Emily Spencer es miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (“mujer mormona”), escritora independiente, concertista, arreglista de música coral sagrada y madre de cuatro hijos.

oración-mormonaUna vez me preguntaron en una entrevista si yo tenía un modelo de la “mujer mormona” ideal (una mujer miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días).   “¿Qué se entiende exactamente por ‘mujer mormona ideal’?, pregunté.  “¿Ese prototipo realmente existe?” El debate que siguió fue intrigante, porque no había pasado mucho tiempo desde que yo suspiraba por modelos femeninos en mi propia vida – que eran emblemáticos, proféticos, con visión de futuro – y no sólo reflexionaba sobre esta esquiva “mujer mormona ideal”, sino más ampliamente sobre la “mujer ideal” en general.  ¿Qué se consideraba exactamente “ideal”, de acuerdo a los estándares de quién, y por qué?

Casi al mismo tiempo, me senté en una clase de Doctrina del Evangelio (una de las clases de la Escuela Dominical que se ofrece a los miembros adultos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, conocidos como “mormones”) donde el tema del día fue la visión de Nefi del Árbol de la Vida del Libro de Mormón, un libro considerado por los Santos de los Últimos Días como un volumen de escritura que da testimonio junto a la Biblia de la divinidad de Jesucristo.  Yo había leído el relato al parecer una y mil veces, y así, sin duda, sentí que mi interés disminuía a medida que el instructor guiaba la clase a través de sus versículos.  El pasaje, que se encuentra en los primeros capítulos del Libro de Mormón, detalla cómo Nefi, el hijo del profeta Lehi y él mismo un profeta, deseaba contemplar y entender la interpretación de un sueño que su padre había tenido con respecto a un glorioso árbol cuyo fruto era “de lo más dulce, superior a todo cuanto yo había probado antes” y que “al comer de su fruto, [su]alma se llenó de un gozo inmenso” (1 Nefi 8:10-12).

El deseo de Nefi fue concedido, y se encontró a sí mismo “arrebatado en el Espíritu del Señor, sí, hasta una montaña extremadamente alta”, donde su propia experiencia visionaria aconteció (1 Nefi 11:1).  El Espíritu lo acompañó, actuando como una especie de “guía turístico”, destacando y explicando los elementos más destacados del sueño con el fin de que Nefi pudiera entender su significado.  De hecho es un relato hermoso; sin embargo, mis pensamientos se dispersaron. Me encontré preguntándome especialmente por la esposa de Nefi. ¿Qué visiones trascendentales podrían haber sido suyas, habría tenido su propia montaña que ascender?  ¿Y si no hubiera sido su suerte acarrear agua o fregar las vasijas en el arroyo?  O, si de hecho hubiera tenido que hacer todo eso, ¿cómo podríamos saberlo?  Teniendo en cuenta su época y cultura, ¿sus escritos habrían sido incluso considerados adecuados para su inclusión en cualquier cuerpo existente de canon? ¿Sabría leer y escribir?

Perdida en mis pensamientos, eché una ojeada a los versículos familiares, aparte del debate de la clase a mi alrededor.  Mientras estaba sentada ahí, una notable epifanía de pronto comenzó a surgir en mi mente – una perspectiva que nunca había considerado antes, y que me golpeó con gran fuerza.  Aquí estaba Nefi, que había sido llevado hasta una cima de montaña, donde el Creador del Universo tenía a su alcance una amplia gama de potentes y espectaculares demostraciones cósmicas con las cuales instruir a su alumno – un alumno que resultó ser un profeta.  ¿Cómo habría elegido Dios destilar quizás el concepto más importante de todos – la naturaleza de Su amor – sobre uno de sus sirvos más elegidos?  ¿Qué lección increíble habría Él empleado?  En el pasaje, 1 Nefi, capítulo 11, el Espíritu muestra a Nefi una virgen “más hermosa y pura que cualquier otra virgen” y le pregunta: “¿Comprendes la condescendencia de Dios?”  Nefi responde, “Yo sé que Él ama a sus hijos; sin embargo, no sé el significado de todas las cosas”.  Entonces el Espíritu explica: “He aquí que la virgen que tú ves es la madre del Hijo de Dios, a la manera de la carne”. Entonces Nefi vio y contempló a “la virgen de nuevo, llevando a un niño en sus brazos”.

Antes de su visión, Nefi estaba “sentado reflexionando sobre esto”, preguntándose acerca de las posibles interpretaciones del árbol.  Estas preguntas aparentemente pesaban mucho en su mente ya que el texto sugiere que había dedicado algún tiempo a la reflexión.  A pesar de ello, le quedó suficiente incertidumbre como para en última instancia dirigirse al Señor, Jesucristo, por respuestas definitivas.  Después de haber dado a Nefi la oportunidad de observar esta escena dulce y simple de una madre sosteniendo a su hijo, el ángel le hace la pregunta culminante, y la pregunta que inició la búsqueda de Nefi, en primer lugar, con lo que se completa el círculo: “¿Comprendes el significado del árbol que tu padre vio?”  En esta ocasión, Nefi lo sabía, y lo supo al instante, sin necesidad de rapidez para cavilar.  Él contempla a María que lleva a su precioso bebé en sus brazos, y declara: “Sí, es el amor de Dios…” (Versículo 22).

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Mi corazón se hinchó mientras estaba sentada en el salón de clases y contemplaba este cambio.  ¡Así es como Dios enseña a un profeta sobre la naturaleza de Su amor!  Yo acababa de deleitarme en mi preocupación por la aparente desigualdad de la misión comparativamente mediocre de la esposa de Nefi (¡y del hecho de que ni siquiera sabemos su nombre!) cuando mi Padre Celestial iluminó mi mente y me mostró que, incluso con el universo entero como salón de clases, era a través del acto más simple y más fundamental de la condición de mujer y de la crianza que su propia misión podría ser más clara y poderosamente ejemplificada. ¡Y esto era ejemplificado a través de un papel en el que me encontraba en ese momento!  ¡El amor y la preocupación por los más pequeños – obviamente importantes, pero poco atractivos y fácilmente agrupados en el mundo con las otras tareas aparentemente comunes de la vida diaria – era en realidad el símbolo acumulativo del amor de Dios para la humanidad!

¿A quién señaló el Señor cuando este antiguo profeta americano, Nefi, necesitó un modelo?  ¿Cuándo Nefi necesitó la clave para la interpretación del sueño?  No señaló a figuras adornadas en la gloria, ejerciendo fuerza, abatiendo enemigos con valentía.  No señaló a oradores fascinantes o estadistas cautivantes.  No señaló a hombres o mujeres con una agudeza intelectual deslumbrante, impresionante belleza, o derramando elogios sin fin de sus nombres.  La propia misión, naturaleza y carácter de Dios – su ideal – fueron demostrados a través de un acto apacible – uno que expresaba ternura, compasión, amor inagotable, y sin sujeción a cualquier exhibición pública o reconocimiento.  También fue demostrado a través de un papel al que todos podemos referirnos ya que todos nosotros hemos sido criados por nuestras propias madres, somos padres, o tenemos la oportunidad de criar a quienes nos rodean en cierta medida.

He estado reflexionando sobre esa experiencia muchas veces desde entonces.  Creo que hay varias cosas que mi Padre Celestial me ha destinado a deducir en ese momento de introspección ese día.  Creo que Él quería que yo supiera que el mayor héroe de todos, Jesucristo, Aquel en que “no hay parecer en él ni hermosura;… no habrá en él atractivo para que le deseemos” (Isaías 53:2), contempla todos los actos, conoce cada deseo sincero y estima cada noble tarea, incluso cuando no es muy conocida o grande.  Creo que Él quería que yo supiera todo eso, “negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres… son iguales ante Dios” y el Salvador, y que “Él no niega” sino “Él invita a todos a que vengan a Él y participen de su bondad”(2 Nefi 26:33).  Creo que Él quería que yo supiera que Su amor, el mayor gozo a tener, no se encontraría por ambicionar los ideales sostenidos por los demás, sino por abrazar los ideales sostenidos por Él, nuestro Redentor.  Creo que Él quería que yo supiera que en lugar de preocuparse por lo que he logrado, Él se preocupa mucho por si mi corazón se ha transformado,- si estoy dispuesto a someterme a la cada vez más atrayente causa del mismo yo a fin de “De manera que, sé fiel; ocupa el oficio al que te he nombrado; socorre a los débiles, levanta las manos caídas y fortalece las rodillas debilitadas”(Revelación moderna: Doctrina y Convenios 81:5).  Creo que Él quería que yo supiera que Su amor, “el más deseable que todas las cosas” y “el de mayor gozo para el alma” (1 Nefi 11:22-23) es mucho más accesible de lo que yo podría haber imaginado, y que las oportunidades para participar de él en abundancia estaban delante de mis narices, en cualquier momento o lugar.

Tras haber comido del fruto precioso, Lehi declaró su primer impulso: “deseé que participara también de él mi familia, pues sabía que su fruto era preferible a todos los demás” (1 Nefi 8:12).  A medida que nos llenamos con el amor de nuestro Padre y Jesucristo, el Hijo de Dios, nos movemos a su vez a derramar ese amor a los demás; y al hacerlo, descubrimos que el compartir es, en efecto, participar – un regalo que siempre es multiplicado, pero no dividido.  Así va el amor del Señor, en círculo eterno, a medida que obra incesantemente para hacer criaturas santificadas de cada uno de nosotros.  En eso consiste su ideal logrado, que al final es lo que nos hace “ideales”: a través del amor de Cristo purificado, a través del recibir, a través del dar, Él nos hace suyos.

Aprenda acerca del papel de las mujeres mormonas y las familias.

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