jesucristo-mormónLa Biblia a menudo hace referencia a la mano del Señor. Generalmente, esto se usa en manera metafórica para representar las interacciones de Dios con el hombre. Las interacciones a veces se describen como que son castigadoras debido a pecados, y otras veces, consoladoras o compensatorias en respuesta a un comportamiento valiente.

Escuchen las palabras de Mormón: ‘¿No sabéis que estáis en las manos de Dios? ¿No sabéis que él tiene todo poder?’ (Mormón 5:23)

Las manos son una de las partes simbólicamente expresivas del cuerpo. En hebreo, el término yad, que se utiliza con más frecuencia para decir “mano”, también tiene un significado metafórico de poder, fortaleza y vigor (véase William Wilson, Old Testament Word Studies, pág. 205). Por ende, las manos representan poder y fortaleza. (W. Craig Zwick, “El Señor tu Dios te sostendrá de la mano,” Liahona, Nov 2003, 34–36).

La escritura citada aquí es del Libro de Mormón, el que también usa la frase a menudo. La Biblia muestra que esto también se aplica a las personas: “Y yo, fortalecido según la mano de Jehová mi Dios sobre mí,” (Esdras 7:28).

El élder Zwick continúa explicando la analogía:

Consideren las palabras que utilizó Juan para describir al Salvador resucitado y glorioso: “Cuando le vi… él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy… el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos…” (Apocalipsis 1:17-18). Cuando Él posa Su mano sobre nosotros, podemos, al igual que Juan, vivir en Él.

Estar en las manos de Dios sugeriría que no sólo estamos bajo Su vigilante cuidado sino que también somos guardados y protegidos por Su maravilloso poder.

A través de las escrituras, se hace referencia a la mano del Señor. Su ayuda divina se evidencia una y otra vez. Sus poderosas manos crearon mundos, y aun así fueron lo suficientemente suaves para bendecir a los niños.

Los mormones creen en un Dios preocupado, que se involucra. Aunque algunos hoy en día piensan que Dios se alejó de Sus hijos después del tiempo del Salvador en la tierra, los mormones creen que Dios continúa amándonos, cuidando de nosotros, y estando activamente involucrados en las vidas de Sus hijos a medida que se preparan para la Segunda Venida.

Esta interacción en nuestras vidas empezó mucho antes de que naciéramos. Antes de nuestros nacimientos, vivimos como espíritus con Dios. Él creó nuestros espíritus y vivíamos con Él, desarrollando una relación amorosa. Él estaba directamente involucrado con nuestras vidas en ese tiempo y Él nunca se alejó. Debido a que Él es literalmente el Padre de nuestros espíritus, Él nos ama como lo haría cualquier padre. Los buenos padres no abandonan a sus hijos. Jesucristo llegó a ser nuestro Salvador y también nos prometió cuidarnos y ayudarnos a través de los desafíos de la vida. El élder Zwick nos asegura:

Debemos recordar que somos hijos e hijas de Dios y que nos ama mucho… Si realmente comprendemos quienes somos, tendremos una fuente inagotable de esperanza y consuelo.

Jamás podremos llegar a la meta final de “la carrera que tenemos por delante” (Hebreos12:1) sin colocar nuestra mano en las del Señor.

Hace algunos años, nuestra única hija decidió competir en una maratón. Junto con algunas amigas, se preparó y se esforzó con mucho afán. Se trataba de una carrera difícil en la que varias veces tuvo deseos de darse por vencida, pero siguió adelante, concentrándose en un paso a la vez. Al acercarse a la mitad del trayecto, escuchó a alguien que a sus espaldas le gritaba: “Ciego pasando a mano izquierda”.

Miró hacia su lado, y vio a un señor ciego que la pasaba sin soltar la mano de otro señor. Ambos competían en la carrera. Cuando la pasaron, ella vio con cuanta firmeza el ciego se aferraba a la mano de su amigo.

Abrumada con su propio dolor físico, se sintió fortalecida al ver a esos dos caballeros que corrían tomados de la mano. El que veía iba motivado por su amigo ciego, y el que sufría de ceguera dependía del estar aferrado a la mano de su amigo. Nuestra hija entendía que el ciego jamás podría llegar a la meta final por sí solo. Se sintió inspirada por la confianza del ciego y el dedicado afecto del amigo.

De igual manera, el Salvador ha extendido Su mano a cada uno para que no tengamos que correr solos. “Para quienes de vez en cuando se tambalean o se tropiezan, Él está presente a fin de hacer que recuperen el equilibrio y se fortalezcan” (Trusting Jesus, pág. 43). Al  acercarnos a la meta final, Él estará allí para salvarnos, y es por todo esto que dio Su vida.

Piensen en las heridas de Sus manos. Sus manos gastadas, sí, aun Sus manos de carne desgarrada y sacrificio físico, son las que dan a nuestras propias manos mayor poder y dirección.

El Cristo herido es el que nos guía a través de los momentos difíciles. Es el que nos sostiene cuando necesitamos más aire para respirar o una dirección en la que andar o, incluso, más valor para seguir adelante.

Si guardamos los mandamientos de Dios y caminamos llevados de la mano por Él en Sus senderos, seguiremos adelante con fe, y jamás nos sentiremos solos.

Confíen en Su promesa de vida eterna, y permitan que la paz y la esperanza les acompañen.

Cuando nos conectamos al Autor de Paz, a Su amor perfecto y redentor, podemos llegar a experimentar la veracidad de la promesa del Señor: “…yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo” (Isaías 41:13).

Testifico de Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador viviente.

Testifico que Él vive y nos extiende Su amorosa mano a cada uno. En el nombre de Jesucristo. Amén.

La mano del Señor, entonces está siempre extendida para nosotros, preparada para ayudarnos, guiarnos, y reasegurarnos cuando estamos trabajando para mantenernos en el sendero descrito por el Salvador. Es una mano que no necesitamos temer mientras estemos tratando de hacer lo correcto y tomando sabias decisiones. Al estudiar las escrituras, orar, y edificar nuestra relación con Dios, podemos reconocer nuestra mano en cada detalle de nuestras vidas.

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