La expiación de Jesucristo es la doctrina central del cristianismo, y todas las demás doctrinas cristianas salen de ella y vienen por causa de ella.1 Estas otras doctrinas no solamente pueden conectarse nuevamente con el Salvador y Su sacrificio expiatorio, sino que si no lo están “no habrá vida, ni sustancia, ni redención de ellas”, para emplear una frase del Presidente Boyd K. Packer, un apóstol de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.2 Por lo tanto, no sólo es importante, sino también necesario que nos conectemos de nuevo con Jesucristo y Su sacrificio eterno cuando estudiemos cualquier doctrina, enseñanza o apéndice del Evangelio de Jesucristo.
Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén, se les ordenó “que adorasen al Señor su Dios y ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor” (Moisés 5:5). Sin embargo, M. Russell Ballard, otro apóstol de la Iglesia, ha dicho que algunos se han preguntado, “¿Cómo puede semejante actividad tener algo que ver con el Evangelio de amor?”.3
Ballard continúa:
Podemos comprender mejor la respuesta a [esta] pregunta cuando entendemos los dos propósitos principales de la ley de sacrificio, los cuales se aplicaron a Adán, a Abraham, a
Moisés y a los apóstoles del Nuevo Testamento, y se aplican a nosotros hoy día cuando aceptamos y vivimos la ley de sacrificio. [Los] dos propósitos principales [de la ley de sacrificio] son probarnos, demostrando así nuestra valía, y ayudarnos a venir a Cristo.4
A medida que leemos más sobre la obediencia de Adán y Eva a la ley de sacrificio, nos damos cuenta de la forma en que estos dos propósitos principales nos demuestran o prueban, y nos ayudan “a venir a Cristo”.
“Adán fue obediente a los mandamientos del Señor” (Moisés 5:5). Ofreció las primicias de su rebaño. Esto no fue fácil, especialmente en una época en que uno vivía de su tierra y sus rebaños. La primicia era una posesión muy valiosa. Y si eso no es suficiente, Adán y Eva ni siquiera sabían por qué estaban ofreciendo sacrificios. Además, el registro dice: “Y después de muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó” (Moisés 5:6).
Adán y Eva pasaron la prueba.
Al igual que a Adán y Eva, también a nosotros se nos pidió hacer sacrificios. La mayoría de nosotros no tiene ninguna primicia a la cual renunciar (de todos modos aunque la tuviéramos, la ley ha cambiado después de que Jesucristo hizo el sacrificio supremo). Sin embargo, sufrimos tribulaciones y se nos pone a prueba y, a veces, una persona “debe aprender a caminar unos pasos en la oscuridad y, entonces, se encenderá la luz y se le mostrará el camino”, tal como lo ha escrito Boyd K. Packer.5 Adán y Eva dieron unos pocos pasos en la oscuridad. No sabían por qué tenían que hacer sacrificios, pero lo hicieron de todos modos. Sin embargo, fíjese en, tal como el registro continúa, cómo Adán y Eva recibieron un testigo después de la prueba de su fe (véase Éter 12:6) y se les enseñó el segundo de los dos propósitos principales de la ley de sacrificio “ayudar a [los hijos de Dios] a venir a Cristo”.
El registro narra:
Entonces el ángel le habló, diciendo: Este [sacrificio] es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad. Por consiguiente, harás todo cuanto hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás (Moisés 5:7-8).
Como Bruce R. McConkie, otro apóstol, ha escrito, “Para los pastores, cuyas vidas dependían de sus rebaños, no podía haber una similitud mejor que ésa”.6
La justa posteridad de Adán siguió ofreciendo sacrificios, hasta los hijos de Israel. Sin embargo,
Debido a la naturaleza rebelde de los hijos de Israel en los días de Moisés, se cambió la práctica de la ley, la que se convirtió en una ley estricta que requería la observancia diaria de rituales y ordenanzas. Durante la época de Moisés, hubo una expansión en el número y en la variedad de las ofrendas de la ley de sacrificio. Los sacrificios mosaicos consistían en cinco ofrendas principales divididas en dos categorías básicas: obligatorias y voluntarias…7
Además,
Una cosa seguía siendo igual en todas esas ofrendas: todo lo relacionado con el sacrificio mosaico estaba centrado en Cristo. Al igual que Él, el sacerdote actuaba como mediador entre el pueblo y su Dios. Al igual que Cristo, el sacerdote debía tener el parentesco apropiado para poder oficiar, y el oferente, por medio de la obediencia, debía estar dispuesto a sacrificar lo que le requería la ley.8
Por lo tanto, el propósito de la ley de Moisés era persuadir a los hijos de Dios “a mirar adelante hacia el Mesías y a creer en su venida como si ya se hubiese verificado” (Jarom 1:11). Alma, aproximadamente 74 años antes de Cristo, escribió que después del sacrificio supremo del Salvador la ley de Moisés (no la ley de sacrificio, porque estas dos no son exactamente la misma cosa) sería suprimida. Él dijo:
“De modo que es menester que haya un gran y postrer sacrificio; y entonces se pondrá, o será preciso que se ponga, fin al derramamiento de sangre; entonces quedará cumplida la ley de Moisés; sí, será totalmente cumplida, sin faltar ni una jota ni una tilde, y nada se habrá perdido.
Y he aquí, éste es el significado entero de la ley, pues todo ápice señala a ese gran y postrer sacrificio; y ese gran y postrer sacrificio será el Hijo de Dios, sí, infinito y eterno.
Y así él trae la salvación a cuantos crean en su nombre; ya que es el propósito de este último sacrificio poner en efecto las entrañas de misericordia, que sobrepujan a la justicia y proveen a los hombres la manera de tener fe para arrepentimiento”(Alma 34:13-15).
Dios nos ama. Él “no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo” (2 Nefi 26:24). Él entrega a Sus hijos las leyes y los mandamientos para que se centren en Cristo. Renunciar a lo que queremos a fin de conseguir algo mejor no es fácil. El sacrificio nunca fue fácil. Prueba nuestra fe y, como todas las demás doctrinas del Evangelio de Jesucristo, nos conecta nuevamente y nos lleva a estar más cerca del Salvador.
Si bien la ley de Moisés ha sido suprimida, la ley de sacrificio no lo fue. Aquellos que vivieron antes de Cristo miraban adelante hacia Él, como si Él ya hubiera llegado. Hoy, miramos hacia atrás con un “corazón quebrantado y un espíritu contrito” (3 Nefi 9:20)
De hecho, como Neal A. Maxwell, un apóstol de la Iglesia, ha dicho: “El verdadero sacrificio personal no ha consistido nunca en poner un animal sobre el altar, sino en la disposición de poner en el altar el animal que está dentro de nosotros y dejar que se consuma”.9
Notas
1 Véase Bruce R. McConkie, Doctrina mormona, 2 ª ed., “Expiación de Cristo”, Bookcraft: 1966, pág. 294; José Smith, Enseñanzas del profeta José Smith. Seleccionado por Joseph Fielding Smith, Salt Lake City: Deseret Book 1938, pág.121.
2 Boyd K. Packer, en Conference Report, abril de 1977, 80; o Liahona, julio de 1977, págs.55-56.
3 M. Russell Ballard, “La Ley de Sacrificio”, Liahona, marzo de 2002, pág. 10
4 Ibíd.
5 Boyd K. Packer, “El Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo – cosas claras y preciosas”, Liahona, mayo de 2005, págs. 6-9.
6 Bruce R. McConkie, “A New Witness for the Articles of Faith”, Salt Lake City: Deseret Book, 1985, págs. 114-15.
7 M. Russell Ballard, “La Ley del Sacrificio”, Liahona, marzo de 2002, pág. 15
8 Ibíd.
9 Neal A. Maxwell, “Absteneos de toda impiedad”, Liahona, julio de 1995, pág. 78