Elder John M. Madsen
De Los Setenta
El élder Madsen comparte su testimonio de Jesucristo y el Libro de Mormón, con una referencia especial de la visita de Cristo a José Smith hijo en el templo de Kirtland.
Mis queridos hermanos, siento un gozo inefable y gran gratitud por los acontecimientos tan importantes que tuvieron lugar en el Templo de Kirtland, en esta misma fecha, hace 157 años. Y. con humildad, quisiera rendir homenaje a mis padres, quienes me criaron “en disciplina y amonestación del Señor” (Enós 1:1).
Amo las palabras que el Señor ha dirigido a todos los que han sido escogidos y llamados para ir a predicar el evangelio en estos últimos días:
“… oh mis siervos… Sed de buen ánimo, pues, y ano temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé; y testificaréis de mí, sí, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente; que fui, que soy y que he de venir.” (D. y C. 68:5–6).
Todos aquellos que conocen y entienden la obra gloriosa de redención del Señor Jesucristo, y todos los que conocen de Su majestad, poder y promesas, entienden por qué deben ser de buen ánimo. Aquellos que han llegado a conocerle no sienten temor. Ellos elevan hacia El “todo pensamiento”, ellos no dudan ni temen (D. y C. 6:36). Ellos saben que El, el Señor Jesucristo, estará con ellos y les amparara (véase D. y C. 6:32; 29:4–7; 32:3; 84:87–88).
“Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé;…”
Después de esta consoladora y sagrada promesa sigue una responsabilidad seria e igualmente sagrada, o sea, un mandamiento que no se puede pasar por alto:
“… y testificaréis de mi, si, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente; que fui, que soy y que he de venir” (D. y C. 68:6).
¿Por qué tenemos esa responsabilidad sagrada, ese mandamiento del Señor a Sus siervos? El Señor responde:
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
“Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la exaltación y continuación de las vidas, y pocos son los que la hallan, porque no me recibís en el mundo ni tampoco me conocéis” (D. y C. 132:22).
“… Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Ninguna doctrina es más importante para comprender el plan de salvación que la doctrina que revela la verdadera personalidad y misión de Jesucristo
Pero, ¿cómo van a llegar a entender todas las naciones de la tierra la verdadera personalidad del Señor Jesucristo? Consideremos estas profecías:
• “… vendrá el día en que el conocimiento de un Salvador se esparcirá por toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Mosíah 3:20).
• “… Estos últimos anales [refiriéndose claramente al Libro de Mormón y a otras Escrituras de los últimos días]… manifestaran a todas las familias, lenguas y pueblos que el Cordero de Dios es el Hijo del Eterno Padre, y es el Salvador del mundo; y que es necesario que todos los hombres vengan a él, o no serán salvos” (1 Nefi 13:40).
• “Y justicia enviaré desde los cielos y la verdad haré brotar de la tierra para testificar de mi Unigénito; su resurrección de entre los muertos, sí, y también la resurrección de todos los hombres; y haré que la justicia y la verdad inunden la tierra como con un diluvio, a fin de recoger a mis escogidos de las cuatro partes de la tierra…” (Moisés 7:62).
El presidente Benson dijo claramente que “el Libro de Mormón es un instrumento que Dios ha elegido para ‘inundar la tierra como con un diluvio, a fin de recoger a [Sus] escogidos”‘ (Liahona, enero de 1989, pág. 4). No tenemos privilegio más sagrado ni responsabilidad más urgente y sagrada que la de dar testimonio de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Y no tenemos un instrumento más eficaz con el cual cumplir esta sagrada tarea que el registro que Dios ha preparado para ese propósito, y ese es nada menos que Libro de Mormón, Otro Testamento de Jesucristo! En sus páginas, así como en los otros libros canónicos de la Iglesia, la verdadera personalidad del Señor Jesucristo, en el pasado, el presente y el futuro, se revela y permanece para siempre.
En muchas naciones del mundo las salas de conciertos se llenan durante la época de la Navidad de personas que con reverencia y regocijo se ponen de pie y cantan las palabras triunfantes e inmortales de Isaías, acompañadas de la música del Mesías, de Händel:
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamara su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6).
Pero, ¿quién es este “niño”? ¿Quién es este “hijo”? Y “¿De quién es hijo?” (Mateo 22:42.) ¿Quién es este “Dios fuerte, Padre eterno y Príncipe de paz” de quien habló Isaías? El Libro de Mormón… verifica y aclara … quien es El (A Witness and a Warning, Ezra Taft Benson, Salt Lake City, Deseret Book Company, 1988, pág. 13).
Él es Jesucristo, que nació en este mundo siendo el “Hijo Unigénito” (Jacob 4:5, 11; 2 Nefi 25:12, 19; Alma 5:48; 9:26; 12:33–34; 13:5) “de Dios”, “del Padre Eterno”, y el hijo de María “según la carne” (1 Nefi 11:18–24; 2 Nefi 2:4, 8; 31:7; 32:6; Mosíah 3:8).
Él es Jesucristo, el tan esperado “Mesías”, “el Salvador” y “Redentor del mundo” (1 Nefi 1: 19; 10:4–17; 15:13–14; 2 Nefi 2:6–10), “de quien los profetas testificaron” (3 Nefi 11:10; Mosíah 3:13; Helamán 8:13–23), que vino al mundo “para que la salvación llegue a los hijos de los hombres, mediante la fe en su nombre …” (Mosíah 3:9; 2 Nefi 31:2–21; Alma 32:21–43).
Él es Jesucristo, el “Cordero de Dios …” que “fue juzgado por el mundo … que fue levantado sobre la cruz” (1 Nefi 11:32–33) y “crucificado …” (1 Nefi 19:9–10, 13–15; 2 Nefi 6:9, 10:3–5; 25: 12–13; Mosíah 3:9; 15:7–9) para expiar “… los pecados del mundo” (Alma 34:8; 22:14; 33:22–23; Mosíah 3:11–18).
Él es Jesucristo, quien antes de descender del cielo para morar entre los hijos de los hombres Mosíah 3:5), fue nada menos que el gran Jehová” (Moroni 10:34; D. y C. 110:3–4; Abraham 1:16; 2:98), el “Dios de Abraham, y de Isaac, y el Dios de Jacob” (véase 1 Nefi.9:7–15; Mosíah 7:19–20; Helamán 8:13–23); “el Santo de Israel” (2 Nefi 6:9), quien dio “la ley” a Moisés cuando este estaba en el monte (3 Nefi 15:5).
Él es Jesucristo, “… el Padre del cielo y de la tierra, el Creador de todas las cosas desde el principio …” (Mosíah 3:8; 2 Nefi 9:6; Alma 11:39; 3 Nefi 9:15; D. y C. 38:1–3; 76:24), cuya “expiación infinita” (2 Nefi 9:5–10; 2:6–10; Alma 34:8–16; 36:17–18) trajo la resurrección de los muertos (véase 2 Nefi 9;10–13, 21:22; Jacob 4:11–12; Alma 11:42–45; 40–23; Helamán 14:15–19).
Él es Jesucristo, “el Juez Eterno de “vivos y muertos” (Moroni 10:34; 2 Nefi 2:9–10; 9:13–17, 41; Mosíah 3:10, 18; 3 Nefi 27:13–15; 28:31; Mormón 3:20–22).
Él es Jesucristo, “… el Señor Omnipotente, que reina, que era y que es de eternidad en eternidad…” (Mosíah 3:5).
“… oh mis siervos … Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé; y testificaréis de mi, si, Jesucristo, que soy el Hijo del Dios viviente; que fui, que soy y que he de venir” (D. y C. 68:5–6).
Yo sé y doy testimonio de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, que fue y es el gran Jehová, el Salvador y Redentor del mundo. Sé que El expió los pecados del mundo y que resucitó con un cuerpo glorioso de carne y huesos. Doy testimonio de que Él vive y que pronto volverá a gobernar y reinar como “REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:16). Que podamos en verdad “inundar la tierra con el Libro de Mormón” (Ensign, nov. de 1988, pág. 5) para que todos los que vengan a El sean salvos, lo ruego en el nombre sagrado de Jesucristo. Amén.