun cuando ella se olvidare, yo nunca me olvidaré de ti, oh casa de Israel!”
Aunque estaba herido interiormente, supe que el Señor Jesucristo siempre me amaría y me recordaría. En ese momento, la curación comenzó a tomar su lugar y nunca más me he sentido solo desde ese momento.
Todos nosotros sufrimos y sentimos dolor de vez en cuando. Algunas veces podemos sentirnos abrumados que no parece haber ninguna manera de salir de ese pozo de la desesperación. Es entonces que la expiación puede servir como una escalera para que podamos salir de eso pozo oscuro y entrar en la luz del día, es el Salvador quien extiende la escalera para nosotros. Esto demandará energía y trabajo pero sé que vale la pena el esfuerzo y estoy muy agradecido de haber escogido subir.
el mensaje muy inspirador las que pasan estas aflicciones son elegidas porque soportan
nacidos para triunfar y ser luz para otros