Pablo enseñó que venir a Cristo es entrar a un nuevo reino de existencia, un reino espiritual. Es abandonar la muerte y venir a la vida, expulsar la maldad y la oscuridad y aprender a andar en rectitud y luz. Pablo preguntó a los romanos: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Fuimos, pues, sepultados juntamente con él para muerte por medio del bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en renovación de vida. Porque si fuimos plantados juntamente en él a semejanza de su muerte, así también lo seremos a la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fue crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos, 6:3-6).
La nueva vida en Cristo supone un nueva energía, un nuevo dinamismo, una nueva fuente de fortaleza y poder. Ese poder es Cristo. Las personas fingen las cosas tan a menudo, hacen lo bueno y realizan sus deberes pero encuentran poca satisfacción al hacerlo. Un escritor cristiano propuso este pensamiento:
¡Hay pocas cosas tan aburridas como ser religioso, pero nada tan emocionante como ser un cristiano!
La mayoría de personas nunca ha descubierto la diferencia entre lo uno y lo otro, de modo que existen aquellos que sinceramente intentan vivir una vida que no tienen, sustituir la religión por Dios, cristianismo por Cristo y sus propios nobles esfuerzos por la energía, la alegría y el poder del Espíritu Santo. ¡En la ausencia de la realidad, sólo pueden agarrarse de los ritos, defendiendo obstinadamente lo último en ausencia de lo anterior, a fin de que ninguno sea encontrado!
Ambos son lámparas sin aceite, carros sin gasolina y lapiceros sin tinta, desconcertados en su propia impotencia a falta de que todo eso sólo pueda hacer al hombre práctico; ya que el hombre fue muy manipulado por Dios y que la presencia del creador dentro de la criatura es imprescindible para Su humanidad. ¡Cristo se dio a Sí mismo para que nosotros hagamos lo mismo! ¡Su presencia pone al hombre nuevamente ante Dios! ¡Él vino para que podamos tener vida, vida de Dios!
Existen aquellos que tienen una vida que nunca viven, han venido a Cristo y sólo le han agradecido por lo que hizo, pero no por vivir en el poder de quién Él es. Entre el Jesús que “era” y el Jesús que “será” ellos viven en un vacío espiritual, al intentar sin ganas de vivir por Cristo una vida en la que sólo Él puede vivir y a través de ellos. (W. Ian Thomas, Classic Christianity, 1989, prefacio).
Los discípulos de Jesús deben esforzarse por hacer lo correcto. Deben cumplir su deber en la Iglesia y en el hogar, incluso cuando no tengan tantos deseos de hacerlo. No pueden simplemente dejar el trabajo del reino a otros porque que ellos no han cambiado y vuelto a nacer. Pero eso no significa que deban seguir siendo siempre así. Cada uno de nosotros puede cambiar; podemos cambiar; debemos cambiar; y es el señor quien nos cambiará. El venir a Cristo supone más que ser purificado, hasta cierto punto, ser saciado. Hablamos a menudo de la importancia de ser purificado o santificado. Es tener el Espíritu Santo, que no sólo es un revelador, sino un santificador porque elimina la inmundicia y la escoria de nuestras almas. Nos referimos a este proceso como el bautismo de fuego. Ser purificado, es esencial, pero detenerse allí es detener grandes bendiciones. Pablo presenta la idea (en cierto modo) de clavarnos a la cruz de Cristo –clavar nuestros viejos egos, el viejo hombre de pecado. El escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gálatas 2:20).
Esta es una nueva vida en Cristo.