Un domingo por la mañana nuestro hijo adolescente se levantó con otros dos presbíteros para administrar el sacramento, como lo habían hecho antes en muchas ocasiones. Retiraron el mantel blanco, pero para su consternación no había pan. Uno de ellos se dirigió a la sala de preparación con la esperanza de encontrar algunos panes. No había ninguno. Por último, nuestro preocupado hijo se dirigió al obispo y compartió su preocupación con él. El sabio obispo entonces se puso de pie, explicó la situación a la congregación y preguntó: “¿Cómo sería si la mesa sacramental estuviera vacía porque no hubo Expiación?”. A menudo he pensado en eso – ¿Cómo sería si no hubiera pan porque no hubo crucifixión, si no hubiera agua porque no hubo derramamiento de sangre? Si no hubiese ocurrido la Expiación, ¿cuáles serían las consecuencias para nosotros? Por supuesto, la pregunta ahora es discutible, pero sí pone en perspectiva nuestra total dependencia en el Señor. El preguntar y responder a esta pregunta sólo aumenta nuestra conciencia y agradecimiento por el Salvador. Lo que podría haber sido, incluso para los justos, si no hubiese ocurrido un sacrificio expiatorio, conmueve lo más profundo de la emoción humana.
Primero, no habría resurrección o como se sugiere en el lenguaje explícito de Jacob: “Esta carne tendría que descender para pudrirse y desmenuzarse en su madre tierra, para no levantarse jamás” (2 Nefi 9:7).
Segundo, nuestros espíritus estarían sujetos a la maldad. El diablo tendría “todo poder sobre vosotros” y nos “sellaría como cosa suya” (Alma 34:35). De hecho, nos volveríamos como él, “ángeles de un Diablo” (2 Nefi 9:9)
Tercero, seríamos “separados de la presencia de nuestro Dios” (2 Nefi 9:9) para permanecer por siempre con el padre de las mentiras.
Cuarto, padeceríamos “un tormento sin fin” (Mosíah 2:39).
Quinto, no tendríamos esperanza, y si “Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe…Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres… (1 Corintios 15:14, 19)
Sin la Expiación, la visión fatalista de Macbeth sobre la vida hubiese sido trágicamente correcta, sería una obra de teatro sin un propósito:
La vida no es más que una sombra vagabunda, un pobre actor
que en escena se arrebata y contonea
y nunca más se le oye, un cuento
narrado por un idiota, lleno de sonido y furia,
que no significa nada…(William Shakespeare, Macbeth 5.5.24-28)