La Pascua llegará en sólo unos días. Como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (mormón), la Pascua significa mucho más para mí que flores de primavera y conejos de chocolate. Soy cristiana, con un profundo y permanente amor por Jesucristo. Como siempre en esta época del año, siento tanto un profundo dolor como también un inmenso gozo a medida que contemplo el sacrificio de nuestro Salvador cunado tomó sobre Sí todos los pecados y maldades del mundo, sufrió, y fue crucificado. Es casi insoportable recordar Su sufrimiento. Aun así mi corazón está lleno de un impresionante gozo por Su resurrección, la cual trae consigo la increíble promesa de la vida eterna. La Doctrina y Convenios, que contiene revelaciones de Dios dada a través de profetas modernos, utiliza una bella imagen para describir la expiación de Jesús. Jesús “descendió debajo de todo,… a fin de que estuviese en todas las cosas y a través de todas las cosas, la luz de la verdad” (de La Doctrina y Convenios, sección 88, versículo 6). Las tinieblas del pecado y la muerte han sido absorbidas en luz y vida.
Otra festividad coincide con la Pascua de Resurrección, una festividad que también es profundamente simbólica de la expiación de Jesús, esta es la Pascua Judía. Al igual que la mayoría de cristianos, los mormones no celebran la Pascua Judía, pero no es por accidente que la crucifixión y resurrección de Cristo ocurriera durante estas fechas. Indudablemente Cristo tomó la cena de la Pascua Judía con Sus discípulos justo antes de salir al Jardín de Getsemaní, donde Su expiación empezó. La Última Cena fue una cena de Pascua Judía; su pan y vino fueron el pan y vino de la cena de Seder:
Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y lo bendijo, y lo partió y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.
Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos;
Porque esto es mi sangre del nuevo convenio, que por muchos es derramada para remisión de los pecados (Mateo 26:26-28).
La Pascua Judía conmemora el tiempo en que Dios liberó a los hijos de Israel de Egipto por la mano de Moisés. La última plaga que cayó sobre los egipcios provocó la muerte de los primogénitos de todo ser viviente, desde “el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo ni jamás habrá” (Éxodo 11:5-6). Los israelitas pudieron protegerse de esta gran tragedia sólo sacrificando a un cordero sin mancha, y luego marcando con su sangre los lados y la parte superior de las puertas de sus casas donde moraban. Durante la noche, los israelitas fueron perdonados a medida que comían su primera cena de Pascua Judía, mientras los primogénitos de todo Egipto murieron. El destructor pasó de largo entre ellos.
Jesucristo, el Cordero de Dios
El cordero sacrificado para salvar a los hijos de Israel de la muerte y destrucción fue un símbolo de Jesucristo. La sangre de Jesús, al igual que la sangre del cordero de la Pascua Judía, nos salva de Satanás, quien de otra manera destruiría nuestros cuerpos y almas. Isaías profetizó de Cristo mucho antes de Su nacimiento, diciendo que el Mesías como “cordero [sería] llevado al matadero” (Isaías 53:7). Juan el Bautista le dijo a sus seguidores quién era Jesús en una sola oración: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). Andrés, hermano de Pedro, estaba entre los que escucharon a Juan hablar. Supo de inmediato lo que Juan quería decir: el Cordero profetizado por Isaías, cuya sangre liberó a los Israelitas de las ataduras de la muerte, conmemorado por la Pascua cada año, había llegado al fin. Andrés siguió a Jesús, y luego corrió para encontrar a su hermano Pedro, diciéndole, “Hemos hallado al Mesías” (Juan 1:41). Sólo puedo imaginarme el gozo que sintieron al haber encontrado por fin a su Salvador.
Conforme voy haciéndome mayor, me hago más consciente de cuánto necesito la expiación de Jesús en mi vida. Algunos de mis seres queridos han fallecido, y echo de menos su compañía. A medida que pasa el tiempo, mi cuerpo envejece, y puedo ver que con el tiempo quedará inútil y yo también moriré. Por momentos me siento abrumada por mis pecados y errores, o apesadumbrada por el pesar por los sufrimientos y pecados de los demás. Necesito la sangre del Cordero de Dios para salvarme del destructor. Así que cada semana, asisto a la Iglesia, y participo del pan y el agua que representan la sangre y el cuerpo de mi Salvador, Jesucristo. La resurrección de Su cuerpo renueva el mío; el sacrificio de Su sangre redime mi alma. Mi corazón se regocija en la promesa de la vida eterna, hecha posible por Su infinito amor. Que el gozo de la redención de Jesús more en sus corazones también así en la Pascua, y siempre.
Este es el Cristo, con el Coro del Tabernáculo Mormón
Recursos Adicionales