Por el Élder Russell M. Nelson
Del Quórum de los Doce Apóstoles

Elder-Russell-M-Nelson-mormonÉl Élder Nelson habla de lo que las creencias mormonas nos enseñan sobre el papel y la misión de Jesucristo – qué verdades nos han sido restauradas en las creencias mormonas.

Mi pasión de toda una vida dedicada al corazón humano dio un giro inesperado en abril de 1984, cuando fui llamado a dejar el quirófano del hospital para entrar en el cuarto superior del Templo de Salt Lake, donde fui ordenado Apóstol del Señor Jesucristo. Yo no busqué este llamamiento, pero me he esforzado humildemente por ser digno de la confianza y del privilegio que es el ser Su representante, pues ahora espero poder enmendar los corazones espiritualmente, como antes lo había hecho en la sala de operaciones.

Al ser una persona que ha sido llamada, sostenida y ordenada como uno de los quince testigos especiales de nuestro Señor y Maestro, sigo este lema vital del Libro de Mormón: “…hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, y profetizamos de Cristo.”(2 Nefi 25:26)

Le honramos como a la persona más importante que haya vivido sobre el planeta Tierra. Él es Jesús el Cristo, nuestro Maestro y más. Tiene numerosos nombres, títulos y responsabilidades, todos ellos de significado eterno. En las páginas asignadas para este artículo no podríamos considerar ni comprender en su plenitud todas las facetas importantes de Su vida, mas por el momento me gustaría repasar, aunque fuese de manera breve, diez de esas importantes responsabilidades, no queriendo con ello dar a entender orden alguno de prioridad, pues todo lo que Él hizo tuvo una importancia divina por igual.

Creador

Bajo la dirección del Padre, Jesús tuvo la responsabilidad de ser Creador. Su título fue el Verbo. En el griego del Nuevo Testamento, la palabra Verbo era Logos, que significaba palabra o expresión. Se trataba de otro nombre para el Maestro. Esa terminología puede parecernos extraña, pero es apropiada. Empleamos palabras para expresarnos. Así que Jesús era el Verbo, o la expresión, de Su Padre para todo el mundo.

 

El Evangelio de Juan proclama que Cristo es el Creador de todas las cosas: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.”(Juan 1:3; vea también D y C 93:21)

La responsabilidad de Jesús como Creador de muchos mundos se ve afirmada en la revelación moderna:

 “así que, en el principio era el Verbo, porque él era el Verbo, sí, el mensajero de salvación,la luz y el Redentor del mundo; el Espíritu de verdad que vino al mundo, porque el mundo fue hecho por él, y en él estaban la vida y la luz de los hombres.”

Los mundos por él fueron hechos, y por él los hombres fueron hechos; todas las cosas fueron hechas por él, mediante él y de él. (D y C 93:8-10; vea también 1 Corintios 8:6; Hebreos 1:2; 2 Nefi 9:5; 3 Nefi 9:15; D y C 76:23-24; D y C 88:42-48; D y C 101:32-34)

El libro de Helamán registra un testimonio similar al declarar que Jesucristo es… el Creador de todas las cosas desde el principio. Otra cita aclaratoria procede de Dios el Señor que le dijo a Moisés: Para mi propio fin he hecho estas cosas…

Y las he creado por la palabra de mi poder, que es mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad.

Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin; y por medio del Hijo, que es mi Unigénito, los he creado.” (Moisés 1:31-33).

Este santo Creador hizo posible que cada uno de nosotros tuviera un cuerpo físico, uno que fuera único y original para cada persona pero a la vez similar, en muchos aspectos, al de todo otro cuerpo humano. Del mismo modo que un músico bien educado reconoce al compositor de una sinfonía debido al estilo y a la estructura de la misma, así también un cirujano bien instruido puede reconocer al Creador del ser humano por el parecido con el estilo y la estructura de nuestra anatomía. Dejando a un lado las diferencias individuales, este parecido nos proporciona la evidencia adicional, así como una profunda confirmación espiritual de nuestra creación divina por un mismo Creador, y realza nuestro entendimiento de la relación que tenemos con Él:

 “De modo que los Dioses descendieron para organizar al hombre a su propia imagen, para formarlo a imagen de los Dioses, para formarlos varón y hembra.

Y dijeron los Dioses: los bendeciremos.” (Abraham 4:27-28)

En verdad, ellos nos han bendecido a cada uno de nosotros. Nuestros cuerpos pueden repararse y defenderse por sí mismos, generando células nuevas que reemplacen a las viejas. Nuestros cuerpos llevan en su interior la simiente que permite la reproducción del ser humano, conservando nuestras características únicas e individuales. No es de extrañar que nuestro Creador sea también conocido como EL GRAN MÉDICO (vea Mateo 9:12), capaz de sanar a los enfermos (vea 3 Nefi 9:13; D y C 35:9; D y C 42:48-51), restaurar la vista a los ciegos (vea Juan 9:1-11), abrir los oídos de los sordos (vea Isaías 35:5; 3 Nefi 26:15) y levantar a los muertos (vea Mateo 9:23-26; Juan 11:5-45). En éstos, los últimos días, Él ha revelado un código de salud conocido como la Palabra de Sabiduría, el cual ha bendecido las vidas de todos los que han obedecido con fe. Por tanto, honramos a Jesús como a nuestro Creador, dirigido de manera divina por Su Padre.

Jehová

Jesús era Jehová. Este título sagrado sólo se registra cuatro veces en la Biblia de la Reina Valera (vea Éxodo 6:3; Salmos 83:18; Isaías 12:2; Isaías 26:4). Se confirma también el empleo de este nombre sagrado en las Escrituras modernas (vea Moroni 10:34; D y C 109:68; D y C 110:3; D y C 128:9). JEHOVÁ es una palabra derivada del término hebreo hayah, el cual significa “ser” o “existir”. Una forma de la palabra hayah en el texto hebreo del Antiguo Testamento fue traducida al inglés como YO SOY. (Éxodo 3:14)

De manera notable, YO SOY fue empleado por Jehová como un nombre para sí mismo (vea D y C 29:1; D y C 38:1; D y C 39:1). Leamos el siguiente interesante diálogo del Antiguo Testamento, donde Moisés acaba de recibir una asignación divina que no había buscado: el llamado a sacar a los hijos de Israel del cautiverio. La escena se desarrolla en lo alto del monte Sinaí:

“Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?”

Por supuesto que Moisés se sentía inadecuado ante tal llamamiento, del mismo modo que nos podemos sentir ustedes y yo ante una asignación difícil.

“Dijo Moisés [nuevamente] a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿qué les responderé?”

“Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.”

“Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.”(Éxodo 3:11, 13-15)

De ese modo, Jehová reveló a Moisés el nombre mismo que Él, con mansedumbre y modestia, había escogido como Su propia identificación preterrenal: “YO SOY”.
Luego, durante Su ministerio terrenal, Jesús repitió este nombre de vez en cuando. ¿Recuerdan Su breve respuesta a los que le estaban atormentando con preguntas? Fíjense en el doble significado de Su respuesta a Caifás, el sumo sacerdote:
“…El sumo sacerdote… le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”

“Y Jesús le dijo: YO SOY.” (Marcos 14:61-62)

Estaba declarando tanto Su linaje como Su nombre. Ocurrió otro ejemplo cuando se burlaron de Jesús por Su familiaridad con Abraham:

“Entonces le dijeron los judíos… ¿y has visto a Abraham?
Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, YO SOY.”
(Juan 8:57-58)

Jehová, el gran YO SOY, el Dios del Antiguo Testamento, se identificó claramente a Sí mismo cuando se apareció en persona, en Su gloria como un ser resucitado, al profeta José Smith y a Oliver Cowdery en el Templo de Kirtland el 3 de abril de 1836. Cito del testimonio escrito de ambos:

“Vimos al Señor sobre el barandal del púlpito, delante de nosotros; y debajo de sus pies había un pavimento de oro puro del color del ámbar.”
“Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante brillaba más que el resplandor del sol; y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía:”

“Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto.” (D y C 110:2-4; énfasis añadido; vea también D y C 76:23)

Jesús cumplió con Su responsabilidad como Jehová, “el gran YO SOY,” produciendo consecuencias eternas.

Abogado ante el Padre

Jesús es nuestro Abogado ante el Padre (vea 1 Juan 2:1; D y C 29:5; D y C 32:3; D y C 45:3; D y C 110:4). La palabra abogado procede de voces latinas que significan “voz por” o “el que suplica por otro”. En las Escrituras aparecen otros términos relacionados, tales como mediador (vea 1 Timoteo 2:5, 2 Nefi 2:28: D y C 76:69). En el Libro de Mormón aprendemos que esta responsabilidad de mediar, o de interceder, fue establecida antes de Su nacimiento: …Jesús intercederá por todos los hijos de los hombres; y los que crean en él serán salvos. (2 Nefi 2:9)

Esta misión era claramente evidente en la compasiva oración intercesora de Jesús. Imaginémosle arrodillado en ferviente súplica, escuchemos el hermoso lenguaje de Su oración, percibamos Su sentimiento por Su gran responsabilidad como mediador:

“He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.”

“Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti;”

“porque las palabras que me diste, les he dado, y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.”

“Yo ruego por ellos. (Juan 17:6-9)
También se le conoce como el Mediador del Nuevo Testamento, o del Nuevo Pacto (vea Hebreos 9:15; Hebreos 12:24). El comprender Su papel como Abogado, Intercesor y Mediador ante el Padre nos da la certeza de Su comprensión, justicia y misericordia sin igual (vea Alma 7:12).

Emmanuel

Jesús fue preordenado para ser el Emmanuel prometido. Recuerden la notable profecía de Isaías: …”el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).  El cumplimiento de esta profecía no era algo meramente improbable, sino que era humanamente imposible. ¡Increíble! Todos sabían que una virgen no podía concebir un hijo, y luego ponerle al niño un nombre tan extravagante era doblemente atrevido. ¡El nombre hebreo, Emanuel, el título profetizado por Isaías, significa literalmente “Dios con nosotros”! (vea Isaías 7:14, nota de pie de página e.) Posteriormente, dicho nombre sagrado fue dado a Jesús en el Nuevo Testamento, en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios. (Vea Mateo 1:23; 2 Nefi 17:14; D y C 128:22).

Sólo podía ser Emanuel por la voluntad del Padre.

El Hijo de Dios

Jesús solo cargó con Su responsabilidad como Hijo de Dios, el Hijo Unigénito del Padre. Jesús era, literalmente, “el Hijo del Altísimo” (Lucas 1:32; vea también Lucas 1:35). Hay más de una docena de pasajes de las escrituras en los que la solemne palabra de Dios el Padre da testimonio de que Jesús es verdaderamente Su Hijo Amado. Con frecuencia, ese solemne testimonio va acompañado de la súplica de Dios de que los hombres escuchen y obedezcan la voz de Su reverenciado Hijo (vea Mateo 3:17; Mateo 17:5; Marcos 1:11; Marcos 9:7; Lucas 3:22; Lucas 9:35; 2 Pedro 1:17; 2 Nefi 31:11; 3 Nefi 11:7; 3 Nefi 21:20; D y C 93:15; Moisés 4:2; JS-H 1:17). A través de la condescendencia de Dios, esa profecía tan improbable de Isaías (vea Isaías 7:14) se hizo realidad.

Este origen único de Jesús fue también anunciado a Nefi, al ser instruido por un ángel:

“…He aquí, la virgen que tú ves es la madre del Hijo de Dios, según la carne…

…¡He aquí, el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno!” (1 Nefi 11:18, 21).

Jesús heredó de Su Padre Celestial el potencial de la inmortalidad y la vida eterna, y de Su madre recibió la mortalidad y el potencial de la muerte (vea Géneis 3:15; Marcos 6:3). Antes de la Crucifixión, mencionó las siguientes palabras aclaratorias:
“…yo pongo mi vida, para volverla a tomar.”

“Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para volverla a tomar. Esto… recibí de mi Padre.” (Juan 10:17-18)

Aunque distinto de Su Padre Celestial tanto en cuerpo como en espíritu, Jesús es uno con Su Padre en poder y propósito, siendo el objetivo final de ambos el “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.”(Moisés 1:39)

Puede que algunos se pregunten por qué a veces se alude al Hijo como “el Padre”. El nombre, o designación, de cualquier persona puede variar. Todo hombre es un hijo, pero también se le puede llamar padre, hermano, tío o abuelo, dependiendo de su circunstancia, así que no debemos confundirnos con respecto a la identidad divina, al propósito ni a la doctrina. Debido a que Jesús fue nuestro Creador y es el progenitor de nuestro renacimiento espiritual, se le conoce en las Escrituras como “el Padre de todas las cosas” (Mosíah 7:27; vea también 15:3; Mosíah 16:15; Helamán 14:12; Éter 3:14). Pero, por favor, recuerden lo que ensenió la Primera Presidencia bajo el presidente Joseph F Smith: “Jesucristo no es el Padre de los espíritus que han tomado o que vayan a tomar un cuerpo en esta tierra, pues Él es uno de ellos. Él es el Hijo, tal y como los demás son hijos e hijas de Elohim” (en James R. Clark, comp., Mensajes de la Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, vol. 6. [1965–75], 5:34).

Entendemos bien esa distinción cuando oramos a nuestro Padre Celestial en el nombre de Su Hijo, Jesucristo, honramos a nuestro Padre Celestial, así como a nuestros padres terrenales, tal y como Jesús honró a los Suyos, como el Hijo de Dios.

El Ungido

…Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret. Jesús era el Ungido; por causa de esto se acordaron dos títulos específicos para Él. Uno de ellos era el MESÍAS que significa el Ungido en hebreo. El otro era el Cristo, que procede de la voz griega que también significa el Ungido. De ese modo, “Jesús… es el único ungido del Padre para ser su representante personal en todas las cosas relacionadas con la salvación del género humano” (Diccionario de la Biblia, “El Ungido”, 609). En las Escrituras se declara que Cristo es el único nombre bajo el cielo mediante el cual viene la salvación (vea 2 Nefi 25:20). Así que podemos emplear cualquiera de estos títulos para connotar adoración por Jesús: el Cristo o el Mesías. Ambos significan uno que es ungido por Dios para esa responsabilidad divina.

Salvador y Redentor

Jesús nació para ser el Salvador y el Redentor de toda la humanidad. Era el Cordero de Dios (vea 1 Nefi 10:10), quien se ofreció a sí mismo sin mancha ni defecto (vea 1 Pedro 1:19) como sacrificio por los pecados del mundo (vea Juan 1:29). Más adelante, como el Señor resucitado, relacionó esa sagrada responsabilidad con el significado del Evangelio, la cual Él describió en un pasaje poderoso:

“He aquí, os he dado mi evangelio, y éste es mi evangelio que os he dado: que vine al mundo a cumplir la voluntad de mi Padre, porque mi Padre me envió.”

“Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz.” (3 Nefi 27:13-14; vea también 3 Nefi 27:15-21).

De ese modo, Jesús mismo definió el Evangelio. En inglés, este término procede de una palabra que significa “buenas nuevas”. El Diccionario Bíblico SUD en inglés dice lo siguiente: “Las buenas nuevas son que Jesucristo llevó a cabo una expiación perfecta de la humanidad, lo cual redimirá a todos los hombres de la tumba y recompensará a cada uno de acuerdo con sus obras. Se dio comienzo a esta expiación al recibir Él Su nombramiento en la vida preterrenal, mas fue realizada por Él durante Su vida mortal” (Diccionario Bíblico, “Evangelios”, 682).

La expiación de Jesucristo había sido predicha mucho antes de que naciese en Belén. Los profetas habían anunciado Su venida durante muchas generaciones. Tomemos una de esas profecías del registro de Helamán, escrita cerca de treinta años antes del nacimiento del Salvador: …recordad que no hay otra manera ni medio por los cuales el hombre pueda ser salvo, sino por la sangre expiatoria de Jesucristo, que ha de venir; sí, recordad que él viene para redimir al mundo (Helamán 5:9).

Su Expiación nos bendice a cada uno de manera muy personal. Lean cuidadosamente esta explicación de Jesús:

“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten; mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo; padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.

Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres” (D y C 19:16-19).

Jesús cumplió Su gloriosa promesa hecha en los concilios preterrenales, al expiar la caída de Adán y Eva de manera incondicional, así como nuestros pecados bajo la condición del arrepentimiento. Su responsabilidad como Salvador y Redentor estuvo permanentemente ligada con la que tenía como Creador.

Con el fin de añadir un poco más de perspectiva a esta relación, me gustaría compartir una cita importante la cual encontré en un libro antiguo en Londres, un día que me encontraba en la biblioteca del Museo Británico. Fue publicado como una traducción del siglo veinte, al inglés, de un antiguo texto egipcio, el cual fue escrito por Timoteo, arzobispo de Alejandría, quien murió en el año 385 d JC. Dicho registro hace alusión a la creación de Adán, y el Jesús premortal habla a Su Padre:
“Hizo a Adán a Nuestra imagen y semejanza, y lo dejó allí recostado durante cuarenta días y cuarenta noches sin poner aliento de vida en él. Y cada día suspiraba, diciendo: ‘Si pongo aliento de vida en este hombre, deberá sufrir mucho dolor’. Y yo dije a Mi Padre: ‘Pon aliento en él; yo seré su abogado’. Y Mi Padre me dijo: ‘Si pongo aliento en él, Mi Hijo amado, te verás obligado a descender al mundo y sufrir mucho dolor por él antes de que lo hayas redimido y le hagas volver a su primer estado’. Y yo dije a Mi Padre: ‘Pon aliento en él; yo seré su abogado y descenderé al mundo y obedeceré Tu mandato” (“Discurso en Abaton,” in E. A. Wallis Budge, ed. y trad., Coptic Martyrdoms etc. en el Dialecto del Alto Egipto [1977], entre paréntesis aparecen en el texto impreso; vea Moisés 3:7; Moisés 6:8–9, 51–52, 59).

La responsabilidad de Jesús como Abogado, Salvador y Redentor fue preordenada en el reino preterrenal y cumplida en Su Expiación (vea Job 19:25-26; Mateo 1:21; Abraham 3:24-27). Nuestra responsabilidad consiste en recordar, arrepentirnos y ser rectos.

Juez

Estrechamente relacionado con el estado del Señor como Salvador y Redentor está Su responsabilidad como Juez. Jesús reveló la relación que existe entre estas tres responsabilidades después de dar a conocer Su definición de Evangelio, la cual cité anteriormente:

“…así como he sido levantado por los hombres [en la cruz], así también los hombres sean levantados por el Padre, para comparecer ante mí, para ser juzgados por sus obras, ya fueren buenas o malas;

…por consiguiente, de acuerdo con el poder del Padre, atraerá a mí mismo a todos los hombres, para que sean juzgados según sus obras.” (3 Nefi 27:14-15)
El Libro de Mormón proporciona más luz sobre cómo se llevará a cabo ese juicio, al igual que lo hace la investidura del templo. Al acercarnos a la entrada de la corte eterna de la justicia, sabemos quién la va a presidir:

…el guardián de la puerta es el Santo de Israel; y allí él no emplea ningún sirviente, y no hay otra entrada sino por la puerta; porque él no puede ser engañado, pues su nombre es el Señor Dios.

Y al que llamare, él abrirá.” (2 Nefi 9:41-42)

En las Escrituras se indica que el Señor recibirá ayuda de los Apóstoles cuando emita Su juicio sobre la casa de Israel (vea 1 Nefi 12:9; D y C 29:12). Nuestro encuentro personal en el juicio estará acompañado de un “vivo recuerdo” (Alma 11:43) y un “recuerdo perfecto” (Alma 5:18) de nuestros hechos, así como de los deseos de nuestro corazón (vea D y C 137:9).

Ejemplo

Otra responsabilidad del Señor, una que abarca todas las demás responsabilidades, es la de ser el Ejemplo. Él dijo a las personas de la Tierra Santa: “…ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:15; vea también Juan 14:6; 1 Pedro 2:21). Hizo hincapié otra vez a la gente de la antigua América en Su misión de ser un Ejemplo: “…yo soy la luz; yo os he dado el ejemplo” (3 Nefi 18:16; vea también 2 Nefi 31:9, 16). En el Sermón del Monte, Jesús amonestó a Sus seguidores con estas palabras: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).

A pesar de ser sin pecado y puro cuando estaba en la mortalidad, debemos recordar que Jesús veía Su propio estado de perfección física como algo perteneciente todavía al futuro (vea Lucas 13:32). Aun Él tuvo que preservar hasta el fin. ¿Se esperará menos de nosotros?

Cuando el Señor crucificado y resucitado se apareció al pueblo de la antigua América, volvió a reclamar la importancia de Su ejemplo, pero esta vez se incluyó a Sí mismo como ser perfecto: “…quisiera que fueseis perfectos así como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (3 Nefi 12:48).

¿Se sienten frustrados ante sus propias imperfecciones? Por ejemplo, ¿alguna vez han perdido las llaves? ¿Se han ido de una habitación a otra con el propósito de hacer algo, para descubrir que han olvidado lo que querían hacer? (Por cierto, este tipo de problemas no desaparecen con la edad) Por favor, no se desanimen por el deseo que expresa el Señor de que seamos perfectos. Deben tener fe para saber que Él no les requerirá un desarrollo más allá de la propia capacidad de ustedes. Claro que deben esforzarse por corregir los hábitos o los pensamientos inapropiados. La conquista de la debilidad proporciona gran gozo. En esta vida, ustedes pueden alcanzar cierto grado de perfección en algunas cosas. Pueden ser perfectos en guardar varios mandamientos, mas el Señor no les está pidiendo necesariamente que nunca cometan errores ni que sean perfectos en todas las cosas. Les está suplicando mucho más que eso. Sus esperanzas son que ustedes logren todo su potencial, ¡que sean como Él es! Eso incluye el perfeccionamiento del cuerpo físico de ustedes, cuando éste sea mudado a un estado inmortal en el que no se pueda deteriorar ni morir.

Mientras se esfuercen sinceramente por un mejoramiento continuo durante su vida aquí, recuerden que les aguardan la resurrección, la exaltación, la culminación y la perfección en la vida venidera. Esa preciosa promesa de perfección no habría sido posible sin la Expiación ni el ejemplo del Señor.

Mesías Milenario

Una de las máximas responsabilidades del Señor está aún por venir, la de Su magnífico estado como el Mesías Milenario. Cuando ese día llegue, la faz de la tierra habrá cambiado: “Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane” (Isaías 40:4). Entonces Jesús regresará a la tierra. Su Segunda Venida no se hará en secreto, sino que será ampliamente conocida: “Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá” (Isaías 40:5).

Entonces “el principado será sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”(Isaías 9:6). Gobernará desde dos capitales del mundo, una en la Antigua Jerusalén y la otra en la Nueva Jerusalén, “edificada sobre el continente americano” (A de F 1:10; vea también Éter 13:3-10; D y C 84:2-4). Desde estas capitales dirigirá los asuntos de Su Iglesia y reino, y entonces “reinará por los siglos de los siglos” (Rev. 11:15; vea también Éxodo 15:18; Salmos 146:11; Mosíah 3:5; D y C 76:108).

En ese día tendrá títulos nuevos y estará rodeado de santos especiales. Será conocido como “Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él serán aquellos que son llamados y elegidos y fieles” en sus responsabilidades aquí en la tierra (Rev. 17:14; vea también Rev. 19:16).

Él es Jesús, el Cristo, nuestro Maestro y más. Sólo hemos tratado diez de Sus muchas responsabilidades: Creador, Jehová, Abogado ante el Padre, Emanuel, Hijo de Dios, El Ungido, Salvador y Redentor, Juez, Ejemplo y Mesías Milenario.

Como discípulos Suyos, tanto ustedes como yo tenemos también grandes responsabilidades. Dondequiera que vaya, es mi llamamiento divino y mi sagrado privilegio el dar ferviente testimonio de Jesucristo. ¡Él vive! Le amo. Me esfuerzo por seguirle y estoy dispuesto a ofrecer mi vida a Su servicio. Como testigo especial Suyo, enseño de Él. Cada uno de ustedes tiene la responsabilidad de conocer al Señor, de amarle, de seguirle, de servirle, y de enseñar y testificar de Él.

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